lundi 12 août 2024

Francis Bacon, más allá de la carne

 

11 de agosto de 2024, por Lunettes Rouges

Francis Bacon, Jet of Water, 1988, óleo sobre lienzo, 198×147.5cm, col. privada, NY.


Está claro que no hay una sola exposición de Francis Bacon en la cual no se destaque su homosexualidad. Lo que hace la originalidad de esta exposición en el MASP de San Pablo (se terminó el 28 de julio) es que está centrada en su relación con la piel, con la carne misma. Me gustan los hombres dijo, me gustan sus cuerpos, me gustan sus cerebros, me gusta la calidad de su piel. Ese punto de vista asumido por los curadores sobre la dimensión queer de Bacon es elogiable aunque a veces sea exagerado (tal boca baconiana bien abierta que grita no es necesariamente una alusión a la felación...). Pues aunque haya también carcasas de buey, aquí se trata de carne humana. La organización de las salas en función de los amantes de Bacon, Peter Lacy y luego Georges Dyer es algo reductora, es verdad, y la exposición pena a erigirse por encima de la anécdota, de lo vivido; pero presenta lienzos tan interesantes que el visitante, al cabo de un rato, logra tomar distancia por sí mismo. Así el Chorro de agua, arriba (admirado ya hace 15 años en el Tate: «una salpicadura violácea: el cuerpo de espaldas es apenas visible; la caja es como obliterada. Una flechita roja, recóndita, apunta hacia el surgimiento, la eyaculación, el temblor»), es ante todo un paisaje casi inhabitado, cerrado, ceñido, en el cual la única dinámica es el líquido, vibrante, diagonal. ¿Simulacro de eyaculación? ¿Parada en contra de la prohibición de la homosexualidad en La URSS en donde el cuadro fue mostrado por primera vez en 1988? Importa poco, es secundario y anecdótico frente a la fuerza de esta potente composición contrastada. 


Francis Bacon, Study from the Human Body and Portrait, 1988, óleo pastel, pintura aerosol y transferencia en seco sobre lienzo, 198×147.5cm, Museum für Gegenswartkunst, Siegen


En este Estudio de 1988 en el que muestra un cuerpo rosado y desnudo reducido a fragmentos (tal y como lo hace con frecuencia en su último periodo), unas caderas voluptuosas, piernas musculosas y un sexo, enorme, naturalmente, primero nos atrae la sombra en la pasarela diagonal, una sombra plana, aplastada, pero coloreada, como manchada: la carne misma parece chorrear en la sombra, es como una afirmación del lado oscuro y escondido. E, irónicamente, la pintura en blanco y negro de una fotografía más antigua del artista, que surge en el fondo colorido en lugar del tronco, para afirmar quizás su eterna juventud y su dominación de los instintos carnales. 


Francis Bacon, Walking Figure, 1959-60, óleo sobre lienzo, 198.5×142.5cm, Dallas Museum of Art


También tenemos formas humanas desplomadas, encerradas en ellas mismas (un hombre lavándose, como Degas), una mujer gritando (estudio para la enfermera de Potemkine). Pero el cuadro que más me impresionó es esta Figura en marcha de 1959-60, sin duda porque el cuerpo está apareciendo, entrando en el espacio por una hendidura en la pared, como si fuera un nacimiento. No hay ninguna estructura geométrica, ni construcción, ningún accesorio, ni polígono o cubo (¿porque diablos haber puesto este cuadro en un fondo verde? es horrible). Si uno no se limita a la fascinación por el cuerpo masculino (y, raramente, femenino), vemos gracias a esos cuadros, que el genio de Bacon procede primero de su capacidad para estructurar el espacio de sus lienzos como nadie y es eso lo que hay que descubrir por sí mismo en esta exposición, más allá de las apariencias. 







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