lundi 21 octobre 2024

Bienal de Lyon 1 : rarísimos los flechazos

19 de octubre de 2024, por Lunettes Rouges 




Michel de Broin, Mortier Fati – Lignes de lumières, 2024, foto del autor


Puede que sea inevitable, pero la Bienal de Lyon incluye grandes cantidades de piezas mediocres en medio de las cuales se pueden encontrar algunas que son espléndidas. En los hangares de los Grandes Locos uno se aburre rápido de todas esas obras que no son sino artificios para gustarle a los curiosos, y cuyo aspecto y cierto sentido, están más o menos relacionados con el lugar o el tema convenido: voces obreras de todas las maneras habidas y por haber, juegos musicales con botellas que complacen a los adolescentes, posibilidad de vivir experiencias atravesando un túnel de madera o un corredor de latex, una invitación a comer zanahorias, tópicos luminosos, etc. Y, fascinado por el derroche de feria, el visitante atónito, olvida que hay que levantar los ojos. En la bóveda herida de los viejos hangares, el canadiense Michel de Broin hizo un trabajo delicado, etéreo, sutil, reparador: las partes del concreto en peor estado van cercadas con un fina línea de luz, un tubo de neón cuyas formas ritman el recorrido de la sala. No se trata de disimular el defecto, al contrario, es para subrayarlos, enaltecerlos; es un himno a la resiliencia, un eco del kintsugi, aquel arte japonés con el cual se repara una cerámica rota pintando sus cicatrices. 


Feda Wardak, Les sols ont vibré, 2024, foto Jair lanes


En la primera sala de exposición nos recibe una instalación de la franco gabonesa Myriam Mihindou en la cual una armadura de hierros para hormigón, son antebrazos femeninos que se alzan hacia el cielo con un dedo levantado: ¿pregunta, pedida de permiso o indignación, rebelión? Otra obra sutilmente política, el bosque de columnas griegas del afgano Feda Wardak: columnas enterradas, rotas interrumpidas, suspendidas, que recuerdan la destrucción de su país (en este caso los sistemas de irrigación subterráneos) por los ejércitos occidentales, y también la memoria de Alejandro Magno. Más irónico es la batería de ollas a presión de la muy loca Pilar Albarracín que sopla la Internacional. Al lado, Deimantas Narkevicius de Lituania, cuenta la historia de unos estudiantes de Vilnius que en 1971 se reapropiaron la música de Jesucristo Superstar, prohibida en la URSS: no queda sino una película muda en Super 8 de una fiesta clandestina sobre esta música, película que Narkevicius recorta y vuelve a componer y que sonoriza toscamente. 



Victoire Inchauspé, Nothing/Everything to remember, 2024, foto Blandine Soulage


Menos política, más triste y sutil es la cabañita de Victoire Inchauspé, rodeada de un tapete de sal, universo de una blancura absoluta, en la que se entra como en un mausoleo: se camina alrededor de una tarima central en forma de barca (¿de Charon?), también de una blancura salina apenas adornada con algunas estrellas de bronce. Dos tornasoles inclinados, también de bronce, completan este oasis de pureza, meditación y duelo en medio de una sala ostentosa. 


Oliver Beer, Resonance Project: the Cave, 2022, photo Oliver Beer Studio


No se vaya a sentir desconsolado y váyase rápido para la Halle 2, en donde se puede pasar una hora en la instalación de Oliver Beer. En la penumbra hay 8 pantallas, 8 cantantes filmados en la cueva de Font-de-Gaume cuyas paredes están pintadas con bisontes. El dispositivo es constante: el micrófono bien visible y una lámpara en la mano del cantante. Cada uno canta una canción que marcó su infancia: los dos franceses cantan Au Clair de la Lune y Les Petits Poissons; una canción infantil que resulta ser un canto de rebelión de Haití; un himno de los obreros árabes socialistas; un poema de amor de Dinamarca, ... Los cantos se contestan, se superponen, el uno se calla el otro vuelve a empezar. Uno se puede quedar en el centro de la sala o al contrario ir de pantalla en pantalla para percibir mejor a cada uno. Al final, todos juntos tararean la misma melodía (filmada entonces 8 veces y sincronizada). La resonancia en la cueva es extraordinaria y los cantantes experimentan un entorno sonoro que no les es familiar. Olivier Beer persigue desde hace años la resonancia y la reverberación del sonido. Es posible que los pintores del paleolítico hayan cantado en la cueva. Es posible que la instalación sea capaz de crear un vínculo sensorial entre ellos y nosotros. En el sótano, hay pinturas obtenidas desplazando pigmentos con la vibración de los cantos (divertido técnicamente pero no más) y entrevistas apasionantes de cada uno de los 8 cantantes. Esta instalación, únicamente, merece tanta atención como todo el resto.






jeudi 3 octobre 2024

Carla Cabanas : esconder y revelar al mismo tiempo

26 de septiembre 2024, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)


Este texto, escrito para la exposición de Carla Cabanas en Alvito en la colección Marin Garpar, acaba de salir (en tres idiomas: FR/IN/PT) en el libro Carla Cabanas. De onde venho /Para onde volto (De donde vengo / A donde vuelvo) editado en la colección Marin Gaspar. En 2017 yo ya había escrito sobre su trabajo: «La imposibilidad de ver». 

