17 de febrero de 2014,
Por Marc Lenot
La acción ocurre en Abjasia, es decir en ninguna parte(Artículo Original en francés aquí)
A pesar de que la actualidad de los Juegos Olímpicos nos permite ver su nombre de vez en cuando en algún artículo o en el rincón de algún mapa, pocos saben en donde esta Abjasia, y mucho menos han ido. A veces se confunde con Osetia del Sur, y, de todas maneras, excepto algunos especialistas, la mayoría de nosotros nos quedamos perplejos ante la asombrosa confusión del mosaico de países, territorios, idiomas, etnias y religiones que componen los confines caucasicos.
Abjasia, un no-estado
Pero no es exactamente este tema que exploran aquí la exposición y la película de Eric Baudelaire, Lost Letters to Max, que podemos ver hasta el 8 de marzo en el Centre d'Art Bétonsalon ( en la Halle aux Farines, en medio de la Universidad París VII, en el 13ème). Baudelaire utiliza más bien el caso abjasio como pretexto para cuestionar a la vez el concepto de estado-nación en el siglo XXI y como medio para construir un relato múltiple. Lo hace con una empatía evidente, al tiempo que conserva su neutralidad frente a las reivindicaciones abjasias.
Para ello utiliza una gran variedad de medios y construye una obra polimorfa en la que el espectador puede elegir entre varias posibilidades, varios niveles de lectura: el primero sería histórico y político, el segundo más bien en el campo de la filosofía política y el tercero tendría que ver con la manera de contar una historia y construir un proyecto.
Abjasia, situada entre el Cáucaso y el mar Negro, era, en la época de la URSS, una República Socialista Soviética Autónoma dentro de la República Socialista Soviética de Georgia. Después de la caída de la Unión Soviética, Abjasia se separó de Georgia en 1992, hubo guerra, y la gran mayoría de la población georgiana (200.000 a 250.000 personas, es decir la mitad de la población total) fue expulsada de Abjasia. Hoy, de una población total de 240.000 personas (contra 500.000 en 1989), los abjasios representan el 50%, los georgianos (que volvieron después de su expulsión)
el 18%, los armenios el 17%, y los rusos el 9%. El territorio de Abjasia tiene 8.600 km2.
¿Qué es un abjasio y en qué se diferencia de un georgiano? Nos cuidaremos de hacer una diferenciación puramente étnica, son pueblos muy cercanos históricamente, ni introduciremos un criterio religioso (una minoría de los abjasios se convirtió al Islam bajo el dominio del imperio otomano). Los elementos de diferenciación son el idioma y la cultura, a pesar de que la lengua abjasia ya no se usa mucho, el idioma corriente es el ruso (que además es la que utiliza principalmente el gobierno).
La República de Abjasia fue proclamada en 1993. Se confirió todos los atributos de un Estado: bandera, himno, gobierno, ejército, uniformes (moneda no : se usa el rublo). Más allá de esos atributos esencialmente internos, para existir como estado, Abjasia debe hacerse reconocer por otros países y por las organizaciones internacionales, y no ha escatimado sus esfuerzos para conseguirlo.
El primero en reconocerlo fue Rusia, en 2008. Como el pasaporte abjasio no está considerado como valido en otros países, la mayoría de sus ciudadanos tiene igualmente la nacionalidad rusa, y de esta manera tienen el pasaporte ruso que les permite viajar (y votar en Rusia). Nicaragua y Venezuela también lo reconocieron y dos o tres otros micro estados del Pacífico (Nauru, Tuvalu y con algunos remordimientos, Vanautu). Es todo.
Basándose en esto (aquí se recuerda brevemente y lo más objetivamente posible) Eric Baudelaire construyó su proyecto : Abjasia, dice, es una paradoja, "existe sin existir, en un vacío liminar, un espacio limitado entre dos realidades".
