30 de junio de 2024, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
Nada nos prepara para esto, ni las reproducciones vistas por un lado y otro, ni los libros de arte, ni siquiera, aquél pinero, de Germain Bazin, ni las esculturas individuales que vi en los museos e iglesias los días anteriores, ni siquiera, creo, sus estatuas de madera policroma en las seis capillas, de un breve viacrucis, más abajo, si hubiera podido verlas puesto que están en restauración. Después de unos días en las ciudades del oro, de inmersión en la exuberancia barroca hecha de torneados contorneados, doraduras impresionantes, Cristos ensangrentados, aureolas en forma de cofias con plumas, demonios aterradores, pinturas piadosas banales y coloridas, ex-votos conmovedores o extravagantes (y de todo ello el santuario de arriba está repleto), no estamos preparados para esta sencillez, esta grandeza, esta pureza trágica.
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Aleijadinho, Jonas, 1800-05 |
Para apreciar mejor este Monte Sagrado póngase en la parte baja de la escena cuidadosamente organizada: escaleras dobles en roleo organizan desde ya una distorsión de la vista. En las rampas, tres hileras de cuatro estatuas de un gris bastante oscuro, de piedra de jabón (esteatita) que la contaminación minera de los alrededores sigue atacando. Primero hay que verlas desde abajo, en contrapicado, para entender el conjunto y para dejarse envolver por la escena, y solamente después se sube lentamente por las escaleras yendo de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, dándole la vuelta a cada estatua, confrontándose con la singularidad de cada una. Son los profetas del Antiguo Testamento, los cuatro mayores y ocho de los doce profetas menores. Primero vemos a los dos más conocidos, Isaias, anciano iluminado, y Jeremías, más joven y menos expresivo; son los más tranquilos, puestos frontalmente en la entrada, los únicos que están verdaderamente frente a nosotros, el uno anunciando al Cristo y el otro denunciando la decadencia de los judíos.
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Aleijadinho, Abdias, 1800-05 |
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Aleijadinho, Habacuc, 1800-05 |
A los lados, una abertura, dos profetas levantan los brazos hacia el exterior, en posturas dinámicas, casi inestables. El joven Abdías profetiza la destrucción de los Edomitas, antiguos habitantes de Palestina (sin comentarios) y su gemelo Habacuc de turbante exuberante, la destrucción de Asiria. Los brazos levantados equilibran la composición y la dinamizan.
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Aleijadinho, Ézéchiel, 1800-05
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Arriba, Ezequeil de cuerpo torcido y cara atormentada está alineado con el tranquilo Baruch. A los lados Nahum de barba larga parece resignado, mientras que Amos, campesino imberbe de ojos inmensos se agacha hacia el suelo.
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Aleijadinho, Osée, 1800-05 |
La tercera hilera es la más asombrosa, un juego de miradas en toda la línea: Jonás (aquí arriba) con su pez al lado levanta los ojos al cielo, Daniel (aquí abajo), acompañado de un león, mira hacia el suelo, como encerrado en sí mismo. Oseas mira fijamente a Daniel y Joel (abajo), el más vigoroso, se vuelve melancólico de la escena hacia el horizonte montañoso. No son los cuerpos los que se responden e interactúan, toda la tensión procede de la arquitectura de las miradas. Y volviendo a la arquitectura del conjunto, dejando de lado la individualidad de cada estatua, nos dejamos envolver por la unicidad de la composición total.
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Euclásio Ventura, Supuesto retrato de l’Aleijadinho, siglo XIX |
Las estatuas se las debemos al gran maestro del barroco brasileño, Antonio Francisco Lisboa, llamado Aleijadinho, el lisiadito, hijo mestizo de un arquitecto portugués y de una esclava negra, emancipado a su nacimiento. Los esculpió entre 1800 y 1805 (muere en 1814) en un momento en el que sufre de una grave enfermedad y sólo se puede desplazar cargado por esclavos, ha perdido varios dedos (en el retrato de arriba se disimulan las manos) y solamente puede esculpir con el martillo y el buril amarrados a las muñecas (Matisse o Hartung también estuvieron disminuidos al final de sus vidas pero eran pintores, no escultores). En el Brasil colonial explotado por la corona portuguesa, en un país en donde antes de 1808 los periódicos y los libros irreligiosos son prohibidos, en una región, Minas Gerais, en la cual las minas de oro deben producir cada vez más para satisfacer la codicia de Lisboa, y en donde la esclavitud es la base misma de la sociedad (la capital, Ouro Preto es entonces la ciudad más grande de toda América, dos veces más poblada que Nueva York), aparece este artista excepcional. Y sus Profetas, su última obra importante, expresan bien el recorrido del final de su vida hacia una expresión más pura, igual de vigorosa, incluso más, pero que se apoya sobre la forma y la puesta en escena de las estatuas, sin artificios, sin colores o accesorios. ¿Es la cercanía de la muerte que lo vuelve más severo? ¿Es la crisis económica (las minas producen menos) y política (la conspiración minera en 1789) que lo vuelve más sobrio, que lo conduce a más moderación, a un arte más profundo?
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Aleijadinho, Daniel, 1800-05 |
Criticados por sus proporciones a veces arriesgadas (un siglo antes de Rodin) de anatomías incorrectas, de narices demasiado grandes, de brazos desproporcionados, rebajadas a veces al rango de piezas de taller, las estatuas no fueron apreciadas sino en el momento del modernismo brasileño, después de 1922, por Mario de Andrade y Tarsila de Amaral, los primeros capaces de deshacerse de un punto de vista europeo clásico y despectivo: es entonces que el arte barroco brasileño es reconocido, es entonces que Aleijadinho se convierte en el artista brasileño más emblemático.
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Aleijadinho, Joël, 1800-1805 |
Por fortuna hoy estamos lejos de las maldiciones de los profetas contra los enemigos de Israel (bueno, eso creo, espero...). Impresiona que fue esencialmente en las culturas antiguas judía y musulmana, religiosas y comunitaristas, que los profetas tuvieron tanta importancia: nuestra civilización greco-romana, más racional, nos protegió y el catolicismo en el fondo, les dio poca importancia. Más que Jeremías es Casandra la que nos revela nuestras debilidades y espejismos. Y actualmente ¿quienes son nuestros profetas? ¿Edgar Morin? ¿Noam Chomsky? ¿Greta Thunberg ? Liberados del peso de la religión, ¿no son ellos, entre otros, quienes nos alertan sobre la destrucción de nuestros valores, sobre las derivas populistas y las arbitrariedades del poder? Y como a Casandra, nadie les cree.