11 de mayo de 2023, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
Fotografía aficionado, autor y fechas desconocidos, colección Sébastien Lifshitz |
Excelente idea la de hacer una exposición sobre la borrosidad fotográfica: la borrosidad es evidente y omnipresente pero nunca se habla de ella. La comisaria Paulina Martin a quien debemos esta exposición en el nuevo edificio de Photo Elysée en Lausana (hasta el 21 de mayo), había sobresalido con la exploración de los márgenes fotográficos, con una exposición y un libro sobre el vacío en fotografía, la carencia, otro tema ignorado por los doctos historiadores. La borrosidad es ante todo un error, una falta, la marca del principiante: movimiento del fotógrafo o del fotografiado durante la toma, mal ajuste, cámara defectuosa. Pero aunque borrosa se guarda por su función de memoria, su «ha sido» cuenta más que la imperfección y la distorsión: las borrosas nalgas anónimas que vemos arriba debieron ser tan importantes para su anónimo fotógrafo que las conservó preciosamente. En la entrada de la exposición hay un listado bastante (anti)pedagógico de todas las maneras de obtener un borroso: barrido, movido, empujado, pixelizado, etc.
Pierre-Émile Péccarère, Mendigos delante de la catedral de Bourges, hacia 1851, papel salado, 26.2×20.2cm, colección Serge Kakou |
Pero todo el interés de esta exposición es por supuesto la borrosidad voluntaria e intencional: después de una sección sobre la borrosidad en pintura (que tiene mucho más que ver con la disimulación del toque del pincel, demasiado material y que hay que suavizar para hacer «como si el cuadro se hubiera pintado él mismo», tal como escribe Théophile Gauthier a propósito de Daubigny), otras once secciones detallan los aspectos artísticos e históricos. Si en el daguerrotipo cuyos trazos son fuertes, la borrosidad es un error, el calotipo de Talbot aporta una gran suavidad y cierta neblina estética que alegra mucho a Baudelaire. Pero con una mirada más política que estética me llamó la atención este daguerrotipo de Pierre-Émile Peccarère, en el que los mendigos delante de la catedral de Bourges están difuminados: ¿son ellos los que no quieren jugar al juego ni entrar en la norma? ¿O es el fotógrafo el que los rechaza y vuelve invisibles? En contraste con la dictadura de la nitidez realista del daguerrotipo (y en general de toda una corriente de la fotografía francesa) los pictorialistas (en especial los ingleses con Julia Margaret Cameron a la cabeza) hacen de la borrosidad una religión, un ideal artístico. Robert de la Sizeranne escribe una bonita fórmula en 1897: «la borrosidad es a la esperanza lo que la esperanza es a la saciedad», glorifica su «deliciosa vacilación» y la compara con las «sugestiones inciertas del alba», en contraste con la «seca definición de los mediodías». Es una lástima que los carteles de las fotografías de Cameron traduzcan «sitter» por guarda (¿canguro?) y no por modelo.
Henri Martinie, Paul Nizan, 1931, 19.6×12.9cm y Robert Desnos, 1927, 20.3×13.2cm, col. Photo Élysée |
Después viene la borrosidad científica (y anticientífica con las fotografías espiritistas), la borrosidad amateur (Zola y Lartigue), la borrosidad del movimiento (la belleza de la imágenes de Loïe Fuller bailando), la borrosidad en el cine (la interesante película experimental de Henri Chomette llamada «claro-oscuro») y la borrosidad llamada comercial que se refiere la estilo del estudio Harcourt: ¿Cómo idealizar el modelo, cómo acentuar ciertos rasgos de la cara y borrar los aspectos menos atractivos? El fotógrafo Henri Martinie lo logra con los retratos de dos hombres singularmente feos, Paul Nizan y Robert Desnos, que obtienen así el uno y el otro un encanto evidente.
Man Ray, La Marquise Luisa Casati, 1922, copia analógica sobre placa de vidrio, 24x18cm, reproducción mural en la exposición |
Luego del recorrido bastante largo se llega a la manera como los artistas del siglo XX se apropiaron la borrosidad y es un placer pasar de Moholy-Nagy a Man Ray, de las vortografías de Alvin Langdon Coburn al borroso accidental de las vitrinas de Atget. Exploramos la solarización, el quemado, el fotograma, la desfocalización, la doble exposición, la sobreimpresión. Admiramos las distorsiones de Kertész, las prostitutas mejicanas de Cartier-Bresson, los adoquines nocturnos de Brassai. Entre tantas imágenes emblemáticas, muy bien revisitadas, con otro ángulo, aquí arriba quizás la más célebre, la famosa Marquesa Casati, borrosa a propósito por Man Ray y no accidental como lo pretendió.