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Una fotografía es, cada cual lo sabe, una imagen, una representación fiel del mundo real, lo que los teóricos de la fotografía como Rosalind Krauss[1] o Philippe Dubois[2] llamaron un «índice», y Roland Barthes[3] un «referente», es decir un rastro, una huella de la realidad. Una fotografía es una imagen impresa en papel que luego enmarcamos para colgarla en la pared y poder contemplarla con agrado por su belleza, por los recuerdos que evoca o por la información que nos da. Pero, en la exposición de la fotógrafa Carla Cabanas en Alvito no hay ese tipo de imágenes. No hay imágenes que podamos contemplar tan fácilmente; en las paredes de la exposición no hay representaciones convencionales. Solamente hay perturbaciones de la mirada, imágenes más o menos inalcanzables. Una modificación deliberada que parece ser un intento para no dejarnos ver las fotografías. 

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Desde la entrada nos confrontamos con dos esculturas tubulares que parecen ser arañas gigantes, tentáculos de metal oxidado incomodan el paso: se trata, dirán, de instrumentos para transportar fotografía. Las dos imágenes puestas se adaptan a la estructura, van enrolladas en tubos de tiendas de campaña que no se pueden ver totalmente, hay que desplazarse, combinar puntos de vista para percibir tal o tal parte y únicamente mentalmente, asociando las diferentes visiones, el espectador logra reconstituir la imagen completa (serie Seres Imaginários – tenda).



Al lado, y también en la sala pequeña, no solamente la fotografía está arrugada, doblada, sino que ha sido víctima de seísmos y de temblores tectónicos, de los cuales aquí no emerge  sino una cara y allí un cuerpo acéfalo que es difícil de reconstituir; además una barrera contraría el acceso a la imagen, es una reja oxidada parecida a las que protegen las ventanas de los choques y de los indelicados. Se trata, al mismo tiempo, de esconder y mostrar sin informar, para proteger de no sabemos qué secreto, qué intimidad. Percibimos que debe tratarse de la memoria, del recuerdo, pero frente al fracaso de la visión no sabemos cómo captar, sólo podremos conservarlo como una forma soñada, fantasmeada (serie Seres Imaginários – grade).



En otro lugar las fotografías son claramente planas, están enmarcadas, van puestas en los soportes, pero es la superficie misma que perturba y molesta la visión. En unas los personajes enmascarados con depósitos de oro sobre el papel fotográfico, son casi bajorrelieves relucientes: un gesto reparador del que hablaré más tarde; esta serie Seres Imaginários – ouro es una continuación de su primera serie con oro, I Don’t Trust Myself When I’m Sleeping II.



Las otras se ven borradas, raspadas, parcialmente destruidas: las esquirlas del papel raspado se amontonan en la parte de abajo del marco, vestigio del deterioro, testigos del acto destructivo. Una cara borrada, una mujer cuyo cuerpo se funde en la masa granulosa de la pared (como una Dafne mineral); llamas que surgen de abajo como el fuego del infierno que lame a los pecadores, o una lepra que invade poco a poco la imagen como un virus contagioso. La serie O que ficou do que foi fue repetida en varios álbumes, algunos con fotografías encontradas, de otros o de álbumes de la familia. 



También es obstáculo para la visión, la escultura Pinnacle Grouse (de la serie Seres Imaginários – O Bestiário), suspendida al techo y que gira suavemente sobre ella misma, como símbolo de ensimismamiento: la hoja doblada como un abanico recortado tiene un lado dorado y en el otro una imagen que, nuevamente, no podemos ver entera. Para ello hay que hacer una rotación de la pieza y después partiendo de las partes, recomponer todo mentalmente.  




Con esas piezas, Carla Cabanas pone en dificultades el concepto de planitud de la fotografía: sus imágenes son multidimensionales, ya sea con fuerza al igual que sus esculturas fotográficas, o discretamente cuando le añade o le quita materia a sus impresiones. En el primer caso podemos vincularla con la teoría de los objetos fotográficos desarrollada por Markus Kramer[10] y practicada por artistas como John Hilliard cuando empezaba, Seth Price, Spiros Hadjidjanos o Kelley Walker. En cuanto a su juego con la materia de la impresión, podemos ver ya sea una sustracción de materia que se aparenta con la escultura de talla directa (madera o mármol), o una adición como en la escultura por modelage (arcilla), así como la practica el escultor-fotógrafo Henri Foucault[11]. Otras piezas que no muestran aquí ponen en volumen el ocultamiento de la imagen y la visión frontal y directa de las fotografías se vuelve imposible: la serie Eclipse está hecha con cajas luminosas puestas hacia la pared que dejan escapar por los lados un poco de luz y en su interior podemos ver por reflejo, con dificultad, una fotografía encontrada. Podemos verlas de cerca, al sesgo: un recuerdo que no se podrá conservar sino vago y deformado. 

