dimanche 31 mars 2019

Sophie Ristelhueber, lo vacío y lo lleno

30 de marzo 2019, por Lunettes Rouges


(artículo original en francés, aquí)



Sophie Ristelhueber, Sunset Years #5, 2019, 117 x 155 cm

Sophie Ristelhueber nos ha acostumbrado a imágenes de territorio, a huellas que se inscriben en una superficie, a una mirada afinada sobre los accidentes de la tierra (también cuando el terreno es una piel con cicatrices). Ni fotógrafa documental ni foto reportera de guerra, nos hace descubrir algo incongruente que nos cuestiona y nos molesta. Su exposición en la galería Jérôme Poggi (hasta el 3 de mayo) cuestiona, más que otras, el asunto de la escala: frente a esos «paisajes», primero no tenemos ni idea de si se trata de vistas aéreas (campos de batalla, por ejemplo, o desastres), o de criaderos de polvo.


Sophie Ristelhueber, Sunset Years #6, 2019, 117 x 155 cm

Aquí todo se opone formalmente: entre ocre y gris azulado, entre lo hundido y lo protuberante, entre lo seco y lo húmedo, entre derecho y revés. Nada es liso, nada es apacible, se siente una energía subyacente, violenta, destructora, casi impúdica, sin entender demasiado. El espectador (muy) atento detectará (aquí arriba) una palmera (esa si bien derecha) que escapó a la vigilancia de la artista cuando tomó la foto y que ella dice haber descubierto en el momento de la impresión; el visitante menos perspicaz leerá primero en la hoja de sala que las burbujas gris azuladas del asfalto parisino son hinchazones producidas por una energía subterránea, las raíces de los árboles que no logra contener: esos bubones purulentos no son sino huellas urbanas, sin duda exacerbadas por el calentamiento, pero en el fondo bastante inocentes, no era la puesta en escena dramatizadora (y humidificadora) de la fotógrafa. 

Sophie Ristelhueber, Sunset Years #2, 2019, 117 x 155 cm

En cambio, en las imágenes ocres, lo trágico no es fingido: son suelos derrumbados del Mar Muerto (en un territorio ocupado del cual Sophie Ristelhueber ya nos ha mostrado las cicatrices, de otras violencias). El bombeo intensivo del agua dulce del Jordán río arriba para satisfacer las necesidades de las colonias provoca, en las fronteras con el agua salada del Mar Muerto, un fenómeno de desmoronamiento de los suelos, muchas veces denunciado en vano (la colonización prima sobre la defensa de la naturaleza). Se trata del hundimiento del suelo, de la naturaleza, cuyo aspecto y realidad son aborrecibles. Aquí todo se escapa, la tierra, el país, la libertad, el agua, con un estruendo desesperante que no queremos oír (podemos salir de esto con una pirueta, diciendo que no se puede hacer el inventario de las interpretaciones posibles). 

Sophie Ristelhueber, Sunset Years #11, 2019, 117 x 155cm

Más allá de su belleza formal y de su carácter ante todo enigmático, entendí este trabajo en dos terrenos diferentes el uno del otro, no solamente como una estetización de lo extraño sino sobre todo como un grito sobre el mundo, un gemido de dolor. Es extraño que la artista (que tiene mi edad) le haya dado el  apacible nombre de Sunset Years, los años del crepúsculo, del final de la vida que se acerca tranquilamente. Ella que a menudo ha citado a Lucrèce y Thucydide hubiera podido encontrar una mejor inspiración en donde Jean en Patmos: lo que ella nos muestra es un Apocalipsis (aunque afirme que no quiere «hacer un trabajo sobre la violencia que le infligimos a nuestro planeta»).

Sophie Ristelhueber, Les Orphelins #6, 2019,  62 x 64 cm

Sophie Ristelhueber tiene, al mismo tiempo (hasta el 11 de mayo) otra exposición muy cerca, en la galería Catherine Putnam: imágenes que evocan su infancia (como en Vulaines), una pared cubierta de resoluciones (violadas) de la ONU a propósito de Palestina (aunque aprecio el propósito la forma para nada me convence) y sobre todo de mapas. No el atlas de referencia de Luigi Ghirri, sino mapas desdoblados: por un lado solamente nombres de lugares nada más y por el otro dibujos mudos de relieve y de ríos, que a veces reconocemos (Pirineos, Macizo Central) y con los cuales nos contentamos admirando la belleza formal. Este, arriba, irrigado de venas rojas más o menos gruesas, indica sin duda un medio de transporte, la importancia del tráfico de personas o de mercancías, pero es ante todo un desollado, una textura, una piel del mundo, una vez más.

