16 de agosto de 2018, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
Michael Biberstein, Double Landscape, 1990 |
Michael Biberstein, nacido en Suiza, formado en los Estados Unidos y habiendo vivido muchos años en Portugal, falleció hace cinco años, y hay una bonita retrospectiva en Culturgest (hasta el 9 de septiembre). Cuando empezó era seco y conceptual, inspirado por la semiología y la filosofía analítica: una forma en el suelo y su dibujo en la pared, una linea en un lienzo y su paralelo en la pared vecina. Descomposición metódica, intelectual, y me parece, sin gracia, de todos los elementos de la pintura, pared, marco, lienzo, color, linea. Pensamos pero no sentimos nada.
Claude-Joseph Vernet, Naufrage, 1750, 76.5×138.5cm |
Menos mal que su panteón cultural no se limita a Wittgenstein, sino que comprende también Monet, Turner, Caspar David Friedrich, Rothko. Un día visitando el museo de arte clásico de Lisboa, se topó con este Naufragio de Vernet; este último pintó muchos de ellos, que se encuentran en Washington, Brujas, San Petersburgo, Aviñón, Troyes, Munich, Filadelfia,… pero el de Lisboa es posiblemente el más extraño. Es verdad que como los demás es un cuadro romántico, la escena de una catástrofe, en la que se mezclan lo sublime y lo informe, en la que el tema dramático y la emoción del espectador se supone deben hallarse en armonía. Pero es único porque la masa central parece escapar al análisis visual inmediato: ¿una roca? ¿un huracán? ¿una ola gigantesca? Roca en equilibrio, con contornos casi antropomorfos, entendemos rápidamente. Pero este instante de incertidumbre nos deja perplejos, desconcertados, con una sensación de "inquietante singularidad".
Michael Biberstein, Big Wide & Very Large Attractor, 1991 |
Después de haber descubierto ese cuadro, Biberstein hace una composición en dos lienzos, un dibujo y una pieza sonora, que han reconstituido totalmente aquí. Sus lienzos son brumosos, evanescentes; no se distingue ninguna forma, ningún indicio de realidad. Estamos ante su búsqueda de un paisaje, de un concepto de paisaje. La aspereza conceptual inicial ha cedido el lugar a un rico combate plástico con lo informe.
Michael Biberstein, K-Wide, 1991 |
Y es a partir de esa línea que trabajará. Sus lienzos son generalmente inmensos, hasta 12 metros de largo, uno se sumerge y lo envuelven completamente; pero, por ejemplo, mientras los Nenúfares generan más bien sentimientos de paz, de dulzura, incluso de alegría, más allá de su estética formal, los lienzos de Biberstein incitan más bien a una contemplación melancólica, suavemente inquieta, a veces hasta mística, como delante del «túnel» casi simbólico del lienzo completamente arriba. Si vemos (por ejemplo en el mismo cuadro) lo que podría ser una roca, la cima de una montaña, estamos esencialmente ante una abstracción, ante la evocación mental de un paisaje (mientras que los paisajes chinos, en los que naturalmente pensamos, hacen lo contrario, reducen la realidad a motivos abstractivos).
Michael Biberstein, ST, 1990 |
Para estructurar ese éter, esa vibración, Biberstein lo acompaña a veces de lo que él llama (impropiamente, habiendo desviado el sentido) una predela, banda de algodón negro, vertical u horizontal, que bordea el lienzo como contrapunto visual. Juega perfectamente con el contraste entre forma e informe, entre color e incoloro, entre vacío y lleno, es entonces cuando encontramos algunas de las preocupaciones de su juventud sobre la esencia de la pintura, que en adelante expresa de manera más sensible y más audaz. Cabe señalar una obra póstuma (para visitar antes de la exposición): el artista tenía previsto pintar un cielo en la cúpula de una iglesia de Lisboa, lo que fue realizado después de su muerte. ¿Una intercesión para el Paraíso?