Esta dimensión adicional de la imagen fotográfica es, por supuesto, el resultado de una intervención física de la artista, de un gesto activo. Carla Cabanas no toma fotos, una acción según la cual el único gesto físico sería la presión del dedo en el disparador. Utiliza fotos tomadas por otros, recuperadas en álbumes de familia o en las Pulgas, y es ahí en donde empieza su trabajo: doblar, recortar, raspar, borrar, o pegar y cubrir con oro. En su video Quid Pro Quo, muestra cómo transforma una imagen que se vuelve otra con todas las vacilaciones, los errores, las pausas que el proceso creativo implica. La dimensión física y activa al transformar la imagen, también transforma a la artista que ya no es una fotógrafa-grabadora sino que se convierte en artista plástica que crea formas nuevas, entre dibujo y escultura.



Las dos salas más lejanas de la exposición presentan trabajos anteriores que datan de 2003, cuando la artista terminaba sus estudios de Artes plásticas en Caldas da Rainha, y desde entonces no los habían mostrado. En una de las salas (serie As tatuagens), diapositivas viejas (del tipo de esas que hacíamos en las vacaciones para luego proyectarlas a los invitados y contarles los viajes) se proyectan en su cuerpo transformado entonces en pantalla. Son imágenes estiradas que se ponen rojas. Su cuerpo superficie de proyección es el campo de un desdoblamiento de la imagen, de una propagación. A veces incluso, un ojo o la boca de un desconocido en la diapositiva coinciden con el ojo o la boca de la artista, como si ella se apropiara la persona, como si la devorara o fusionara con ella. Un desdoblamiento que evoca otras prácticas nostálgicas basadas en la misma forma, como el trabajo de la sudafricana Lebohang Kganye con su madre ausente; además, la absorción de las imágenes por el cuerpo de la artista recuerda el consumo eidético de imágenes por Lindsay Seers[16], o ciertas performances (trucadas) de mujeres medios o fotógrafos espirituales de principios del siglo XX, por ejemplo Marthe Béraud, que hacía aparecer imágenes de ectoplasmas en los cuerpos. Carla Cabanas retomará ese mecanismo de proyección de imágenes pero en el cuerpo del espectador que deambula en medio de un laberinto de retazos de tul suspendidos, y que sirven de pantallas transparentes que interrumpen el flujo luminoso y por un instante son el soporte de la imagen proyectada (A mecânica da ausência II).



La última sala muestra, una vez pasada la pesada cortina opaca que la cierra, ocho cajas luminosas rojas que en la oscuridad exponen un desdoblamiento del cuerpo mismo de la artista. Desnuda en su laboratorio con luz inactínica posa en un espejo directamente y acciona su cámara. En cada una de las fotografías de primer plano aparece un detalle del cuerpo: seno, cara, vellos íntimos que apenas se adivinan, una mano, los dedos de los pies, los ojos. Una de las imágenes más anchas muestra el cuerpo horizontalmente, como si fuera un yacente. El espejo recorta las formas y crea formas extrañas e improbables y a veces misteriosas. El espejo trunca, engaña, disimula y al mismo tiempo concentra la mirada. La mostración íntima de este conjunto sensual, presentado en su cofre secreto, genera una sensación a la vez turbia y excitante, un trabajo temprano (ya) que da testimonio de la relación ambigua y jugadora con la representación fotográfica y su deconstrucción. 




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Podemos ver las obras de juventud como el cuestionamiento identitario de una joven quizás todavía insegura. Se resolverá dando un paso al lado hacia imágenes más tranquilizadoras, más maleables, imágenes familiares, la suya o de otros. Es a partir de esas imágenes aparentemente más neutras que se hará su proyección, y ya no sobre su propio cuerpo: pudor, quizá, y también una forma de transferencia, de distanciación. Ya no es su cuerpo que será tratado, ilustrado, es el papel fotográfico que será manipulado como una piel: acariciado, maquillado, adornado, o en general recortado, rasgado, hendido, traumatizado y luego cicatrizado. 

Empieza con álbumes de fotografías de familias desconocidas que compra en las Pulgas, lo que le permite conservar cierta distancia en relación con su propia historia, perfeccionar su enfoque al tiempo que preserva sus recuerdos, desmontar el mito de la familia ideal ejercitándose con otros. Después se atreve a trabajar con las fotografías de su propia familia y se esfuerza por superar sus propias fracturas, sus emociones complejas: el recorte y el ocultamiento se vuelven una suerte de terapia. En las fotografías de extranjeros, sin duda ya muertos, su instrumento de recorte puede llamarse escalpelo, herramienta de disección en las autopsias; pero cuando se confronta con las fotografías de su familia (de personas vivas o que en todo caso ha conocido como tales), entonces es mejor llamarlo bisturí, herramienta de cirugía. 




