24 de marzo de 2021, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
Taysir Batniji, Hannoun, instalación (fotografía, copos de madera), 1972-2009 |
Cuando los museos vuelvan a abrir, una de las prioridades será ir al MAC VAL para ver la exposición Taysir Batniji. Es un gazatí residente en Francia desde hace mucho tiempo, que no puede volver a su país desde 2006 a causa de la ocupación y que nos presenta las obras principales que ha realizado en los últimos veinte años. En 2007 vi su trabajo por primera vez en Marsella y lo había calificado de dulce-amargo, desde entonces no he dejado de interesarme por él y de escribir sobre sus exposiciones, en especial las que hubo en donde Eric Dupont (2011 y 2020). Aquí veo de nuevo algunas obras conocidas y he descubierto otras. Sus fotografías personales ritman la pared de la rampa de entrada al museo y nos permiten entrar en su universo íntimo y público a la vez: los desastres del mundo no se pueden evocar sino a través de la experiencia personal. Uno de los ejes principales que me ha impactado en su trabajo es la resiliencia, la resistencia tranquila y digna, rehusa aceptar la coerción y las heridas sin decir palabra. Entre los hallazgos, recuerdo un video en el que intenta de manera absurda no parpadear durante el más largo tiempo posible mientras que suenan las explosiones de las bombas que caen sobre Gaza y a su alrededor, absurdidad irrisoria como única respuesta a la barbarie, hasta el momento en que tiene que salir del cuadro, agotado. Otra obra destacada es Hannoun (la amapola) en la cual un área de láminas de palo de rosa que resultaron de sacarle punta a unos lápices, nos separa de una fotografía, la del estudio de fotografía del artista en Gaza, un lugar de un tiempo acá inaccesible; se trata de una instalación secreta y melancólica: para alcanzar la foto habrá que pisar el campo de amapolas, una flor que evoca también a los soldados caídos en el campo de batalla. ¿Es imposible el regreso? ¿Es ineluctable el exilio? La distancia, la imposibilidad del regreso que el artista rehusa aceptar, las encontramos también en los videos que recuerdan el viaje, el sueño del regreso, o el paso lleno de dificultades para intentar volver (Transit).
Taysir Batniji, GH0809, serie de 20 fotografías, 2010, 30x38cm |
Obras ya vistas, las que evocan la vida cotidiana en Gaza, videos de lo cotidiano interrumpidos por la imagen recurrente de un carnicero cortando carne, dibujos de objetos sin importancia, serie de fotografías de puestos en donde preside el retrato del fundador (Les Pères -Los Padres-, abajo) que afirma la identidad, el arraigo territorial entre historia y presente: nunca es una obra militante, no hay violencia visible, sólo la que se aguanta en silencio. Es en realidad la sencillez de la vida que rara vez se canta en los territorios lastimados. Lastimados como las casas destruidas por las bombas israelíes y presentadas de forma tristemente irónica como si fueran anuncios de inmobiliaria, desplazamiento transgresor del espectáculo del horror a una forma ordinaria.(GH0809).
Taysir Batniji, Watchtowers, serie de 28 fotografías, 2008, cada una 40x50cm |
La triste ironía de apropiarse un esquema de presentación para subrayar mejor la incongruencia del drama, la encontramos naturalmente en la serie de los Watchtowers, imágenes a la Becher de los miradores del ejército de ocupación fotografiados a toda velocidad, clandestinamente (arriesgándose a ser víctima de un sniper militar), y sin el terminado meticuloso de los Becher: es una mezcla detonante en donde se encuentran una estética conocida y admirada y las condiciones dramáticas en el terreno ocupado. Es la marca de un universo en el cual hay que engañar, entender a media palabra, colarse por entre los radares, fundirse en las murallas, no pestañear bajo las bombas, para simplemente vivir, continuar, resistir, persistir, como si nada (mine de rien)... Cuando el museo vuelva a abrir, Taysir Batniji realizará una performance de lo absurdo, el desplazamiento de un montón de arena con una pala hacia el otro lado de una linea (pensé en la performance del israelí Micha Ullman con otros tres cómplices en 1972, para restituirle la tierra de un kibboutz a un pueblo árabe desposeído); una maleta llena de arena es como una huella.
Taysir Batniji, S.T., 2007-2014, vidrio |
Para soportar frente a la catástrofe, para conservar una pizca de esperanza, no hay que olvidar, la memoria es el arma principal de los oprimidos: las víctimas de las depuraciones étnicas de 1948 y 1967 conservan una llave como único vestigio de las casas que los colonos les robaron, y Batniji reproduce aquí las de su taller de Gaza, pero en cristal y su fragilidad da testimonio del dolor de los expulsados. Igual de frágiles son los dibujos que representan a su hermano que los israelíes mataron en 1987: dibujos blanco sobre blanco, difuminados, apenas visibles, como si fuera un recuerdo evanescente que con toda la fuerza quisiera preservar. También vemos los viejos álbumes de familia cuyas fotografías se perdieron, arrancadas, dispersadas: ya no son sino marcas, huellas, vectores de la memoria indestructible, símbolos también de la resistencia al tiempo, a la historia y a la violencia. Mientras uno recuerde (la casa, la imagen), no lo pueden desposeer, el otro no nos ha eliminado, todavía vivimos, todavía estamos luchando, dicen.
