22 de abril de 2023, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
Ragnar Kjartansson, Me and My Mother 2015, video, 20’25 », captura de pantalla, foto del autor |
¿Bienal anual? ¿Y para un sólo artista? ¿El que podría haber realizado la mejor obra del siglo XXI? Ragnar Kjartansson está de moda, es evidente. El Palacio de Tokio (PalTok) «descubrió» a este artista islandés en 2015, y actualmente es una estrella mundial. El hecho de que haya consentido venir a este lugar, lejos de los sitios del poder y de la moda, para ocupar un viejo monasterio deteriorado (hasta el 16 de julio), con 13 obras de las cuales por lo menos una ha sido elaborada especialmente, llena el ámbito de felicidad y admiración, y la prensa portuguesa canta alabanzas. Podemos pasar rápidamente frente a las piezas que no son vídeos, entre el eslogan «no sufra más», sacado de unas pastillas para la tos e inscrito en una torre del monasterio y unos paisajes de montaña para decorar (mal) pintados sobre tablas de madera ordinaria, es mejor interesarse por sus películas que son bastante fascinantes. La exposición empieza con una escena de violencia intrafamiliar: cada cinco años desde el 2000, el artista y su madre se encuentran en casa de ella, en un decorado casi inmutable, bonitas encuadernaciones en las estanterías (con fotos de él de niño), pantalla de lámpara con fleco y su madre, durante una larga secuencia (de 7 a 20 minutos dependiendo de los años) él la escupe: la arpía es la víctima pasiva. De secuencia en secuencia los dos envejecen, claro, y reproducen incansablemente la misma escena de violencia cómplice. Aquí, al lado de la pantalla, de manera simbólica, el torno de los niños expósitos del monasterio (arriba a la derecha): la pauta está dada. Hay unos vídeos mas bien espectaculares por la forma y un discurso entre religioso y simbólico demasiado evidente.
Ragnar Kjartansson, Song, 2011, video, 6h., captura de pantalla |
El trabajo de Kjartansson está basado en la duración y la repetición: al adicionar la duración de los videos presentes en la exposición, hay más de 180 horas (uno de ellos, Figures in landscapes, dura siete días sin interrupción...). Agotamiento del tema y agotamiento del espectador, puesto que la mayoría son formas musicales simples que se repiten sin cesar. El vídeo Song dura seis horas durante las cuales las tres sobrinas del artista, bellezas nórdicas más bien estereotipadas e insípidas vestidas con trajes a la antigua que de vez en cuando dejan escapar un seno rosado, cantan sin parar la misma letra « The weight of the world is love » (bastante alejado del atrevido Allen Ginsberg) recostadas en un podio drapeado con satín azul, mientras que la cámara rueda a su alrededor en un decorado pretensiosamente neoclásico. Sobre el satín unos libros que hacen el papel de leer, una guitarra que a penas tocan, espejos y cepillos para el pelo. Quizás haya demasiados símbolos. Encontramos un esquema similar en el vídeo God, en el cual en un decorado de satín rosado, Kjartansson vestido de crooner engominado, con cara de lelo, acompañado por una orquesta que pasa del meloso al brusco, canta durante media hora « Sorrow conquers happiness » para terminar casi en éxtasis, los ojos hacia el cielo. Podría ser hipnótico pero se sienten demasiado el artificio y el método.
Ragnar Kjartansson, The Visitors, 2012, instalación video, 64′, captura de pantalla |
Pasemos sobre otras piezas menos interesantes y admiremos sin negar nuestro placer la instalación The Visitors: en un corredor largo cuatro pantallas de cada lado y una novena en el fondo. En la mansión Rokeby al norte de estado de Nueva York, un grupo de músicos islandeses toca una canción durante una hora « Once again, I fall into my feminine ways », cada uno en una de las piezas de la mansión y un coro en la escalinata delante de la puerta: seis músicos, dos músicas y una persona desnuda dormida en una sábana verde, pianos, batería, acordeón, cuerdas. De pantalla en pantalla, caminando por el corredor se va de sala en sala, de instrumento en instrumento (pero sin la perfección técnica del Motet de Janet Cardiff). Al final, todos se encuentran en una sala, en una pantalla, bebiendo, fumando y luego corriendo por el parque. Es bonito y distrae. Kjartansson es muy bueno para la puesta en escena y para orquestar, sus obras son placenteras y agradables pero es difícil encontrarles un sentido profundo. Al discurso más o menos filosófico y espiritual que presenta le falta densidad; hay que tomar esas piezas como momentos agradables y superficiales, sin más. No es seguro que sea la mejor obra de siglo XXI...
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