Otro mecanismo de distanciación pasa por el libro de Borges [19] sobre los seres imaginarios, que en esta exposición inspira la escultura Pinnacle Grouse mencionada aquí arriba, que exponen en otro lugar, y la escultura A Bao A Qu (también de la serie Seres Imaginários – O Bestiário), una búsqueda de pureza como metáfora de su crecimiento. Nacidos de esas leyendas los monstruos de Borges se vuelven más fáciles de afrontar que monstruos demasiado familiares, y permiten entonces un desvío, una transferencia emocional más aceptable.

Una constante en el trabajo de Carla Cabanas consiste en esconder y mostrar al mismo tiempo, mostrar sin informar, entregar solamente una parte del sujeto, fragmentar el cuerpo y la imagen. Por supuesto que las formas siguen siendo reconocibles, a pesar de los huecos, los ocultamientos, las trampas, pero hay que hacer un esfuerzo para reconstruir la imagen. Es un juego constante entre presencia y ausencia. Al igual que un recuerdo no se revela solo ni fácilmente, también hay que reconstituir la memoria, luchar contra el olvido. Puesto que, y es evidente desde las primeras imágenes que vemos de la artista, se trata esencialmente, de un trabajo sobre la memoria y el olvido que esta conlleva.

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La fotografía ha sido siempre, desde hace casi dos siglos, un vector de memoria, un soporte de recuerdos, esto es prácticamente un lugar común, una evidencia. Volvemos siempre a Barthes, imprescindible: «repite mecánicamente lo que no podrá repetirse nunca más existencialmente [21]» y también: «La fotografía no recuerda el pasado. El efecto que produce en mí no es el de restituir lo extinguido (por el tiempo, la distancia), sino dar testimonio de que lo que estoy viendo sí fue.[22]» En la actualidad se volvió casi un tópico citar la fotografía de la madre de Barthes en el jardín de invierno y el vínculo que hace entre fotografía y muerte: «en adelante había que interrogar la evidencia de la Fotografía, no desde el punto de vista del placer, sino en relación con lo que llamamos de manera romántica el amor y la muerte.[23]» Cuando Carla Cabanas trabaja en especial fotografías de su propia familia, se encuentra confrontada con la dimensión melancólica y fúnebre de la fotografía, revisita el recuerdo de parientes hoy fallecidos. 

Pero, al intervenir en esas fotografías les devuelve el aura a esas personas desaparecidas: en línea con los experimentos de la fotografía espiritual de finales del siglo XIX, por ejemplo los del Doctor Hippolyte Baraduc y del Comandante Louis Darget[24], los estados de ánimo, los sentimientos, se inscribían en la fotografía misma, o, más precisamente, eran expresadas inconscientemente con las intervenciones en la impresión por parte del artista, para dar lugar a una fotografía «suprasensible de las fuerzas vitales». Una mujer cuya cara desaparece en la grisura de la pared detrás de ella, un soldado armado que se disuelve en espiral en el paisaje, unos niños incorporados en la vegetación, al igual que los monstruos dorados que se injertan o se confrontan con el personaje, ¿no son ellos también fantasmas del pensamiento?

Otras fotógrafas[25] intervienen en las fotografías de familia y las modifican, ya sea con trenzado (Samin Ahmadzadeh), bordado con hilo rojo (Carolle Benitah), trabajos con aguja (Christelle Cantereau, Delphine Melliès, Diane Meyer). Todas esas imágenes son al mismo tiempo «sacrificiales y nemónicas», pero Carla Cabanas es, junto con Odette England, la que le ocasiona más daños a la toma original. También podemos poner su trabajo como respuesta a las destrucciones fotográficas que Pauline Martin analiza en su libro[26] sobre el vacío en fotografía, en especial en los trabajos de recorte de Hans-Peter Feldmann o de borrado de Éric Baudelaire: una forma de violencia fotográfica, de ataque a la fragilidad de la fotografía[27].



Todo un aspecto del trabajo de Carla Cabanas está marcado por la violencia. Excava la imagen, la recorta, la corroe, la reduce a migajas, la vuelve polvo. Es una forma de ensañamiento, de destrucción deliberada de la representación, que no obstante la dulzura aparente de la artista, es como si gritara, se rebelara, rechazara. Quizás no debiéramos preocuparnos por la identidad de los modelos, por su cercanía y por los sentimientos que ella tiene por ellos; es posible que no haya que preguntar quién es el hombre del fusil, quién es el anciano engalanado con plumas doradas, quién es la mujer contaminada por la lepra de la pared, o porqué la niña derrama tal torrente de lágrimas de oro ante el joven alado. Poco importa, en el fondo, solamente debe ser importante para ella. Mirémoslo como material para su creación, un pretexto, más objetos plásticos que personas. No violemos la intimidad de la artista. Sean cuales fueren sus motivos más o menos conscientes en esta empresa de eliminación, lo que debe contar es la dimensión universal del trabajo. Aquí Cabanas pasa de su memoria individual a nuestra memoria colectiva.


