4 de mayo de 2023, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
Jules Borelli (1852-1941), Retrato de muchacha joven, Etiopía, septiembre 1885-noviembre 1888, copia a la albúmina, 16,7 x 12 cm. Museo del quai Branly |
Esta exposición de fotografías antiguas (1842-1911) en el Museo del Quai Branly (hasta el 2 de julio) tiene como objetivo mostrar que al principio de la fotografía esta no era exclusivamente europea. Salvo ciertos detalles, es una muy buena exposición, basada especialmente en las colecciones del museo (y algunos prestamos) y es el fruto de una investigación exhaustiva (y escribo antes de haber leído todo el catálogo) que aporta una mirada innovadora sobre una historia de la fotografía que se presenta casi siempre como si fuera casi exclusivamente europeo-norteamericana. Incluso (en la cronología, pero no hay ninguna imagen de él en la exposición, una en el catálogo) mencionan a Hercule Florence, que en general está proscrito de la historiografía europea y que sin lugar a dudas inventó la palabra «fotografía» y el objeto mismo, al mismo tiempo que Niépce, pero por desgracia para él lo hizo en Campinas, lejos de todo. La exposición se desarrolla a través de seis secciones cuyos propósitos coinciden, pero la primera sala es bellísima, un gabinete de daguerrotipos extraordinario. Es una lástima que antes de entrar haya que soportar un tejido jacquard sin interés de la artista egipcia Heba Y. Amin que retoma una fotografía del harem del vice rey Méhémet Ali Pacha en Alejandría hecha por Horace Vernet y su sobrino Frédéric Goupil-Fesquet el 7 de noviembre de 1839: la artista quiere «suprimir el enfoque orientalista y masculino incrustado en la imagen»; bueno, ya es suficiente, pasemos ahora a las cosas serias.
Desde la sala de los daguerrotipos vamos a Méjico, Bogotá, Lima, Teherán y también, por ejemplo a Somalia en donde el capitán Charles Guillain, durante una misión diplomática y comercial, es decir, pre-colonial, fotografía en enero de 1848, a dos muchachas semi desnudas a las que les pagó con una piastra y con «abalorios de vidrio, espejos y pañoletas de algodón». Es quizás la primera mirada (fotográfica) del hombre blanco sobre una mujer negra. Al lado vemos también el primer desnudo exótico, una amerindia de Amazonía en una hamaca, engalanada únicamente con sus collares; se ignoran el autor y el lugar, y por supuesto el nombre de la mujer. Las imágenes femeninas sensuales son excepciones en la exposición: hay poquísimas fotos con carga erótica y nada sobre la prostitución, siendo que, como subraya Olivier Auger, la mirada erótica colonial fue muy pronto un elemento importante de la fotografía (pensamos enseguida en el libro coordinado por Pascal Blanchard). ¿Será como dice Auger que las dos comisarias (francesas las dos) no lo pensaron? O ¿Una condición debida a la participación del Louvre Abu Dhabi? Desde la primera sala se ve hasta qué punto la difusión de la fotografía fue un instrumento de dominación, ya fuera demostrando la fuerza, hay una colección «antropológica» de cráneos indigenas, o por conformismo pues tenemos unos retratos de burgueses peruanos remedando a los burgueses europeos.
Pierre Trémaux (1818-1895), Lavandera egipcia, 1847-1854, copia en papel salado, Museo del quai Branly |
La segunda sección presenta el dispositivo del estudio, un mundo recreado y que cuenta con accesorios. Retratar a los aborígenes en un decorado artificial seudo-exótico es una forma de civilizarlos y de quitarles su singularidad. Que sean dignatarios de viaje por Europa o pensionarios exóticos de los zoos humanos, los extranjeros son fotografiados en los estudios europeos. Es interesante comparar el retrato casi bertilloniano que hace Philippe-Jacques Potteau de Abd-el-Kader, [prisionero y resignado: error de mi parte, en 1865 vino desde Damas para visitar Paris, le agradezco a Michel Mégnin por la corrección] en un estudio parisino y la imagen del mismo, noble y elegante, tomada por Gustave Le Gray en Amboise (no está en la exposición). La sección siguiente muestra al contrario, fotografías hechas fuera de Europa como una forma de apropiación visual, de control a través del conocimiento, de seducción con lo pintoresco (las fotos coloreadas de James Robertson, por ejemplo). Vemos bastantes paisajes y también escenas de género, por ejemplo la que hizo la rica aristócrata holandesa Alexine Tinne, que en 1862 realizó un viaje por Sudán en compañía de su madre y su tía por esas tierras salvajes (madre y tía fallecieron durante el viaje; encuesta interesante de Serge Kakou para identificarla en el catálogo). Con frecuencia, lo más interesante son los retratos: la hermosa etíope fotografiada por Jules Borelli se presta con gracia y sonrisa (Borelli, encargado de hacer mapas topográficos de la región y que se encontró con Rimbaud pero no lo fotografió, es una lástima). En cambio, admiro la resistencia pasiva de la lavandera egipcia, mujer del pueblo, que Pierre Trémaux distrae de su trabajo; se levanta sin soltar la ropa y el jabón, posa un instante con aire arisco, luego extiende la mano para cobrar lo que le deben («bacchis» apunta Trémaux) y sigue trabajando «sin preocuparse por el resultado de la operación»: enfrentamiento entre el explorador henchido de su arte y de la autóctona que se tiene que prestar al juego pero que silenciosamente manifiesta su hostilidad.