Taysir Batniji, Disruptions, serie de 80 capturas de pantalla, 2015-2017, cada una 24x16cm |
Pero hay que luchar sin cesar para preservar la imagen, para seguir en contacto con la realidad amenazada, inalcanzable, con los objetos deseados pero negados, con las personas amadas pero alejadas, con los recuerdos de la infancia, con todo lo que no puede reunirse, que no se puede ver sino a través de una reja, en pantalla o en viejas fotografías, pero que no se pueden tocar, besar, oler, probar. Y así las imágenes de la pantalla del teléfono en la cual la cara del otro (en este caso su madre, fallecida desde entonces) es destruida, deformada, difuminada, prueban las conversaciones telefónicas de Batniji con su familia a través de Whatsapp, conexiones que el ejército israelí reduce e interfiere para perturbar las comunicaciones entre los locales, presos en el interior del gueto y los exiliados, libres y tristes. La comunicación familiar, personal e intima que no apunta sino a acercar a seres separados, gana así un potencial revolucionario, anarquista, una capacidad para destruir las fronteras contra viento y marea: combate la desaparición, rehusa la evanescencia, niega la negación de aquel pueblo.
Taysir Batniji, Undefined, 1993-2020, placa de mármol, 36.7x28cm (citación de un correo del Servicio central del estado civil de Nantes le 10/05/2012), f. del autor con reflejo |
Unos jabones grabados con la expresión en árabe «Nada es permanente», huellas de pasos efímeros en los andenes parisinos son copiados a lápiz y conservados, la ola va cubriendo la sombra de un cuerpo en la arena (aquí abajo), en una pared se alinean oscuras fotografías de mártires, son palestinos que el ejército israelí ha matado*, son apenas visibles, son imágenes que se perciben difícilmente pero que persisten. Un hombre, exiliado, cuenta su búsqueda de identidad administrativa: cuando viene a Europa por primera vez su tarjeta de identidad emitida por Israel dice «Nacionalidad: no definida», y cuando somete un expediente para su tarjeta de estancia en Francia le contestan que desde 1948, Palestina ya no existe ante la administración (Undefined).
Taysir Batniji, S.T. (Marsella), 2002, captura de pantalla |
Aquí encontramos las constantes de su universo, la separación y el exilio, la exclusión y el éxodo, la revuelta y la resignación. No se ha retomado aquí la gran exposición de Arles en 2018, sobre sus primos de América, demasiado grande para este espacio, una exposición que subrayaba cantidad de cuestionamientos, las incertitudes, los sufrimientos, las ambigüedades sobre la identidad, la pertenencia, las raíces. El artista siempre está entre dos, esperando, en tránsito, rehusa definirse como exiliado, como emigrante, sin poder admitir que no podrá, algún día, volver a su casa.
Taysir Batniji, Padres, serie de 34 fotografías, 2006, cada una 40x60cm |
Con un bagaje tan pesado podría ser difícil hacer obra de artista, transformar la política en estética, ser a la vez creador y productor de sentido, pero Batniji no se deja encerrar dentro de esquemas demasiado rígidos, su obra es ante todo biográfica antes de ser política. Tiene un eco colectivo, no solamente palestino, sino universal. Por encima de los dramas y de los desgarramientos, este artista es un poeta íntimo de la huella, del signo, de la desaparición, que nos alcanzan a cada uno de nosotros.
Catálogo muy completo (bilingüe francés/inglés), editado por el MAC VAL para la exposición. Quelques bribes arrachées au vide qui se creuse, -Migajas arrancadas al vacío que se ahonda- 304 páginas, 500 reproducciones de unas cincuenta de sus obras para las que su esposa redactó las leyendas. Introducciones de Alexia Fabre y de Frank Lamy, tenemos una entrevista aclaradora con Taysir Batjini, que cuenta en detalle su historia y su práctica, un texto del comisario Julien Blancpied (« L’espace est un doute » -El espacio de una duda-), unos ensayos de Antonio Guzmán (sobre sus prácticas y enfoques), Marie-Claire Caloz-Tschopp (sobre su dimensión política y su «desexilio») y un cuento de Bruce Bégout. También se pueden escuchar algunos ficheros sonoros aquí y una entrevista (con numerosas fotos de la exposición) aquí. El título de la exposición parafrasea a George Perec (pero ya había sido utilizado).
*ojalá no atraigan la misma avalancha de odio que las de Ahlam Shibli en el Jeu de Paume.