"¿Como se construye el estado? ¿El estado excluye o incluye? ¿Según qué criterios podemos considerar que un estado existe? ¿Y qué formas de representación le otorgan la realidad a un estado? Si todos los estados se erigen a través de ficciones colectivas, hay una pregunta sobre Abjasia : ¿Una ficción dentro de la ficción?... Como todo territorio reñido, Abjasia existe en un nudo de relatos contradictorios."
El proyecto se presenta bajo la forma de un intercambio entre Eric Baudelaire y Maxim Gvinija, que fue ministro adjunto, luego canciller de la República de Abjasia, y, como tal, uno de los principales protagonistas de los esfuerzos por obtener el reconocimiento internacional. Eric le escribe cartas a Max (editadas aquí) del 29 de junio al 11 de diciembre de 2012.
La Unión postal internacional no reconoce Abjasia : sin embargo 48 de esas cartas, en los sobres de las cuales un agente francés añade algunas veces a mano, "Georgia" o "Rusia", logran llegarle a Max (26 otras son rechazadas por La Poste, perdidas o devueltas al remitente, sin que uno sepa mucho con qué criterios, y esas, no las leeremos).
Pero Max no puede enviar correo desde Abjasia. Su respuesta es, de alguna manera, la película que Eric irá a rodar en Abjasia; es también la presencia cotidiana del ex ministro en Bétonsalon (luego en otros dos centros de arte en donde se presentará el proyecto, Bergen en Noruega y Berkeley en California) varias horas al día, hasta el 8 de febrero, para darse cita con quien desee verlo, y también para hacer tertulia. Una especie de actuación, un ritual cotidiano a la vez real y ficticio, animado por un político-actor.
Barco abandonado llamado «Cáucaso», en Sujumi, capital de Abjasia, en enero de 2014. REUTERS/Maxim Shemetov
Durante la hora que pasé con él, Max contestó a mis preguntas sobre su país, y debatimos sobre el concepto histórico de estado-nación. Es así que Bétonsalon es temporalmente la embajada de la República Abjasia en Francia: ¿porqué embajada? Primero pensamos en la película Anabase de Eric Baudelaire: ¿el prefijo "ana" significará de nuevo, o hacia arriba como en la Anabase de Xenophon?
Me parece más bien un "a" privativo, que denota ausencia, carencia, una embajada sin bases legales, una embajada que no existe. Esta cuestión del estado y de la nación se trata durante las ocho sesiones los sábados a las 15h, en dónde diferentes participantes amplían la reflexión. Entre ellos, el historiador de arte Morad Montazami (el 1 de marzo) y los filósofos Alain Badiou y Pierre Zaoui (el 8 de marzo).
¿Qué es un estado hoy?
Badiou y Zaoui hablarán de reinventar el estado, utopía o proyecto. Abjasia se convierte así en el vector de una reflexión bastante amplia sobre la libertad y la posibilidad de volver a inventar una nueva relación con el estado, a pesar de que lo que nos presentan aquí sobre la construcción del estado abjasio parece repetir los mismos esquemas que los estados-nación de los siglos XIX y XX: un estado definido sobre una base nacionalista, étnico-lingüística (la Constitución prevé entre otras que el presidente de la república sea de etnia abjasia), un estado previsto de todos los atributos del poder a su alcance.
Aquí no hay ninguna utopía, ninguna emancipación: ningún invento de un nuevo modelo, más bien se repiten de manera idéntica modos de definición del poder estatal. Fue sin duda inevitable a los ojos de los primeros dirigentes abjasios deseosos de acceder al concierto de las naciones.
Fue sin duda un paso obligatorio para construir un Estado durante la urgencia de la declaración de la independencia, sin interrogarse sobre las utopías posibles, sin tener ni el tiempo ni el deseo de experimentar inventos más revolucionarios
Es verdad que no hay ejemplos de que tales utopías se hayan puesto en marcha: la mayoría de los estados se crearon con el mismo modelo nacionalista, sin demostrar la más mínima originalidad. La excepción fue tal vez la revolución de 1917 (y otras tentativas de Repúblicas Soviéticas, como la de Béla Kun), pero el Estado Soviético adopta rápidamente todas las formas (incluso más) del estado clásico.