Abdullah frères, activos 1858-1900, Familia turca de paseo por el Monte Gigante en la desembocadura del de Mar Negro sobre la orilla asiática, 1860-1880, copia a la albúmina, 20 x 25.5 cm, BnF |
La siguiente sección presenta a los poderosos, reyes, principes y sus cortes, y su relación con la fotografía. Para ellos es una forma de entrar en la modernidad, una manera de adoptar prácticas y por ende virtudes occidentales como afirmación de su poder. El shah de Irán, el rey de Siam, algunos marajás hindúes fotografían (el sultán de Marruecos Moulay Abdelaziz hizo junto con Gabriel Veyre, un bonito retrato de mujer corriendo la cortina y sonriendo, como un convite); y la emperatriz Cixi que está en la historia mundial de mujeres fotógrafas, no está presente aquí. Algunos fotógrafos europeos se instalan, en los locales se crean tiendas. No creo que la exposición lo mencione pero con frecuencia los fotógrafos locales son miembros de alguna minoría: Francis Chit, Siamois chrétien, esclavos emancipados de América se instalan en Liberia o Nigeria, o los bastante numerosos fotógrafos armenios en el Medio Oriente (todavía es el caso por ejemplo, en Jerusalén). Entre ellos los tres hermanos Abdullah, Hovsep, Vichen y Kevork, son los fotógrafos oficiales del Sultán, encargados por él de documentar el imperio otomano. Esta encantadora imagen de tres muchachas de paseo a la orilla del estrecho en su bonita carroza, es un poema visual: y los velos de dos de ellas son tan livianos que no pueden disimular su belleza seductora: la que viste de negro es quizás la chaperona y no hay hombres a la vista. En todo caso, para aquellas aristócratas musulmanas que un cristiano las fotografíe no es un problema y no son las únicas en los archivos Abdullah.
Fotocopia |
Los fotógrafos locales, indígenas, al tiempo que reproducen los esquemas occidentales aportan una mirada diferente sobre su país. Por ejemplo, algunos fotógrafos mejicanos crean objetos híbridos, coloreados, con plumas. El liberiano Francis W. Joaque posa orgulloso con sus aparatos (pero aquí solo nos presentan una copia, la Biblioteca Nacional de España no quiso prestar el original). También tenemos una hermosa sección de fotografías malgaches y los retratos de jóvenes y jovencitas son especialmente buenos (ver aquí abajo una fotografía de Joseph Razafy). La exposición hubiera podido explorar más la diferencia de la mirada entre fotógrafos europeos y fotógrafos locales, en ese sentido me parece que existe un verdadero tema de investigación. La siguiente sección presenta la fotografía como herramienta de inventario del mundo, con fines científicos, geográficos, etnográficos, y, por supuesto políticos y algunas veces religiosos, un tema ya más o menos iniciado en las secciones precedentes. Además, su difusión en Europa refuerza el sentimiento colonial: un tema que hubieran podido desarrollar más (máxime considerando que esta exposición también dejaba insatisfecho).
La última sección tiene un título curioso (Los límites de la visibilidad) habla de las guerras (Felice Beato, uno de los primeros fotoperiodistas de guerra no muestra sino los cadáveres de los soldados enemigos, hindúes o chinos mas no europeos), fotografías prohibidas pero no robadas (por ejemplo el pastor George Wharton James en donde los Hopis). Frente al objetivo de los oficiales franceses Henri Gaden y Henri Goudaud, quienes lo capturaron, el emperador Samory Touré, hecho prisionero por la armada colonial francesa y encarcelado, afirma su dignidad y su resiliencia; su discreta sonrisa parece provocarlos y sostiene en las manos un Corán. Morirá cautivo unos meses más tarde. Esta imagen ampliamente difundida en Francia (una postal en la exposición) como símbolo de la victoria colonial muestra ante todo un vuelco en el poder (como los argelinos de Marc Garanger) y más tarde será ampliamente utilizada para glorificar la lucha anticolonial. Terminamos entonces con esta imagen y con las fotografías militantes de Eugène Maunoury que denuncia la deportación de habitantes de las islas Marquesas hacia Perú que van para trabajar como esclavos: la fotografía instrumento colonial se convierte disimuladamente en una herramienta descolonizadora.
Catálogo con Joseph Razafy (1881-1949), Una mujer y dos hombres mirando una fotografía, Madagascar, Toamasina, 1912-1913, tirage sur papier aristotipo, Museo del quai Branly |
Es una muy buena exposición aunque tal y como subraya Olivier Auger, África del norte no está muy representada y la conquista de Argelia no figura ni siquiera en la cronología inicial. El propósito es ambicioso aunque a veces me hubiera gustado más político; quizás hubiera sido preferible que junto con las dos comisarias francesas hubiera habido un historiador de la fotografía procedente de un país del Sur y así obtener un discurso más político y más equilibrado. Las copias son en su mayoría de excelente calidad. Y después de esta exposición la historia de la fotografía se encuentra menos europeo centrada. Catálogo gordo (400 páginas, bastantes ilustraciones pero bastante caro 69 euros; co editado con Actes Sud), pero no es verdaderamente un catálogo (no hay lista de las obras expuestas, ni siquiera de las 101 fotografías presentadas), sino más bien una selección de ensayos sobre el tema: 48 autores, diez ensayos y unas cincuenta reseñas detalladas, y una bibliografía grande de 11 páginas. Necesito tiempo para leerlo...
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