01 de agosto de 2018, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
Joana Vasconcelos, Valkyrie « It’s raining men », 2018, detalle de la instalación |
No es fácil escribir sobre una exposición de Joana Vascosuelos (en el Hôtel des Arts de Toulon, hasta el 18 de noviembre), ya que uno llega necesariamente con ciertos prejuicios: hasta la coronilla del croché a la portuguesa y de su «emblemificación» como representación feminista, rechazo de las obras decorativas vestidas de argumentos hiper-simplistas (como el tendedero de ropa Neoblanco o el orinal cubierto de encaje, Marcel Duchamp, claro), desconfianza ante el enfoque decorativo vestido de ideas simples que glorifica la artesanía, nostalgia de las obras potentes de su juventud, antes del éxito, lámpara de tampones y cama de Prozac. Y cuando uno entra en la exposición se deja coger por la fuerza de algunas obras (como en Versalles). En la entrada, las escaleras y el piso alto del edificio (que fuera una subprefectura muy al estilo del S XIX) están invadidos por una suspensión de ropa masculina de colores, camisas, corbatas, chaquetas, etc. que embisten (It’s raining men, 2018; según la canción); hay que abrirse camino en medio, sentir su presencia amenazadora por encima de nosotros, a veces dejarse rozar por ella, extrañarse de esa excrecencia obscena que se desarrolla en medio. No me importa mucho la interpretación básica sobre la omnipresencia de lo masculino, pero soy sensible a la maestría en la ocupación del espacio (que ya había inspirado aquí mismo a Pedro Cabrita Reis, de forma mucho más sobria; el eslogan de él no era «exagerar para inventar», al contrario, quitar, quitar siempre).
Joana Vasconcelos, Passerelle 2005 |
Tampoco me importa mucho el drama de los perros abandonados durante el verano cuando la gente se va de vacaciones, pero, a pesar de esa diatriba de buenos sentimientos, el carrusel de perros de cerámica que se estrellan con ruido y estallan en pedazos cuando el visitante pone en marcha el mecanismo (Pasarela, 2005), es ante todo una pieza absurda, cruel y divertida, que me fascina hasta incomodar, y pulso más y más el pedal.
Joana Vasconcelos, fashion Victims #2, 2018 |
Sin duda ya pasó la simpatía por las Fashion Victims (#2, 2018), y de nuevo la obra es muy superior al discurso que la acompaña: unas muñecas desnudas núbiles pero de rostros infantiles van siendo recubiertas por hilos que van saliendo de una bobinadora para hilar. Poco a poco los rostros van desapareciendo, las bocas son amordazadas, los brazos y las piernas amarrados, no quedan visibles sino los senos y el pubis.
Joana Vasconcelos, Blup, 2002 |
Y después el Blup (2002), allí una masa de colores tejida surge de un cartel de azulejos de tonos apagados: oposición entre lo duro y lo blando, lo industrial y lo artesanal, lo masculino (los obreros) y lo femenino (las tejedoras), pero para traspasar esa oposición, yo proyecto una reflexión más histórica sobre la relación entre la estructura y el decorado, la construcción y la fachada. Hace poco leía yo a Siegfried Giedion a propósito de la ingeniería como un inconsciente de la arquitectura, evoca un núcleo esencial, disimulado ante la mirada o reprimido por la consciencia, y que el historiador, o como aquí, la artista, es la única capaz de desvelarlo, «pelando» la arquitectura de sus máscaras decorativas para liberar una forma de inconsciente óptico: la energía de ese tejido que había estado encerrada dentro de la rigidez de la pared de azulejos y, liberada, explota hacia el exterior.
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