19 de octubre de 2024, por Lunettes Rouges
Puede que sea inevitable, pero la Bienal de Lyon incluye grandes cantidades de piezas mediocres en medio de las cuales se pueden encontrar algunas que son espléndidas. En los hangares de los Grandes Locos uno se aburre rápido de todas esas obras que no son sino artificios para gustarle a los curiosos, y cuyo aspecto y cierto sentido, están más o menos relacionados con el lugar o el tema convenido: voces obreras de todas las maneras habidas y por haber, juegos musicales con botellas que complacen a los adolescentes, posibilidad de vivir experiencias atravesando un túnel de madera o un corredor de latex, una invitación a comer zanahorias, tópicos luminosos, etc. Y, fascinado por el derroche de feria, el visitante atónito, olvida que hay que levantar los ojos. En la bóveda herida de los viejos hangares, el canadiense Michel de Broin hizo un trabajo delicado, etéreo, sutil, reparador: las partes del concreto en peor estado van cercadas con un fina línea de luz, un tubo de neón cuyas formas ritman el recorrido de la sala. No se trata de disimular el defecto, al contrario, es para subrayarlos, enaltecerlos; es un himno a la resiliencia, un eco del kintsugi, aquel arte japonés con el cual se repara una cerámica rota pintando sus cicatrices.
En la primera sala de exposición nos recibe una instalación de la franco gabonesa Myriam Mihindou en la cual una armadura de hierros para hormigón, son antebrazos femeninos que se alzan hacia el cielo con un dedo levantado: ¿pregunta, pedida de permiso o indignación, rebelión? Otra obra sutilmente política, el bosque de columnas griegas del afgano Feda Wardak: columnas enterradas, rotas interrumpidas, suspendidas, que recuerdan la destrucción de su país (en este caso los sistemas de irrigación subterráneos) por los ejércitos occidentales, y también la memoria de Alejandro Magno. Más irónico es la batería de ollas a presión de la muy loca Pilar Albarracín que sopla la Internacional. Al lado, Deimantas Narkevicius de Lituania, cuenta la historia de unos estudiantes de Vilnius que en 1971 se reapropiaron la música de Jesucristo Superstar, prohibida en la URSS: no queda sino una película muda en Super 8 de una fiesta clandestina sobre esta música, película que Narkevicius recorta y vuelve a componer y que sonoriza toscamente.
Menos política, más triste y sutil es la cabañita de Victoire Inchauspé, rodeada de un tapete de sal, universo de una blancura absoluta, en la que se entra como en un mausoleo: se camina alrededor de una tarima central en forma de barca (¿de Charon?), también de una blancura salina apenas adornada con algunas estrellas de bronce. Dos tornasoles inclinados, también de bronce, completan este oasis de pureza, meditación y duelo en medio de una sala ostentosa.
No se vaya a sentir desconsolado y váyase rápido para la Halle 2, en donde se puede pasar una hora en la instalación de Oliver Beer. En la penumbra hay 8 pantallas, 8 cantantes filmados en la cueva de Font-de-Gaume cuyas paredes están pintadas con bisontes. El dispositivo es constante: el micrófono bien visible y una lámpara en la mano del cantante. Cada uno canta una canción que marcó su infancia: los dos franceses cantan Au Clair de la Lune y Les Petits Poissons; una canción infantil que resulta ser un canto de rebelión de Haití; un himno de los obreros árabes socialistas; un poema de amor de Dinamarca, ... Los cantos se contestan, se superponen, el uno se calla el otro vuelve a empezar. Uno se puede quedar en el centro de la sala o al contrario ir de pantalla en pantalla para percibir mejor a cada uno. Al final, todos juntos tararean la misma melodía (filmada entonces 8 veces y sincronizada). La resonancia en la cueva es extraordinaria y los cantantes experimentan un entorno sonoro que no les es familiar. Olivier Beer persigue desde hace años la resonancia y la reverberación del sonido. Es posible que los pintores del paleolítico hayan cantado en la cueva. Es posible que la instalación sea capaz de crear un vínculo sensorial entre ellos y nosotros. En el sótano, hay pinturas obtenidas desplazando pigmentos con la vibración de los cantos (divertido técnicamente pero no más) y entrevistas apasionantes de cada uno de los 8 cantantes. Esta instalación, únicamente, merece tanta atención como todo el resto.
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