Robert Capa, 6 de junio de 1944 en Omaha Beach, reproducción mural en la exposición |
La borrosidad de la modernidad muestra la velocidad y el movimiento, esquí, carro (la célebre fotografía de Lartigue que al principio de juzgó mala y después se convirtió en ícono) y fotorreportaje: una gran reproducción mural muestra una imagen del desembarco por Roberto Capa y ya nadie cree en un error en el momento del desarrollo, como se pretendió al principio, más bien muestra el pánico de Capa bajo los disparos. La ironía está en que Capa intitula su autobiografía embellecida «Ligeramente desenfocado». La sección sobre la borrosidad subjetiva no se distingue verdaderamente de las otras secciones modernas y contemporáneas que usan deliberadamente aparatos de calidad mediocre (Bernard Plossu, Nancy Rexroth) con el fin de liberarse de las obligaciones estéticas y las técnicas perfeccionistas; también está la fotografía subjetiva de Steinert; William Klein y un lienzo de Gerhard Richter que escribe: «mi relación con la realidad tiene que ver con la borrosidad, la inseguridad, la inconstancia, lo fragmentario».
Ruth Erdt, Das Haus I + II, 2013, impresión de inyección, 72x100cm, col. Foto Élysée |
La última sección sobre la fotografía contemporánea es tan rica (con una excepción: la incompresible ausencia de Michael Wesely) que uno pasa más tiempo que en las otras. Se empieza con esta citación de Lemagny: «la borrosidad permite contemplar a simple vista la materia constitutiva de la fotografía, sus cualidades tactiles de aterciopelado, lisura o vibración». Ruth Erdt hace uso de la técnica: a partir de un negativo nítido crea dos imágenes borrosas: la una cuando interviene en el desarrollado analógico, la otra con dos filtros numéricos. La misma imagen y una percepción alterada de dos maneras diferentes. Marion Balac usa el dispositivo de Google Street View para difuminar las caras, no las de los transeúntes, sino las de las estatuas. Sylvain Couzinet-Jacques oculta las formas de los manifestantes con capuchas; se trata de un gesto de protección, como el de Estefanía Peñafiel Loaiza con sus emigrantes pasando la frontera y que el paso del vídeo a la fotografía vuelve invisibles. Pero Couzinet-Jacques no nos revela de qué tendencia son, black bloc o neonazis: protección genérica, enfoque más estético que político al igual que la neutralidad perturbadora de las sublevaciones de Didi-Huberman. Protección también, pero fracaso, los niños judíos de Christian Boltanski.
Christian Boltanski, Los alumnos de la escuela secundaria judía de la Grosse Hamburger Strasse, Berlin, abril 1938, 1991, dos fotos, caja de metal y tela 21.6×23.2x6cm, col. Nicolas Crispini |
Finalmente, la borrosidad puede resultar del intento de agotamiento de la imagen por acumulación. Si el trabajo de Idris Khan, que superpone millares de imágenes de un sitio dado (aquí todas las vistas desde el Empire State Building encontradas en internet) es bastante conocido, aquí descubrimos el trabajo mucho más político y conceptual del quebequés Martin Désilets que emprendió un proceso enorme y devorador (Opalka): fotografiar todas las obras de arte del mundo (o en todo caso todas las pinturas expuestas en todos los museos que visita en América del Norte y Europa) en una sola imagen, superponiendo millares de ficheros numéricos hasta obtener una fotografía monocromo negra y borrosa que sintetiza en una sola imagen todo el arte del mundo. Y no se ve NADA: agotamiento, desecación, anonadamiento total, finitud.
Martin Désilets, Materia negra, estado 66, 2022, impresión de inyección 84×126.5cm, col. Photo Élysée |
Es una exposición muy completa (a veces demasiado: ocurre que en ciertas secciones el interés se relaja y al final renace) sobre un tema marginal, desconocido, y de cierta manera molesto. Hay también un catálogo y un libro más teórico, producto de la tesis del comisario, pero de eso hablaremos otro día.