Israel es otro ejemplo de fracaso de las utopías, la utopía sionista se transformó en la construcción de un estado conquistador y colonial (algún parecido hay con Abjasia, para quien además Israel es una fuente de inspiración: expulsión de las minorías consideradas como "alógenas", e incitación al regreso al "país histórico" de los miembros de la diáspora de la etnia dominante; etnicidad selectiva que, allá, no se limita a la elección del presidente, sino que abarca el ejército y toda la estructura del poder.
Los estados que han llegado a existir o se han construido sobre bases post colonialistas o cuando han resultado de una secesión ( y los únicos reconocidos hasta hoy, salvo error, Timor Oriental y Kosovo) no han dado ninguna prueba de innovación en la construcción de su estado pues se han convertido en todos puntos similares al estado-nación clásico (la etnia ayer dominada se impone entonces para dominar a la minoría ex dominante).
Ni siquiera la autoridad palestina desde su asiento plegable en la ONU, ha innovado sobre este tema, su estructura de poder parece también totalmente petrificada dentro de un modelo rígido y caduco.
A este respecto, debemos decir que los abjasios, a pesar de que sufren de su no-estado, parecen infinitamente más favorecidos que los palestinos (con quienes algunos han querido compararlos): su pais no está ocupado, no hay bloqueo, el territorio es un solo bloque, no hay restricciones internas para circular, tienen accesos aéreos, marítimos y terrestres conectados al resto del mundo, la mayoría tiene pasaporte ruso, y sobretodo, tienen el control de su propio destino.
Hoy podemos soñar con un estado diferente, con bases del poder más amplias, con una relación diferente con los ciudadanos, con la redefinición de la democracia, con la refundación de la confianza entre ciudadanos y estado, en pocas palabras, con un modelo diferente de estado-nación moderno.
¿Dónde podremos encontrar los modelos utópicos que la creación de esos países hubiera podido concebir? ¿En dónde subsiste hoy la esperanza de estructuras estatales de un tipo nuevo, como lo fueron en su época la Confederación Helvética, el Condominio de las nuevas Hébridas, el Estatuto Internacional de Tánger, La Isla de los Faisanes, el Co-principado de Andorra, la Federación Bosniaca, y otras rarezas constitucionales que en realidad no lograron gran cosa?
Hace siete años, una exposición en el Palacio de Tokyo sobre el trabajo del artista norteamericano Peter Coffin cuestionaba ese estatuto mismo del estado; su título era "Estados (hágalo usted mismo)" (escribí sobre el tema en un articulado intitulado "Un Estado, para qué?"). Allí había 46 estados con todo, con sus útiles de poder : mapas, billetes de banco, sellos postales, pasaportes, uniformes, cetros, constituciones y proclamaciones. Pequeño detalle, uno sólo de esos estados existía "de verdad" (Mauricio), todos los demás eran inventados, a veces creaciones tangibles con existencia física, un territorio (como Sealand en una plataforma en el mar del Norte), pero eran sobretodo creaciones de la imaginación ya fueran una creación artística (Roberto Filiou, John Lenon y Yoko Ono, el Taller Van Lieshout) o fantasmas de utopistas más o menos megalómanos, para quienes crear un estado permitía realizar un sueño, llevar un mensaje, hacer el bosquejo de una nueva civilización; pero también asentar un poder, colmarse de títulos nobiliarios y condecoraciones, incluso evitar impuestos (y algunas veces una mezcla de arte y de fantasma, como con Glandolinia de Henry Darger). Hasta existe una guía Lonely Planet sobre esas micro naciones utópicas.