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En esta empresa de ocultamiento, hay que darles un lugar especial a las fotografías tratadas con oro. La técnica es antigua, es la del kintsugi[28], una porcelana o cerámica rota se pega poniéndole laca y oro en las roturas. Este método reparador tiene en cuenta el pasado y la historia del objeto, acepta sus imperfecciones sin negar los accidentes que ha tenido. En lugar de disimularlas, las reparaciones son realzadas con el oro. Cuando se rompen un plato o un jarrón por ejemplo, ello no implica su final o que se vuelvan desechos, al contrario, se genera una resurrección, como el Fénix, un nuevo ciclo de vida después de la herida.  



El oro, imputrescible, inalterable, pero también maleable y dúctil ha sido en todas las épocas un signo de distinción, riqueza y poder, pero también un vector de elevación espiritual, de sagrado y de sublimación[29]. Las religiones más antiguas vieron en él una promesa de eternidad, de acceso a lo divino. Podemos referirnos a la edad de oro cantada por Hesíodo, evocar a Juan Crisóstomo es decir boca de oro, o revisitar toda la tradición alquimia de la Gran Obra. En los gestos mágicos de protección del muerto en los ritos del antiguo Egipto, pasando por los retratos de El Fayum, como durante las ceremonias funerarias gitanas[30] en las cuales los parientes depositan monedas de oro en los párpados cerrados del muerto, el oro es una protección contra la muerte, un seguro de vida en el más allá. Algunos artistas contemporáneos[31], Johan Creten, Louise Bourgeois, o, de manera más radical (y hasta su muerte dorada) James Lee Byars, revisitaron la resurrección por el oro del frágil mortal, transformado así en ícono suprahumano. En la obra No Body Never Mind 002 de los coreógrafos Ana Borralho y Joao Galante, los dos bailarines desnudos le pegan con su saliva hojas de oro al cuerpo del otro, otorgándole así la inmortalidad. 



Durante los salvamentos en alta montaña que tuve que realizar en otra vida, utilizaba con frecuencia mantas técnicas de supervivencia y creí percibir en la escultura Pinnacle Grouse una evocación de ellas; son mantas de doble faz que se usan para cubrir a los heridos, pueden generar calor por el lado dorado y frío por el lado plateado. En esos casos se trata de salvar, de desafiar la muerte, de proteger los cuerpos frágiles contra la violencia. Aunque esta interpretación es muy personal es verdad que Carla Cabanas cura sus fotografías heridas con el kintsugi: el oro del kintsugi valoriza las fisuras, muestra las debilidades, las repara y no esconde que fueron reparadas. Es lo mismo que la artista hace con sus propias angustias. 




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¿Cómo hay que ver las imágenes de Carla Cabanas? Primero podemos mirarlas con el prisma del estilo y de la ontología de la imagen: las intervenciones físicas, gestuales, casi esculturales, en las imágenes originales, hacen que la imagen ya no transmita tan perfectamente las informaciones de las que era depositaria[34]. Entonces lo que más cuenta además de su poder de representación, es, por una parte, su materialidad, la calidad de objeto físico, y por otra la relación que el espectador desconcertado intenta establecer con ella. 

El enfoque más evidente de su trabajo está yendo al terreno de la historia y del recuerdo, viendo en las partículas de memoria un deseo de pertenencia, la voluntad de herencia, en resumen, la búsqueda de identidad. La imposibilidad de ver las imágenes enteras es idéntica a nuestra incapacidad para recordar todos los detalles de nuestro pasado. Ello evoca, por supuesto, En busca del tiempo perdido, y también el misterio infinito, hasta ahora apenas resuelto, de los mecanismos neurológicos de la memoria. 



La memoria de su familia y también la memoria de los lugares (puesto que también tiene un vínculo con Alvito) y más generalmente la memoria de una época, son para ella objetos de averiguación, superación, mutación. De cierta manera en este mosaico de imágenes construye su propio autorretrato, construye su propia imagen en el interior de una red de relaciones familiares y también sociales e históricas. Como le decía el fotógrafo y poeta Denis Rocha poco antes de su muerte en 2015, a su técnico de revelado Guillaume Geneste: «Lo formidable con la fotografía es todo lo que tiene alrededor.[35]» Alrededor de la fotografía están la ausencia, el silencio y la angustia. 

Y cómo no interrogarse entonces sobre la voluntad de ocultamiento, de destrucción, de invisibilización de las imágenes, de los recuerdos, omnipresentes en el trabajo de Carla Cabanas. Sin explorar necesariamente la dimensión sicológica, sin despertar los fantasmas dormidos detrás de las imágenes, hay que reconocer y aceptar esa dimensión más oscura, la inquietante singularidad, sin inmiscuirse, tomando la distancia necesaria. Es esta ambigüedad la que hace la fuerza de su trabajo. 


Todas las fotos (c) Carla Cabanas.


Pido disculpas por la  pour la numeración discontinua de las notas de fin. 


[1] Rosalind Krauss, « Notes on the Index: Part 1 & 2 » in The Originality of the Avant-Garde and Other Modernist Myths, Cambridge, MIT Press, 1985, p. 196-219.


