13 de abril de 2023, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
Johannes Vermeer, Vista de Delft, hacia 1660-61, óleo sobre lienzo, 96.5×117.5cm, Mauritshuis, La Haya |
¿Cómo hablar de la extraordinaria exposición Vermeer en Ámsterdam (hasta el 4 de junio, pero vendida) sin decir demasiadas futilidades? ¿Cómo añadir ideas que no hayan sido formuladas ya cien veces y mejor? Nada más deprimente que releer el excelente libro de Daniel Arasse, L'ambition de Vermeer, quedar fascinado y ponerlo en su lugar dándose cuenta de que su ojo está cien veces más aguzado que el mio, que vio y entendió cosas que yo ni siquiera vi y que no se francamente qué escribir... Bueno, tenemos 28 cuadros de los 37 de, o que se supone son de Vermeer; y son 28 cuadros que están en nueve salas, grandes y amplias; a veces un sólo cuadro por sala. Hay muchísima gente pero uno no se siente agobiado (como por ejemplo en Jacquemart-André), aunque algunas veces haya que esperar uno o dos minutos para estar frente al lienzo. ¿Qué falta? Hay dos vacíos graves: El astrónomo (Louvre) y El arte de la pintura (Viena), el primero porque se encuentra en perfecta simetría con El geógrafo, el segundo porque es uno de los cuadros más alegóricos de Vermeer con una dimensión reflexiva y nunca lo vendió (leer a Arasse). No sabemos bien porqué esas dos grandes obras no fueron prestadas y es una lástima. Otra de las obras que faltan es Muchacha dormida (Metropolitan) y Retrato de una mujer joven, también del Metropolitan, de cara poco agraciada y del que se supone que es el único retrato de Vermeer para otra persona, quizás una de sus hijas. Los otros cinco cuadros que faltan pueden ser considerados como secundarios en relación con la riqueza de esta exposición.
Johannes Vermeer, La alcahueta, 1656, óleo sobre lienzo, 143x130cm, Gemäldegalerie Alte Meister, Dresde |
Voy a intentar entonces escribir algunas impresiones, algunas sorpresas, algunos descubrimientos a lo largo de mi visita de la exposición, sin pretensión, y, temo que sin gran originalidad. Para empezar, en la primera sala, admirar en la Vista de Delft, una composición en estratos horizontales (ribera, río, ciudad y, los 2/3 del lienzo, el cielo) y quedarse fascinado por las aberturas en La callejuela, esos huecos negros en los que se pierde la mirada. Recuerdo mi emoción ante esos dos cuadros que vi en la Orangerie en 1966, una de las primeras exposiciones de pintura de mi vida, emoción alimentada en el primer caso con la lectura de Proust (todavía tengo el catálogo). En la sala siguiente asombrarse ante los cuadros de juventud, dos cuadros católicos (recordemos que Vermeer se convirtió al catolicismo para casarse), Cristo en casa de Marta y María y Santa Práxedes, que no son inolvidables, como tampoco su único cuadro mitológico, Diana y sus compañeras. En cambio La alcahueta es por el contrario mucho más interesante: los hombres en la penumbra, la prostituta en plena luz con su pálida sonrisa y sus mejillas rojas de hija del pueblo, el contraste de las dos copas, la clara en la mano de la joven y la marrón en la del hombre de la izquierda, la tela colorada y el tapado negro de piel adornado con perlas que ocupan toda la mitad de la parte baja del cuadro, y el sorprendente flash luminoso incomprensible detrás de la columna en la parte de atrás de la alcahueta vestida como una monja.
Johannes Vermeer, Mujer con laúd, hacia 1662-64, óleo sobre lienzo, 51.4×45.7cm, Metropolitan Museum, NYC |
La sala siguiente muestra su primera escena de interior, Niña leyendo una carta, de Dresde. Es un cuadro emblemático de la manera como Vermeer compone geométricamente sus escenas con marcos sucesivos: la cortina verde, el marco del cuadro (descubierto durante una restauración de 2019, que a algunos no les gusta), la ventana y su batiente, el tapete; el encuadre deja fuera de campo elementos del cuadro y de la ventana. Encontraremos esos elementos de composición en casi todos sus lienzos. Aquí, únicamente la silla está en diagonal. Luego, La lechera, ella también orgullosamente sola en una sala: es la oportunidad para reflexionar sobre el vacío en la obra de Vermeer, puesto que un cuarto del lienzo está vacío, una pared blanca sin nada que contraste con la abundancia de objetos del bodegón sobre la mesa. Y, en la sala siguiente ponen de relieve el juego de aberturas hacia el exterior que es también un elemento clave de su pintura: Militar y muchacha riendo en el cual los espacios se cubren, Una dama escribe una carta con su sirvienta, con la mirada de la sirvienta hacia el exterior y Mujer con laúd, en el cual al contrario, los espacios están separados y contiguos y en ellos lo que está fuera de campo estructura todavía mas toda la composición: ventana cortada a la izquierda, mapa cortado arriba a la derecha, mitad del sillón a la derecha y alfombra parcial abajo.