Si desean pueden leer su libro de entrevistas con Catherine Grenier, en edición aumentada y en donde habla de esas dos exposiciones (con, qué lástima, una confusión en las imágenes, páginas 34 y 84).

Todas las imágenes cortesía de las dos galerías.

jeudi 28 mars 2019

Desastre en la MEP

27 de marzo de 2019, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)




Keiichi Tahara, Jardin Niva, MEP, 2001


Quizás yo no hubiera debido leer la entrevista de Simon Baker (« En cada temporada de mi programación habrá jóvenes y también cosas más históricas, fotógrafos de diferentes regiones, hombres y mujeres, homosexuales y heterosexuales...») antes de ir a visitar la exposición en la MEP (en donde había evitado cuidadosamente a JR y en donde esperaba muchísimo del nuevo director). Quizás no me hubiera dado cuenta desde la entrada de la falta de mantenimiento del magnífico jardín zen Niva de Keiichi Tahara (que recién falleció) con hojas muertas (¿desde el otoño?) y colillas; en todo caso, yo no hubiera relacionado esta negligencia con el deseo del nuevo director, de reemplazar el emblemático jardín de la MEP por «mesas y food trucks, «tengo ganas de un lugar abierto y vivo», puesto que «jamás ha funcionado»: iQué vergüenza! Quizás no me hubiera chocado ver tantos espacios, ayer dedicados a las exposiciones hoy vacíos, abandonados y mañana café o espacio pedagógico: todo el sótano está casi vacío, salvo unas pobres fotografías «pedagógicas» abandonadas allí.  


Yoon Kyung Jang, You and Seoul, Strange Seoul rave, 2018


Pero aunque no hubiera leído la entrevista, me hubieran descompuesto las tres exposiciones, tan «a la moda», chics y conectadísimas, que no existen sino por el marketing que hacen a su alrededor. Para empezar, la ganadora del Premio Dior del verano pasado en Arles, Yoon Kyung Jang, la futilidad misma: juventud de Seúl a la moda, bien juiciosa de tonos acidulados, cuya única audacia estética es el juego de superposiciones de imágenes dignas de un club de foto de los años 50 (hasta el 14 de abril).


Ren Hang


Luego el consentido Ren Hang nos conduce también a los años 50, en la categoría «prensa masculina»: tiene todos los ingredientes para gustar (incluidos los gatos), una vida trágica (censura, suicidio) y, detrás, el vacío, la nada, sólo cuerpos desnudos graciles e insípidos. Copiar a Araki o a Bourdin no es suficiente para hacer obra. Entre todas esas pequeñas provocaciones porno chics sosas e infantiles destacan solamente dos imágenes un poco más creativas, de cuerpos amontonados que ya me habían gustado hace 4 años pero que casi están plagiando a  Lucien Clergue. (hasta el 26 de mayo).


Coco Capitan, vista de la exposición


Pero falta lo peor: Coco Capitan, fotógrafa de moda de 27 años, que enfila las proclamaciones tontas (y cuidadosamente disléxicas con S y N al revés) con fotografías de una trivialidad inconcebible: autorretratos dignos de una adolescente en Facebook (aquí abajo), nadadores sin ningún interés, marcas de esperma sobre un carro (i«Cum on car»!), etc. (hasta el 26 de mayo).


Coco Capitan, Autorretrato


Para no ser totalmente negativo, aprecié dos o tres fotografías del oeste norteamericano, ruta hacia la desaparición (aquí abajo) o buzones abandonados, pasable.