[2] Philippe Dubois, L’Acte photographique, Paris, Nathan, 1990, en especial los capítulos 1 a 3.


[3] Roland Barthes, La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía, Paris, Cahiers du Cinéma / Gallimard / Seuil, 1980, en especial capítulo 32, páginas 119-122.


[10] Ver Markus Kramer, Photographic Objects, Heidelberg, Kehrer, 2012.


[11] Ver Henri Foucault, Paris, Léo Scheer, 2005.


[16] Ver Lindsay Seers, Human Camera, Birmingham, Article Press, 2007.


[19] Jorge Luis Borges, El libro de los seres imaginarios, Paris, Gallimard, 1987.


[21] R. Barthes, op. cit., p. 15, ch. 2.


[22] Ibid, p. 129, ch. 35.


[23] Ibid, p. 115, ch.30.


[24] Ver Dubois, op.cit., p. 216-219.


[25] Estas fotógrafas se mencionan junto a Carla Cabanas en el capítulo « Manufacture photographique. Réparation et résilience » dans Michel Poivert, Contre-culture dans la photographie contemporaine, Paris, Textuel, 2022, p. 131-133.


[26] Pauline Martin, L’Évidence, le Vide, la Vie. La Photographie face à ses lacunes, Paris, Ithaque, 2017.


[27] Ver Marc Lenot, « Fragilité de la photographie » dans Héloïse Conésa (dir.), Épreuves de la matière. La photographie contemporaine et ses métamorphoses, Paris, Bibliothèque nationale de France, 2023, p. 29-33.


[28] Ver Céline Santini, Kintsugi, l’art de la résilience, Paris, Éditions First, 2018.


[29] Ver especialmente el catálogo OR del MUCEM, Marseille, 2018.


[30] Ver la película El tiempo de los gitanos de Emir Kusturica, 1988.


[31] Ver especialmente a Anne-Marie Charbonneaux y Gérard-Georges Lemaire, L’Or dans l’art contemporain, Paris, Flammarion, 2010.


[34] Ver sobre ese tema Vilém Flusser, Hacia una filosofía de la fotografía, Belval, Circé, 2004


[35] Citado por Guillaume Geneste, Tout autour de la photographie, Marcillac-Vallon, Lamaindonne (Collection Poursuites et Ricochets), 2023, p. 6 et paraphrase de la page 27.


dimanche 8 septembre 2024

Lecturas veraniegas


2 de septiembre de 2024, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)


Imagen de portada : Suzanne Lafont, Soplo nº2, 1992


Maurice Fréchuret, Respirer. La puissance créatrice du souffle. Presses du réel, 2023, 264 páginas.


Como de costumbre con este autor tenemos un libro denso, muy bien documentado y que ciñe ampliamente. Cómo el soplo, el aire, la respiración, han sido representados o concretados en el arte. Empezando por las manos prehistóricas para las cuales se sopla pigmento con la boca, seguimos con las velas y su llama frágil, luego con la música, soplo divino, y el aroma, también las burbujas de jabón. El soplo es también el soplo de la vida, y de la muerte también, el último suspiro. Y nos recuerda nuestra condición actual, entre contaminación y covid. Hay unas cien reproducciones, más de 700 nombres en el índice (y, claro, nos apetece sugerir otros). Recibido en servicio de prensa.


Imagen de portada : Jean-Michel Basquiat, King Zulu (detalle), 1986, col. MACBA


Édouard Dor. Basquiat, peintre du rythme (pintor del ritmo). Espaces et signes, 2023, 96 páginas.

Es un libro pequeño que sistemáticamente estudia las relaciones entre el arte de Basquiat (17 lienzos) con la música, para lo que reubica al pintor en el contexto musical de su época: hip-hop y jazz, claro (prefiere Charlie Parker que Louis Amstrong), y también música clásica y noise music. Recibido en servicio de prensa.


Imagen de portada : William Anastasi, Maintenance III, 1968.

William Anastasi. This Is Not My Signature. Galería Jocelyn Wolff y Mousse Publishing, 2024, 250 páginas, en inglés.

Este artista estadounidense que falleció a finales del 2023, poco conocido en Francia, fue ante todo un artista conceptual pero que amplió su campo a numerosos medios, fotografía, pintura, instalaciones, etc. Esta primera monografía tiene 70 páginas de reproducción de sus obras, unos diez ensayos ilustrados también, especialmente el de Éric Verhagen sobre las fotografías, el de de Robert Storr sobre los Subway Drawings, y el de Sébastien Pluot sobre los protocolos. Una biografía bastante documentada completa esta obra de referencia. Recibido en servicio de prensa.


Imagen de portada : Artemisia Gentileschi, Autorretrato como alegoría de la pintura, 1638-38, Col. royale Windsor


François de Bernard. La Chartreuse de Naples. Héloïse d’Ormesson, 2024, 352 páginas.

