19 de mayo de 2024, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
El artista portugués Pedro Cabrita Reis (ha tenido varias exposiciones en Francia: Toulon, Marseille, Las Tullerías) es, como se dice, un personaje (incluso los que no hablan portugués lo percibirán en esta entrevista). Acaba de organizar, en un edificio inutilizado, (una antigua casa asilo, que casi podríamos llamar «folie») una retrospectiva-avalancha de su obra, en 3000 metros cuadrados y 1500 obras (hasta el 28 de julio). No hay cronología, ni temática, ni cartelas (entonces mis fotos tampoco tienen), se pasea uno en los ocho pabellones mirando de arriba a abajo una cohabitación de esculturas, instalaciones, lienzos, acuarelas, algunas fotografías; obras de su adolescencia y otras realizadas la semana pasada, las unas al lado de las otras. Más que en un Atelier -taller- (título de la exposición), uno piensa en una reserva particularmente desorganizada.
No hay que lanzarse para hacer una lectura estética, ni mucho menos de tipo histórico, hay que dejarse llevar por la locura desordenada del lugar, dejarse arrullar de sala en sala por la magia de la aproximación. Se trata de un montaje gigantesco, de una composición desenfrenada variopinta y remendada. Si hacemos una lista loca podemos encontrar, una represa para pintar, una mesa con pies hechos de concreto (¿soy el único que piensa en la lupara bianca?), un nivel de burbuja roto, claro, pinturas kitsch medio tapadas con pintura industrial. Cabrita es un hombre de energía y pasión, obsesionado con su autorretrato en pintura, de ellos hay muchos que además son más interesantes que sus «paisajes» coloridos.
Lo más asombroso son las esculturas grandes hechas de madera, vidrio, neones, metal, materiales de recuperación, ensamblados con arte, y que construyen geometrías rigurosas y poéticas. Pero cuando se ha visto (como en Toulon) la manera como el artista sabe ocupar el espacio y adaptarse e insinuarse en él, dinamitarlo del exterior, podríamos decir, aquí sentimos como si faltara algo, es como una descontextualización ante unas obras desarraigadas que aquí se muestran no como las partes de un todo pensado y complejo sino simplemente como «obras de arte» expuestas.
La maqueta de Las tres Gracias de las Tullerías como el bosque de barras de yeso o la partitura mural de neumáticos parecen dar testimonio de la investigación constante sobre el desequilibrio de las formas y la destrucción de la armonía, y es lo más logrado en este conjunto dispar y prolífico. Se sale aturdido, admirativo ante tanta energía y sin saber mucho qué pensar. No cabe duda además de que puede ser el objetivo del artista... En el catálogo, en medio de textos más (¿demasiado?) personales, me gustó el punto de vista de Penelope Curtis sobre este «Atelier».
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