La exposición de Ceija Stojka en la Maison Rouge (se acabó el 20 de mayo) molesta, primero porque se ha dicho demasiado «yo no sabía», o en todo caso «no estaba consciente de ello». Un genocidio ignorado que tuvo tantas dificultades para que lo reconocieran en la sombra del otro, un genocidio del que nadie hablaba, que ninguna organización, ningún estado, a fortiori, sacaba adelante, ¿qué sabíamos de eso? ¿el número de muertos nos salta a la memoria? ¿todo el mundo se acuerda del joven mártir y su Diario se lee en todas las escuelas? ¿Un memorial encontró su lugar en todas las memorias? Nada de todo eso. Todavía hoy hablamos muy poco de ello, lo pensamos muy poco. Hace seis años cuando estaba en Berlín, en el lugar en donde debía construirse no sin enredos, el Memorial homenaje a los romaníes y a los sintis exterminados por los nazis (finalmente inaugurado en octubre del 2012) no había sino una casucha de construcción enrejada.
Es por esa razón que Ceija Stojka, matricula Z6399 tatuada en su brazo, es tan importante. Porque cuando los discursos políticos no dijeron prácticamente nada, cuando los libros de historiadores no impactaron, cuando los raros testimonios se quedaron en la sombra, cuando se orientó y se oscureció la memoria, sólo una artista que vivió eso puede conmocionar las mentalidades, ella sola puede cambiar el curso no de la historia sino su percepción, y hacer justicia, restablecer equilibrios, resucitar la memoria.
Es verdad que es el arte de una autodidacta, un arte ingenuo, expresionista, en primer grado : les escenas alegres de antes y después de la guerra solo valen por los colores vivos, por su contraste apaciguado con las imágenes de la deportación, y nadie les prestaría mucha atención fuera del contexto (arriba un ejemplo de su devoción a la Virgen que encontramos en la exposición, estatua decorada con pedrerías de vidrio).
Pero esas pinturas o dibujos sobre su experiencia de deportada tienen una intensidad extraordinaria. Cuando Zoran Music revisita sus pesadillas, cuando Charlotte Salomon baraja sus obsesiones, Ceijka Stojka nos entrega un testimonio : dice, con palabras sencillas, los miedos de una niña de 10 años, la presencia materna reconfortante, la ausencia de temor frente a la muerte. Y es a causa de esos sentimientos simples y en bruto, y porque los revisita 40 o 50 años más tarde, que sus pinturas son tan fuertes. Es porque no sabe pintar que sus pinturas nos saltan al corazón (arriba una imagen de los niños escondidos en las hierbas altas para escaparse de los nazis, solamente aparecen sus ojos).
Para mí la obra más impresionante es ésta, tinta sobre papel del 8 de septiembre 2003 intitulada Dirección el crematorio : los detenidos ya no tienen rostro, sus cuerpos son solamente trazos, son muselmann, decían sus compañeros, es decir, hombres casi muertos. Otras obras tienen la misma fluidez, el mismo alejamiento de la representación : el horror no se puede representar, nos dice Stojka, solo se puede evocar, con esos trazos, esas sombras, esos fantasmas. No podremos olvidar.
Para completar esta experiencia, hay que ir al Museo de la Inmigración (hasta el 26 de agosto) : es verdad que es ambiguo considerar a los Romaníes o Zíngaros como inmigrantes (¿inmigrantes del interior? pueblo sin fronteras). Podemos ver una muy buena exposición de Mathieu Pernot sobre los Gorgan, que el año pasado mostraron en Arles (es un tema que le gusta mucho a Pernot) y también una exposición sobre la historia de los Zíngaros en Francia que el museo ha preparado. Está muy bien hecha y permite salir de los tópicos habituales. Es incomparablemente mejor que la catastrófica exposición de hace 6 años en el Grand Palais. Están Atget, Kertesz, Debise Bellon y Moholy-Nagy.
Es una mirada sobre los Zíngaros, es muy poco casi nada una mirada sobre ellos mismos. Salvo algunas fotos de familia tomadas por aficionados (Pernot incluye también las de los Gorgan), como las de la familia Demitro en Halifax, solamente hay dos fotografías zíngaras que dan testimonio de su propio pueblo : el escritor y fotógrafo Matéo Maxomoff (1917-1999, hijo de un romaní ruso y de una ramoní francesa; el artista, boxeador y guardaespaldas de Malraux, Gerard Gardner escribió su biografía) y Payo Chac (Jacques Leonard, 1909-1995, un francés, que se instaló en Montjuic por amor por Rosario Anaya; abajo). La fotografía que fue el instrumento de su represión (con libretas de viaje) sigue siendo un objeto de dominación que los zíngaros mismos no se han apropiado.
Es evidente, me parece, que en Francia y en otros lugares existe el racismo hacia los romaníes y ellos siguen al margen de una sociedad que no quiere aceptarlos ni integrarlos con su propia identidad. Dos exposiciones por muy buenas que sean no van a cambiar las cosas tal cual son, de hecho, en el fondo de cada uno de nosotros : al salir de la Maison Rouge y al ver a jóvenes zingaros mendigando, ¿nos sentimos menos molestos? ¿más compresivos? lo dudo.
Excelente catálogo sobre Ceija Stojka
Fotos del autor, excepto la tercera.
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