25 de février de 2021, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
Vivian Maier, Autorretrato, región de Chicago, 1956, 30.5×30.5cm |
Se trata de una pequeña exposición en la galería Les Douches, termina dentro de dos días y para llegar a la sala del fondo hay que pasar por la exposición bastante poco original de Sabine Weiss. Solamente son once fotografías en blanco y negro (todas las impresiones son póstumas, desafortunadamente). Primero tenemos tres sombras, entre ellas ésta, en el suelo, bastante desmedida: la sombra como una manera de imponérsele al mundo, la sombra como rechazo a la representación, como reducción del cuerpo a su simple silueta, como desvanecimiento del volumen ante la línea. Otros, como Friedlander, hicieron del tema un sujeto de posesión, podemos suponer en el caso de Vivian Maier que la sombra es más bien una huella tímida, la reticencia para dejarse ver, una suerte de iconoclasia para escaparse del mimetismo. Pero una de las fotografías que no está en la exposición y que muestra su sombra que roza las piernas de dos mujeres que están sentadas, es como un eco (probablemente no era consciente de ello) de una fotografía de Eduard Munch cuya sombra se proyecta sobre las dos hermanas Meisner, sus amantes durante un verano en Warnermunde: una puesta en escena construida, discreta pero potente. Nunca sabremos quienes eran las elegantes en la foto de Vivian Maier.
Vivian Maier, Autorretrato, 1954, 30.5×30.5cm |
Las demás son reflejos en las vitrinas, puertas con vidrios o espejos, y a veces, como aquí arriba, un desdoblamiento, el espejo en una vitrina, directamente o al sesgo, y toma un momento descifrar la geometría. Algunas (más abajo) podrían pasar por autorretratos posados, encuadrados, definidos, tomados con temporizador, no se distinguen sino por la indeterminación de los tonos debidos al espejo y porque Rolleiflex se lee al revés. Otras están tomadas con disimulo sin temor de mostrar el contorno, una tienda de muebles, un jardín (con un espejo circular suspendido), y la calle, claro.
Vivian Maier, Autorretrato región de Chicago, 1970, 30.5×30.5cm |
Incluso hay una foto en pareja: una persona, un hombre de gafas parece envuelto en su capucha, de pie al lado de Vivien Maier que está mirando el mismo espejo, la misma vitrina, inconsciente del hecho de que con su aparato sobre el vientre captura su imagen creando un vinculo absolutamente fugitivo entre los dos (que nunca se entabla). Y por encima su cuerpo, el de ella, se repite, tutelar, inmensa, como un despegue (mientras que él reaparece minúsculo en un espejito oval). No hay ningún asar en la imagen: el que se atreva a cercarse es reducido a la nada o casi.
Vivian Maier, Autorretrato, Nueva York, 1954, 30.5×30.5cm |
¿Porqué se sacará fotos siendo tan hosca y estando tan poco encariñada con su persona? Maestra del encuadre de calle, de la captura de escenas al instante, de una forma de testimonio sobre lo que la rodea, ¿en qué puede interesarle su propia imagen? La paradoja es, me parece, que sus autorretratos son sus fotografías más interesantes: singulares, algunas veces irónicas (también), siempre reveladoras, como lo escribí cuando tuvo lugar su primera gran exposición en Francia «solterona autoritaria educada por mujeres, nunca integrada, siempre secreta y al margen, lo poco que sabemos de su vida parece totalmente coherente con su manera propia de representarse, a hurtadillas o entre luz y sombra». Es quizás ahí que se encuentra su vanidad, su narcisismo, mostrarse tal como quiere ser, impermeable a la moda, a los criterios de belleza, a las miradas masculinas, fría y sin la mínima emoción. Siendo tan adepta a las composiciones visuales estructuradas, a las rupturas en el espacio, las puertas, las ventanas, las escapadas de la mirada, ¿porqué no jugar con los espejos, ¿cómo resistir a la inclusión de un cuerpo, su cuerpo, en aquel juego de descomposición del espacio?
Solamente exponen once imágenes (y aparentemente otras en las reservas de la galería), el libro Vivian Maier Self-Portraits (PowerHouse, 2013) tiene 86, de las cuales unas veinte de sombras (la página de Maalof tiene 44 en blanco y negro y 24 en color), y sabemos que John Maloof (escribió la banal introducción del libro) solo expone nuevas fotografías muy progresivamente, quizás para mantener los precios, y también para crear cierta imagen (muestra poquísimas fotografías de viaje, aquí hay una de su viaje a Bangkok en 1959). En el libro, el ensayo de Elizabeth Avedon intenta plantear las cuestiones sobre el autorretrato pero no aporta respuestas. Pero las reproducciones son de calidad.
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