Es una novela extraña cuyo tema es interesante: la llegada de Artemisa Gentileschi a Nápoles y el desorden que creó en la comunidad artística. Pero el autor hizo algo sorprendente, y es que tomó como protagonista al narrador de la historia ... un cuadro. Es bastante desconcertante y no muy convincente. Recibido en servicio de prensa.


Gianni Bereno Gardin. Sicilia 1966/2008. Humboldt, 2024, 80 páginas, en italiano y en inglés.

En la muy agradable colección Viaggi nel tempo de este editor milanés (es el número 22), descubrimos de nuevo la pasión del fotógrafo por Sicilia, su curiosidad, su interés por la gente y sus costumbres y religión, por supuesto. Tiene 70 reproducciones de plena página, un texto del fotógrafo y otro, conmovedor de Ferdinando Scianna, también un ensayo de Franco La Cecla sobre la Pasión en Sicilia. Recibido en servicio de prensa.


Imagen de portada: Louis Boilley, Centre héliomarin de Montalivet, 1965


Bernard Andrieu (éd.). Paradis naturistes. La Martinière, 2024, 240 páginas, cat. exp.

Es probable que no vea la exposición en el MUCEM (hasta el 9 de diciembre) de la cual este libro es el catálogo. Pero, como formo parte de una generación en la que las revistas nudistas circulaban por debajo de cuerda entre nosotros, pre-adolescentes, reanudo con viejos recuerdos. Además, naturalmente, de una iconografía abundante (pero, me parece que sin conteos, 2/3 de mujeres y 1/3 de hombres), es un libro que presenta la historia del nudismo desde Monte Verita (texto excelente de Amélie Lanvin, comisaria de la exposición) hasta hoy, es un paseo por los lugares naturistas (principalmente en Francia); una sección sobre la mirada (masculina) sobre los cuerpos desnudos (femeninos), en especial la desnudez colonial, y una última sección sobre la filosofía naturista. Recibido en servicio de prensa.


Clémentine Thiebault. Voyeur ! Enquête sur un phénomène de société -Encuesta sobre un fenómeno de sociedad-, La Bête Noire, 2024, 174 páginas.18.50€


Compré este libro, encuesta periodística sobre el voyerismo pues alguien me había dicho que hablaban de Tichý. En efecto, un capítulo se intitula «El ojo torvo de Tichý»: una diatriba ridícula y de odio de alguien que no quiso entender nada de la obra de Tichý (y no cita como referencia sino un opúsculo y una película de sus investigaciones perezosas), y lo puso en una casilla. Va hasta asociarlo con el bastón-espía fotográfico que naturalmente, él nunca utilizó. Se queja de que los derechohabientes no la hayan dejado reproducir fotografías de Tichý (en su libro no hay ninguna imagen: ¿hubieran sido las únicas?).




samedi 24 août 2024

Sol negro de la melancolía (Luis Palma)


18 de agosto de 2024, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)


Este texto fue editado en inglés y en portugués, en el libro Twenty-Five Words or Less, para la exposición del fotógrafo portugués Luis Palma en el Museo de Faro (que acaba de abrir). 


Luis Palma, Cabeza de buey, Oporto 1983


Otras personas sabrán describir mejor que yo la euforia que sintieron los jóvenes portugueses después de la Revolución de abril, y cantar las emociones que se apoderaron de ellos entonces, su apetito por descubrir, viajar, la apertura hacia un mundo del cual habían estado al margen. Y es eso también que la serie Escuro de Luis Palma comunica. Después de cincuenta años en un sistema que les había ordenado quedarse orgullosamente solos, los portugueses podían por fin, volverse ciudadanos del mundo.  


Luis Palma, En los bastidores del concierto de los Clash, Madrid, 1981


Artes, literatura, cine, política, viajes: todo ese universo hasta entonces cerrado y coercitivo, se abría ante ellos. Y, para muchos esa nueva libertad se expresó con la música. Es lo que nos cuentan las imágenes más antiguas de la serie del joven Luis Palma (que tenía entonces 21 años), las de un concierto del grupo The Clash, en Madrid en 1981, en una España apenas liberada del peso de cerca de cuarenta años de franquismo, como si fuera un compañerismo de fines de dictadura. La euforia musical y rebelde tiene alegres perfumes de alcohol, de droga y de sexo, y la fotografía aquí arriba de una Eva con manzana, desvistiéndose, los evoca con júbilo. 


Luis Palma, New York, 1991


Aquella nueva libertad fue también la posibilidad de viajar, a Nueva York, Toronto o Londres para captar las imágenes dulce-amargas de una modernidad por fin accesible. La salida del yugo permitió entonces definirse de otra manera que según las normas del Estado Novo, inició la búsqueda de identidad, el descubrimiento del sí, que se nota en la mayoría de las fotografías. Ahora que los muros cayeron la libertad va de la mano con la pérdida de certezas, con una fragilidad nueva, rica en tensiones y angustias. Algunos de aquellos interrogantes eran sin duda genéricos: cómo ser portugués en aquel mundo inmenso, cómo afirmarse procedente de un país pequeño cuya gloria pasada fue olvidada. 


