(artículo original en francés, aquí)
Sophie Ristelhueber, Sunset Years #5, 2019, 117 x 155 cm |
Sophie Ristelhueber nos ha acostumbrado a imágenes de territorio, a huellas que se inscriben en una superficie, a una mirada afinada sobre los accidentes de la tierra (también cuando el terreno es una piel con cicatrices). Ni fotógrafa documental ni foto reportera de guerra, nos hace descubrir algo incongruente que nos cuestiona y nos molesta. Su exposición en la galería Jérôme Poggi (hasta el 3 de mayo) cuestiona, más que otras, el asunto de la escala: frente a esos «paisajes», primero no tenemos ni idea de si se trata de vistas aéreas (campos de batalla, por ejemplo, o desastres), o de criaderos de polvo.
Sophie Ristelhueber, Sunset Years #6, 2019, 117 x 155 cm |
Aquí todo se opone formalmente: entre ocre y gris azulado, entre lo hundido y lo protuberante, entre lo seco y lo húmedo, entre derecho y revés. Nada es liso, nada es apacible, se siente una energía subyacente, violenta, destructora, casi impúdica, sin entender demasiado. El espectador (muy) atento detectará (aquí arriba) una palmera (esa si bien derecha) que escapó a la vigilancia de la artista cuando tomó la foto y que ella dice haber descubierto en el momento de la impresión; el visitante menos perspicaz leerá primero en la hoja de sala que las burbujas gris azuladas del asfalto parisino son hinchazones producidas por una energía subterránea, las raíces de los árboles que no logra contener: esos bubones purulentos no son sino huellas urbanas, sin duda exacerbadas por el calentamiento, pero en el fondo bastante inocentes, no era la puesta en escena dramatizadora (y humidificadora) de la fotógrafa.
Sophie Ristelhueber, Sunset Years #2, 2019, 117 x 155 cm |
En cambio, en las imágenes ocres, lo trágico no es fingido: son suelos derrumbados del Mar Muerto (en un territorio ocupado del cual Sophie Ristelhueber ya nos ha mostrado las cicatrices, de otras violencias). El bombeo intensivo del agua dulce del Jordán río arriba para satisfacer las necesidades de las colonias provoca, en las fronteras con el agua salada del Mar Muerto, un fenómeno de desmoronamiento de los suelos, muchas veces denunciado en vano (la colonización prima sobre la defensa de la naturaleza). Se trata del hundimiento del suelo, de la naturaleza, cuyo aspecto y realidad son aborrecibles. Aquí todo se escapa, la tierra, el país, la libertad, el agua, con un estruendo desesperante que no queremos oír (podemos salir de esto con una pirueta, diciendo que no se puede hacer el inventario de las interpretaciones posibles).
Sophie Ristelhueber, Sunset Years #11, 2019, 117 x 155cm |
Más allá de su belleza formal y de su carácter ante todo enigmático, entendí este trabajo en dos terrenos diferentes el uno del otro, no solamente como una estetización de lo extraño sino sobre todo como un grito sobre el mundo, un gemido de dolor. Es extraño que la artista (que tiene mi edad) le haya dado el apacible nombre de Sunset Years, los años del crepúsculo, del final de la vida que se acerca tranquilamente. Ella que a menudo ha citado a Lucrèce y Thucydide hubiera podido encontrar una mejor inspiración en donde Jean en Patmos: lo que ella nos muestra es un Apocalipsis (aunque afirme que no quiere «hacer un trabajo sobre la violencia que le infligimos a nuestro planeta»).
Sophie Ristelhueber, Les Orphelins #6, 2019, 62 x 64 cm |
Sophie Ristelhueber tiene, al mismo tiempo (hasta el 11 de mayo) otra exposición muy cerca, en la galería Catherine Putnam: imágenes que evocan su infancia (como en Vulaines), una pared cubierta de resoluciones (violadas) de la ONU a propósito de Palestina (aunque aprecio el propósito la forma para nada me convence) y sobre todo de mapas. No el atlas de referencia de Luigi Ghirri, sino mapas desdoblados: por un lado solamente nombres de lugares nada más y por el otro dibujos mudos de relieve y de ríos, que a veces reconocemos (Pirineos, Macizo Central) y con los cuales nos contentamos admirando la belleza formal. Este, arriba, irrigado de venas rojas más o menos gruesas, indica sin duda un medio de transporte, la importancia del tráfico de personas o de mercancías, pero es ante todo un desollado, una textura, una piel del mundo, una vez más.
Si desean pueden leer su libro de entrevistas con Catherine Grenier, en edición aumentada y en donde habla de esas dos exposiciones (con, qué lástima, una confusión en las imágenes, páginas 34 y 84).
Todas las imágenes cortesía de las dos galerías.
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