dimanche 24 novembre 2024

Kénosis y magia en la obra de Florence Jung

20 de noviembre de 2024, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)




En la Fundación Pernod Ricard (hasta el 1 de febrero), cuando se entra en la exposición de Florence Jung no se ve nada: paredes blancas, suelos blancos, ventanales que dan al patio Paul Ricard o a las carrileras de la estación Saint-Lazare. Nada, solamente letras en la pared o en el suelo, de B a H. Se puede pasear por las salas como quiera, mirar por las ventanas, pensar en la exposición Vacíos del Centro Pompidou, y no entender nada. La clave está en la letra A : una hoja de sala en la entrada enuncia nueve escenarios, una guía, un descifrador, quizás un psicopompo. 



Vemos entonces mucho que ver, por las ventanas, detrás de las letras, de los escenarios: lo que ocurre, lo que ocurrirá, y, quizás lo que pueda ocurrir en el momento preciso en el cual se está mirando, como si lo ocurrido se volviera intemporal. ¿Lo veremos? puede ser, con perseverancia y con suerte veremos a aquella persona que llega con retraso y cuyo olor a quemado no podremos sentir, o el mensajero entregando un paquete en el n°4. Se trata de parcelas de tiempo inmovilizado, robado, inalcanzable, frustraciones visuales y generadores de sueños despiertos. Son, como dice Ginzburg, huellas de vida que aquí se encuentran álgidas (como fotografías barthesianas). 



No es un vacío sino un vaciamiento, una kénosis, es decir una conjunción entre anonadamiento, metamorfosis y transposición. Si San Pablo en su Epístola a los filipenses (2.7) y los teólogos bizantinos al debatir sobre la Trinidad, veían la kénosis como un despojamiento divino del Cristo hecho hombre, la kénosis viene a significar más bien el hecho de encontrar en una simple imagen de Cristo la presencia de Dios, su encarnación, en suma su vaciamiento. No es presencia sino la huella de ausencia, como dice Jean-Baptiste Carobolante cuando intenta integrar la imagen en un relato de creencias. Si en una pintura de crucifixión Dios no está, pero de su paso queda un aura mágica y poderosa que nos encanta, ¿no sentimos una emoción similar frente a la ausencia-presencia, a la huella mágica que impregna la exposición de Florence Jung, una artista siempre dispuesta a despistar? Esa magia, la capacidad para traspasar los velos de lo invisible nos recuerda también la exposición actual en el Museo Rodin, Corps In.visibles (Cuerpos In.visibles) sobre la envoltura y la ausencia de cuerpo (en este caso de Balzac). 



Lo único que sentimos: que la entrada sea gratuita y que debería ser cara, no tanto para que la visita de la exposición sea percibida como meritoria y satisfactoria, sino al contrario, para que los ahítos, los drogadictos de la imagen, los que chupan televisión e Instagram, se sublevaran y fueran a reclamar el reembolso de la entrada, protestando «Es un escándalo, no hay nada que ver», y a quienes se les podrían entregar los psico-estimulantes y los analgésicos previstos en el escenario A. 


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