Coco Capitan, The Road to Disappearance, Leamington, Utah, 2017


Según su discurso y su praxis, parece entonces que el nuevo director de la MEP (que, por otro lado, no cree  «que haya una fotografía francesa») quiere hacer un lugar a la moda, conectado y trendy, en donde las apariencias tendrán más peso que la calidad de las imágenes: de cierta manera un enfoque PalTok aplicado a la fotografía. Si, como lo teme Télérama (pero a Le Monde le gusta), es ese su compromiso, me parece que desde ahora me contentaré visitando la librería... 

Fotos del autor, excepto la 2 y la 6.

lundi 11 mars 2019

Un juego de 55 cartas (Jorge Molder)

09 de marzo de 2019, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)




Jorge Molder, Juego de 54 cartas, 2017, Comodín
em português

Un juego de cartas. En un juego, hay reglas y hay trampa. Las reglas primero : 52 cartas de cuatro colores (o 54 con sus comodines). Un dispositivo, un apparatus  (Foucault, Flusser), un marco bien definido. Un juego de cartas puede ser una competencia, unas imperiosas ganas de ganar, o quizás sea  un solitario, un juego contra sí mismo; podemos jugar por el placer o por la gloria, o por dinero, o los tres. Y atravesamos toda la gama social, del bridge a la malilla, del póker (mentiroso o strip) al solitario. Y ni hablemos del tarot. Entonces, lo que Jorge Molder presenta en el centro de arte que acaba de abrir (de nuevo) en el centro de Lisboa, es un juego de cartas, Carpintarias de Sao Lazaro (hasta el 30 de marzo). Reglas del juego : todo tiene el mismo formato cuadrado, todo (casi todo) es en blanco y negro. Y Molder está (como de costumbre) vestido de negro y blanco, traje y camisa (que veremos de nuevo al final). 

Jorge Molder, Juego de 54 cartas, 2017, Trozo

Pero las cartas están hechas para hacer trampa, claro. Pues hacer trampa es jugar en contra, es liberarse de la reglas y ser libre. Molder se las arregla diciendo que jugar no le interesa. Pero salpica su trabajo con pequeños indicios de engaño. Primero, un titulo en francés, de un artista portugués para una exposición en Portugal : ¿porqué? Seguramente por esnobismo de su parte. O quizás por juego sobre la ambigüedad de la palabra : juego en francés es tanto el hecho de jugar como el conjunto de cartas (en portugués, hay dos palabras : jogo y baralho). Hay referencias a Mallarmé, Duchamp, Perec : el juego como actividad intelectual antes que como pasatiempo o vicio, como con César en Pagnol («me rompes el corazón«) o con el pobre Antonio das Arabias (y su perro Pilatas) en Aquilino Ribeiro. Todo eso en un país en el cual una decisión de la Corte Suprema para reglamentar los juegos de azar, cita a Dostoievski, a Zweig y al susodicho Antonio das Arabias (en 7.1.1).

Jorge Molder, Juego de 54 cartas, 2017, Clave

Y además, ¿54 cartas? Pero si yo aquí cuento i55! Otra «trampa». Cuatro «colores» para 13 cartas (Caras, Manos, Trozos, Espectros, en lugar de Corazones, Diamantes, Picas y Tréboles). Dos comodines, o sea 54. Y la número 55, es esta « Clave », un cubito de color, perdido en un inmenso fondo negro, casi invisible allí en donde está (mal) colgado, único toque de color indeterminado (junto al primer comodín) en un universo de blanco y negro, es un diapasón disimulado, medida de toda cosa, que nadie mira y que podría ser la clave de todo ese trabajo. Pues lo que aquí cuenta no es el valor de uso de las cartas sino el concepto que las da a entender. Por otro lado, es su Clave misma la que clausura la monografía del artista, la cual se abre con otra imagen igualmente sencilla y enigmática (de la serie « A interpretaçao dos sonhos », 2009).