Luis Palma, Lisboa, 1990


Pero las imágenes de Luis de Palma muestran, me parece, angustias más existenciales, de forma reservada, expresadas sutilmente pero que transparentan la tensión en las imágenes con la densidad de los negros, con la incertidumbre sobre la mirada del espectador. Tenemos un juego de espejos engañosos (más abajo), camas inhabitadas de sábanas arrugadas (aquí arriba), crucifijos olvidados (abajo). Sin mostrar nada explícitamente se trata de ausencia y de muerte, de exilio y dolor. Al jugar con la densidad y la profundidad de los negros que invaden el espacio con frecuencia, Luis Palma consigue crear la singularidad inquietante que molesta al observador. 


Luis Palma, Paula, Oporto, 1993


En ciertas fotografías enigmáticas, surgen, de la negrura del fondo, un detalle, una llama, un fragmento de cuerpo: toda una realidad indecisa y que no se le entrega a la primera mirada. Otras son más directas: no es por nada que en la exposición de Coimbra las dos paredes de los extremos de la sala estuvieran ocupadas cada una con una sola fotografía grande, mucho más grandes que sobre los otras paredes laterales. La una (arriba) era una cabeza de buey despellejada envuelta en la oscuridad y que recuerda los tonos oscuros del Buey desollado de Rembrandt, una imagen que atrae y repugna al mismo tiempo: en el cuadro como en la fotografía la luz parece emanar del animal muerto. La pared que le corresponde al otro lado de la sala era una fotografía menos oscura pero no menos trágica, una joven desnuda que sufre del sarcoma de Kaposi que marca su piel de manchas negras (aquí arriba). 


Luis Palma, Lisboa, 1990


Quizás sean las imágenes de interiores portugueses las más melancólicas: lugares oscuros, cerrados, silenciados, estrictos, a los que el exterior no entra, a donde no se invita al extranjero, en donde la tristeza es omnipresente. Curiosamente, algunas fotografías me evocan las raras fotografías de Francesca Woodman en las que ella no aparece, imágenes de su apartamento bastante deteriorado en donde flota un fantasma. Sentimos la calidad visual del silencio, como en los interiores sencillos de Vilhelm Hammershøi. 


Luis Palma, Guimarães, 1991


Sobre todo una de ellas me fascinó, es como una alegoría del desdoblamiento, un paroxismo de desorientación de la mirada. Se trata, aquí arriba, de la fotografía de un espejo ovalado con marco dorado esculpido que la imagen no logra encerrar. Vemos entonces la pared en la que está colgado el espejo y la pared que refleja, es como una continuidad interrumpida por el marco: es una pared gris algo rugosa, la pintura parece sucia con unas marcas que la manchan. A los lados del espejo distinguimos tres flores de plástico que están sin duda en floreros sobre la cómoda frente a la cama. Como el vidrio del espejo es biselado, deja adivinar los ecos fragmentarios de la armadura de la cama, en el extremo izquierdo del crucifijo y, arriba una mancha luminosa. La luz procede de un curioso aplique en la cabecera de la cama y sólo una de las dos bombillas tubulares está encendida lo que deja detrás de ella una banda oscura en el lugar en donde está el ángulo de la pared. Por debajo, sobre una mesa de noche invisible vemos un marco metálico adornado con volutas cuyas curvas hacen eco con los arcos de la cama que penetra en la imagen por la izquierda. Dentro de ese marco tenemos el retrato ovalado de un hombre todavía joven vestido con traje completo: esposo fallecido o hijo que se fue a la guerra en las colonias. El retrato es como una apertura hacia el exterior de aquel mundo de encierro, como un escape de esa puerta cerrada. Quizás el Cristo crucificado tenga la misma función que la piadosa habitante (¿porqué estoy tan seguro de que es la habitación de una mujer sola?). Duplicación de la piedad, un rosario con el Espíritu Santo está suspendido debajo del crucifijo. Esta fotografía encerrada en ella misma está construida con un juego de repeticiones y duplicaciones que perturban la mirada: el espejo, el biselado del vidrio, la lámpara, la foto enmarcada y la cama, el crucifijo y la camándula, un juego que sólo rompe la presencia-ausencia del retrato, que significa muerte o exilio. A mí, me parece la fotografía más representativa de la melancolía que inspira esta serie. 

 

Luis Palma, Guimarães, 1991


Hasta ahora yo conocía a Luis Palma por su trabajo sobre los territorios, en donde cazaba las desigualdades, las deficiencias, las paradojas, a la búsqueda de las señales geopolíticas e históricas inscritas en los paisajes. En aquellos trabajos, al tiempo que daba testimonio de su compromiso, mantenía cierta distancia. Esta serie muestra un aspecto más íntimo, más personal, pero discreto, de su recorrido, de su «coming of age» después del 25 de abril. Y esa exploración a veces alegre y otras melancólica, se expresa con elementos visuales a través de imágenes más oscuras, más reforzadas y tensas, fortalecen así esta sensación. 


Todas las imágenes (c) Luis Palma, serie Escuro.