Por el mismo estilo, como los separatistas son siempre naturalmente considerados como terroristas por los poderes públicos que los restringen, pudimos ver en la última Bienal de Berlín, una instalación del artista neerlandés Jonas Staal que presentaba en una sala decorada con sus banderas, el proyecto de un congreso mundial de todos los movimientos que el juego diplomático mundial excluye ya que están considerados como "terroristas"; desde los zapatistas hasta los vascos.
Estos interrogantes sobre la aspiración al estatuto de estado, a un estado pre estatal (ya que la mayoría de esos movimientos no gobiernan un territorio) estará por otra parte en el centro del cuarto New World Summit, que Staal organizará en Bruselas en septiembre de 2014. El arte más fuerte que la realpolitik?
Si lo que esperábamos era una imposible utopía revolucionaria de la construcción estatal, este proyecto de Eric Baudelaire nos deja un poco insatisfechos, en cambio es totalmente fascinante por su construcción y su forma.
Enfoque artístico polimorfo
El proyecto de Baudelaire se construye con diferentes medios: sus cartas a Max, expuestas en Bétonsalon, la representación de Maxim Gvinija en el espacio de la exposición, las conferencias del sábado (que nos son periféricas sino totalmente a propósito del tema) y la película.
Primero tenemos el uso del correo postal, un medio totalmente anacrónico en la era de internet: hubiera sido más fácil, claro, enviar un correo electrónico o un SMS (a pesar de que Abjasia no tiene sufijo internet propio). Y además, el hecho de la materialidad misma de las cartas implica necesariamente una confrontación con el orden mundial como un intento para que los poderes internacionales (en este caso la Unión postal internacional que impone sus reglas a correos de Francia ) reconozcan a la fuerza a Abjasia. El uso de lo escrito, de la hoja de papel, del sobre, del sello postal, se inscriben en una tradición histórica que pone en juego "una potencia arcaica que frustra el fantasma de ubicuidad que determina nuestros modos de comunicación actuales", como dice Morad Montazami. Las cartas generan un ritmo lento, raro hoy en día, una construcción del relato con partes largas, plazos, y vacíos. Además, que un ex ministro se convierta en actor para una representación, es sin duda alguna poco frecuente pero no parece absurdo: no se necesita para nada que glosemos aquí sobre la política espectáculo.
Aquí la construcción compleja es sobretodo la película como clave del dispositivo. Ya habíamos visto a Eric Baudelaire renunciar, dicho sea de cierta manera, a su papel de director, para convertirse, en The Ugly One, en una simple correa de transmisión para un realizador/guionista lejano, ausente, y que da sus instrucciones diarias por fax: pues para esa película, como Masao Adachi no tenía autorización para salir de Japón, y cada día le enviaba a Baudelaire a Beirut las instrucciones para el rodaje de escenas, que sin ser autobiográficas, evocaban la vida de Adachi en Líbano dentro de la resistencia palestina.
Aquí el esquema es diferente: Max juega un papel de consejero y explorador, y Baudelaire sigue como director, no abdica. En sus cartas le pide a Max que grave sonidos, que conteste a sus preguntas, o que cuente historias hablándole al micrófono de una grabadora, que tome fotos, que señale lugares, que sugiera puntos de vista, como para preparar un documental.
Y después, poco a poco, de una carta a otra, tenemos la sensación de que Eric Baudelaire le transmite el poder, de que se deja guiar por Max:
"¿Estaré haciendo las buenas preguntas?"
"Si intercambiáramos nuestros papeles, ¿qué preguntas me harías?"
"¿Qué preguntas no te hice y que hubiera debido hacerte?
Él se interroga:
"¿Qué nos puede decir una imagen sobre Abjasia? ¿Sobre la imaginación?
¿Qué papeles deberíamos jugar?
Más allá de la problemática sobre Abjasia y el Estado, me parece que la estructura de este trabajo y su interés principal, residen en los cuestionamientos sobre la creación, el proceso de la narración de una historia, de la construcción de una obra.
Marc Lenot
El título de este artículo hace la paráfrasis de Ubu Roi, de Alfred Jarry (1896)