Jorge Molder, Juego de 54 cartas, 2017, Espectro

Aquí, ni Cezanne, ni Caravaggio, ni La Tour. Imágenes que nos dan la impresión de haberlas visto, como si todo el trabajo de Jorge Molder (caso todo, pues algunos trabajos no son autorrepresentaciones) fuera una sola obra, expresada sin cesar, renovada, recreada, con el paso del tiempo. Como si volviéramos siempre al mismo tema. Pero no nos equivoquemos : ese tema no es el autorretrato, Molder no representa sus emociones y estados de ánimo, no entra en la categoría de los autorretratistas sistemáticos (Rembrandt, van Gogh, y tantos fotógrafos desde Robert Cornelius). Tampoco utiliza su cuerpo para personificar o para contar un cuento (como Molinier o Cyndy Sherman por ejemplo). Su cuerpo, sus manos y su rostro no son sino el material que usa (siguiendo un enfoque muy diferente, Francesca Woodman hizo igual). Escribe Hans Belting para concluir el capítulo (« lo propio y lo extraño ») que le dedica a Molder en Faces : « fotografiando a un doble ataviado con una máscara de su propia cara », subraya la « ambivalencia programática entre la cara y la máscara ».

Jorge Molder, Juego de 54 cartas, 2017, Espectro

Hablemos entonces de las fotos en sí. Mientras que la exposición en el MIEC de Santo Tirso fue, aparentemente, más lineal, aquí la estrechez del lugar y su forma irregular impusieron rupturas y verticalidades que no son todas muy buenas (como la dificultad para ver Clave). No seguiré entonces el recorrido de A a Z sino que comenzaré por Espectros, en tres hileras. Aquí, y únicamente aquí, vemos su cuerpo entero : en medio, seis imágenes de director de orquesta gesticulando, habitado por una danza interior en la cual nos arrastra; arriba seis imágenes de dolor, de desesperanza, una torsión del busto rodeado de negro. Abajo, sola, dramática (quizás demasiado en ese dispositivo en hileras), una imagen del agotamiento, de la caída, del fin, devorada por la sombra. 

Jorge Molder, Juego de 54 cartas, 2017, Cara

El color de « Caras » es naturalmente el más expresivo : mímicas de dolor, de sueños, de sorpresa, de tristeza; en primer plano, de frente o de perfil (una vez cabeza para abajo), nítidas o borrosas. La máscara misma. 

Jorge Molder, Juego de 54 cartas, 2017, Trozo

Los trozos (la palabra significa también « bocados ») son detalles en primer plano grande, su ojo desorbitado, su boca gritando, hueco negro a la Bacon que parece retarnos (y Beckett también, el de Not I). El último Trozo es una mano que indica el siguiente color.

Jorge Molder, Juego de 54 cartas, 2017, Manos, vista de la exposición

Mientras que las otras fotografías incitan a una mirada empática y contemplativa, las Manos, son imperativas, indican, dirigen, ordenan : puño levantado, escansión, señales. Ahí se ve el envejecimiento (Molder tiene mi edad), los tendones, la artritis. Cosa rara del colgamiento irregular, la última mano está cortada del resto, está aparte, en su rincón.  

Jorge Molder, Juego de 54 cartas, 2017, Comodín

Dos comodines, que  también quieren ordenar e indicar el recorrido impuesto, el orden de los colores; el alfa y omega. El primero es un titulo, «Juego de 54 cartas», fotografía de la caja, y mirándola bien, es una fotografía en color. El último, en el extremo, en el mismo rincón que la última mano, es una herramienta de la ausencia: la ropa usada para las fotografías, dispuesta como si el cuerpo estuviera ausente y hubiera dejado una huella. Imagen mortuoria. El juego de cartas era un juego de escena, el actor cuelga los guantes...

Jorge Molder, Juego de 54 cartas, 2017, Trozo

Jorge Molder es indudablemente el mejor fotógrafo portugués contemporáneo que aún vive (Helena Almeida acaba de fallecer), es un artista importante aunque sea desconocido fuera de su país (tiene una galería en Francia pero lo han expuesto poco). Actor enmascarado con su propia cara, encarna mejor que nadie el adagio a la Rimbaud « Yo es Otro ». El desconocido Henri van Lier le dedicó unas páginas, escribió (lo que Molder rechazó) que era « un fotógrafo filósofo, o un filósofo fotógrafo. Su trabajo está llevando a cabo una filosofía de la fotografía en acto ». Van Lier escribe también (y, comparado con el título en francés de esta serie, no resisto el placer de citar unas líneas, en el estilo inimitable de van Lier, nacido en Brasil) : « sus impresiones sutiles consuenan con la topología, la cibernética y la lógico-semiótica de la lengua portuguesa. Ellas se ajustan a la concavidad y reconcavidad de las nasales, del portugués, al oleaje largo y vago, a los calores tactiles pero difusos, las penumbras, los deslizamientos rítmicos, los índices de curvatura imponderables, las inflexiones, sobre todo lo lejano cercano […] Asunto de textura más que de estructura ».