Johannes Vermeer, Joven tocando la espineta, hacia 1670-72, óleo sobre lienzo, 51.5×45.5cm, National Gallery, Londres |
La sala siguiente presenta cinco cuadros de mujeres, de formato pequeño, de los cuales cuatro miran directamente al espectador: la singular Joven con sombrero rojo tiene un sombrero extraño de material desconocido, silla estrecha con leones (¿los leones están en el espaldar?), nariz pintada e iluminada de forma peculiar; Muchacha con flauta cuya atribución ha sido discutida (son los únicos cuadros pintados sobre tablas); Mujer joven tocando virginal cuya atribución también ha sido discutida, es el único Vermeer en colección privada (Leiden), con cara de sorpresa y desconcertada; la tan famosa Joven de la perla (a finales de marzo volvió al Mauritshuis) cuya boca entreabierta y húmeda y mirada interrogadora fascinarán hasta siempre. Y, concentrada en su trabajo la no menos famosa Encajera, único cuadro en el cual la luz viene de la derecha; es también una de las mejores ilustraciones de lo impreciso en su pintura. La sala siguiente está dedicada a la música, uno de sus temas predilectos: en La joven tocando la espineta y quien, luego de haber sido interrumpida nos mira sorprendida, notamos las oblicuas contrarias de la cortina y del arco y en la parte de atrás un cuadro de Dirck van Baburen de una prostituta tocando laúd que recuerda La alcahueta de Vermeer y que contrasta con la escena musical mas tranquila (podríamos escribir sobre la interrupción en la obra de Vermeer, la temporalidad suspendida en algunos de sus cuadros, cuando la intervención del pintor/oteador parece suspender el momento); y la Dama al virginal con Cupido en el cuadro de la pared. Lástima que falten La lección de música que Carlos III no quiso prestar, El concierto, con tres personajes y la Mujer tocando guitarra.
Johannes Vermeer, La carta, hacia 1669-70, óleo sobre lienzo, 44×38.5cm, Rijksmuseum, Amsterdam |
Luego, en la misma sala, La carta, en el cual el efecto umbral crea una composición sorprendente: en primer plano una medio penumbra, una pared sucia, un mapa que se ve en diagonal, una escoba, trapos, zapatos, papeles arrugados, un conjunto incongruente y doméstico, paso obligado antes de entrar en la escena misma, como un efecto de voyerismo. Después tenemos otros cuadros epistolares: la enigmática Muchacha de azul leyendo una carta, la pensativa Joven de amarillo escribiendo una carta, y la Dama con criada y carta, sobre el cual editaron recién un librito de la Frick Collection (con un bonito texto de James Ivory): perla falsa y armiño falso como símbolos de la duplicidad de la dama. En la sala siguiente dos cuadros de seducción, Dama con dos caballeros, con un curioso vitral con blasón y el retrato del marido cornudo (?) al fondo, y La lección de música interrumpida en la que la mirada de la joven nos atrae irresistiblemente hacia el lienzo. Muy diferente es El geógrafo, sin su homólogo astrónomo, un hombre solo, lo que es único en la obra de Vermeer (pintor feminista; tampoco pinta niños), pensativo, soñador, sin prestancia, arrebatado por una inspiración repentina, también ahí un momento suspendido.
Johannes Vermeer, Alegoría de la Fe, hacia 1670-74, óleo sobre lienzo 114.3×88.9cm, Metropolitan Museum, NYC |
Al final, se trata de verdad y fe. La dama con collar de perlas, también con un primer plano confuso y una pared vacía, es sin duda una reflexión sobre la vanidad. La tasadora de perlas evoca el juicio final, representado además en el cuadro del fondo, pero los platos de la balanza están vacíos. Y la exposición se termina con el cuadro más desconcertante de Vermeer, La alegoría de la fe. ¿Cómo asir la fe católica de Vermeer? ¿Porqué este cuadro? ¿Qué significan todas esas alusiones a la teología? La más notable es la esfera de vidrio suspendida, símbolo de pureza o de inmensidad del alma. Y ¿porqué se ven las vigas, caso único en su pintura con la lección de música? ¿Porqué la mujer mira hacia el cielo, algo burdo en relación con la sutileza constante de Vermeer? Algunos vieron una decadencia artística, su único error (Arthur K. Wheelock, Edward A. Snow); Arasse, al contrario, ve una prueba magistral de su ambición histórica (ser el igual de los más conocidos de sus contemporáneos) y teórica (elaborar la alegoría en el interior del género actual de la escena de interior y por lo tanto volver a pensar la teoría misma de los géneros). Para él es su única pintura no reflexiva sino transitiva, «para entregar un mensaje ideológico claro».
Hay tantas otras cosas que decir sobre Vermeer (que otros formularon mejor que yo): el cuadro en el cuadro (para ampliar sobre ese tema recomiendo el catálogo del Museo de Dijon); el surgimiento del mundo exterior a través de las combinaciones ventana-carta-mapa; la indiferencia descriptiva, como dice Arasse; el tiempo suspendido, etc. Muy bueno el catálogo de la exposición (320 páginas, en francés, recibido en servicio de prensa; reproducciones excelentes generalmente con detalles; bibliografía de 20 páginas, existe en inglés y holandés); más que un catálogo de obras propone numerosos ensayos originales, por ejemplo el del curador Pieter Roelofs, una «visita guiada» de la casa de Vermeer, el del curador Gregor Weber, una exploración de su universo pictórico y dos textos sobre la ilusión espacial y las ventanas; ensayos sobre la moda, la música, las cartas, etc. Además, un librito interesante sobre los mapas en la obra de Vermeer de Rozemarijn Landsman (Frick Collection, 128 páginas, en inglés, recibido en servicio de prensa), la mitad está consagrada a la identificación y a la historia de cada una de las cartas y relaciona algunas de ellas con las propiedades inmuebles de la suegra de Vermeer según el catastro.
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