Jorge Molder, Juego de 54 cartas, 2017, Mano

Las fotografías de Jorge Molder no son mudas, pero son taciturnas, interrogativas, molestas. Nos arrastran hacia un juego fascinante y peligroso. ¿Y cómo podríamos jugar a ese juego sin poner en juego nuestra propia vida?

Todas las imágenes de la serie se pueden ver en este pdf (textos en inglés al final).  
Dos entrevistas en portugués : sobre su vida, y sobre su trabajo.

mardi 5 mars 2019

Sumario enero febrero 2019 y libros recibidos

28 de febrero de 2019, por Lunettes Rouges

(original en francés, aquí)

8 reseñas este bimestre

02 de enero : Libro sobre el Arte Marginal (no solamente Dubuffet)
15 de enero : Libro sobre Bruegel, más allá de lo visible
04 de febrero  : Waiting (Beckett & otros)
11 de febrero : Un vacío en la imagen (Manuel Casimiro)
18 de febrero : Rumanos en París
22 de febrero : Los Juegos de Jacqueline de Jong
23 de febrero : Foto africana en Ámsterdam, y la inspiración del Nuncio
25 de febrero : Las imágenes de imágenes de Luigi Ghirri



Libros recibidos (fuera de los catálogos de exposición inventariada)(no traducidos al español).

Daniel Marchesseau, Diego Giacometti, Sculpteur de meubles, Editions du Regard, 2018 / sobre su hermano pequeño, desconocido, una monografía muy completa sobre su trabajo de creador de muebles : simbólica animal, sencillez en las formas (también él) y el maravilloso cuarto de libros de Marc Barbezat (el editor de Jean Genet), un ensueño (pero se fue para Japón). Leer aquí y allí.

Fotografías de Oan Kim, música de Ruppert Pupkin (alias Emmanuelle Destremau), Premio Swiss Life a cuatro manos, con un CD y un pequeño encarte enamorado y medio borrado; huellas, una arqueología enamorada. Leer aquí.

Silvi Simon, Chimie lumineuse, Galería Yves Iffrig y Editions In Extremis, 2018 : quimigramas (incluyendo películas), e instalaciones para inmersión (cine experimental; ver Burstscratch) en esta fotografía experimental. Texto de Dominique Païni.

Jean-Daniel BaltassatLa Tristesse des femmes en mousseline, Calmann-Lévy, 2018. Una novela de tres niveles (o más, quizás) : Paul Valéry en 1940/45, misántropo solitario es increpado por una Casandra en una exposición de Berthe Morisot (le pregunta cómo es posible disfrutar de la belleza y del arte en tiempos tan horribles), él ha recogido a una joven judía rescatada y recuerda su juventud, el Paul Valéry de 25 años, escritor joven lleno de admiración cuando conoce a Mallarmé, a Degas (hermoso retrato de Degas), a Regnier y ... a Berthe Morisot; y el carnet de Berthe Morisot que Mallarmé le hace leer, que ocupa 130 páginas de la novela y habla del exceso de amor y de su amor por Edouard Manet (ella se casa con Eugène, su hermano). Una ficción my bien documentada, bastante bien construida, en la cual todo gira alrededor de ese « exceso de amor » y de una acuarela « Lindero, Bosque de Fontainebleau, agosto 1893 », además de la posibilidad del arte después de Auswitchz. Me había encantado Le Valet de peinture, van Eyck y la virginidad de la Infanta Isabel de Portugal; me pondré a leer sus otras novelas. De Morisot yo no tenía sino una imagen convencional, « femenina » aplastada por el machismo de la historia del arte y de las pinturas mismas) y que es hora de revisitar : una pintura de luz y de melancolía en medio de la vanguardia de 1890, veremos pronto y desde ahora. Leer aquí y allí. Y pueden ver esto.