samedi 6 mars 2021

Muere el papel, muere el autor (Alison Rossiter)

 


26 de febrero de 2021, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)





Alison Rossiter, Compendium 1898-1919, Santa Fé y New York, Radius Books y Yossi Milo, 2020, 140 páginas.




Alison Rossiter, estadounidense de 68 años, es fotógrafa. Pero no utiliza cámara fotográfica, no utiliza objetivo, no hace imágenes de paisajes o retratos. No considera la fotografía como representación del mundo y no se somete a las reglas de la cámara fotográfica. Desde los 17 años trabaja en el interior de un cuarto  oscuro, sobre la interacción entre la luz y el papel fotosensible (por ejemplo con un lápiz luminoso). Y como con el predominio creciente de la fotografía numérica se le había vuelto cada vez más difícil encontrar papeles adaptados para su trabajo, entonces Alison Rosssiter empezó a comprar lotes de papeles fotosensibles por ebay.



En 2007, en el momento de una de sus adquisiciones, recibió un paquete de papel para foto con la fecha de expiración más que pasada, 1946. Todo fotógrafo «normal» lo hubiera tirado a la basura. Más curiosa y audaz que la mayoría (y quizás a causa de su formación más técnica que artística, de ahí su cuidado con la materialidad de la fotografía y con el material mismo), Alison Rossiter decidió utilizar el papel expirado, presumido «acabado». Pero en lugar de «hacer una foto», es decir, sacar una imagen negativa sobre ese papel, lo puso directamente en el recipiente del revelador y en el baño fijador, nada más. Para su sorpresa, en el papel aparecieron formas abstractas: dibujos geométricos debidos a la degradación temporal de las sales de plata y de la gelatina, a la humedad del ambiente y al enmohecimiento, y a la luz que había entrado en el interior del paquete que ya no era totalmente hermético. 




Después de este descubrimiento fascinante de la imagen latente, Alison Rossiter empezó a comprar centenares de paquetes de papel fotosensible blanco y negro de diferentes marcas. El más antiguo había expirado en 1898, más de un siglo. Definió un protocolo preciso para llevar a cabo en su cuarto oscuro, sin «tomar una foto» nunca: los resultados del protocolo bien definido siempre fueron imprevisibles. 




Es un libro de gran formato, impreso magníficamente, presenta la serie Compendium, trece montajes de tamaño natural de los papeles más antiguos con los que Alison Rossiter ha trabajado, papeles «expirados» entre 1898 (« Nepera Chemical Company, Velox Carbon, 12 de mayo de 1898 ») y 1919 (« Eastman Kodak Company, AZO, 1 de octubre de 1919 »), entre, como lo muestra el frontispicio manuscrito, el descubrimiento del radium por los Curie y la Conferencia de Versalles. Cada uno de los Compendium realizados en 2018 es ante todo una página que se desdobla y deja surgir unos tonos ocres, castaños, a veces irisados, a veces tornasolados, después un detalle agrandado se ve en la doble página que sigue: es como meterse en la materia, en la textura del papel. El conjunto está depositado en la New York Public Library (que coedita el libro), también comprende  esquemas de montaje y de empacado que son los únicos elementos de color vivo, al igual que una «timeline». El libro es la continuación de Expired Paper de los mismos editores, 2017, es un libro más completo sobre su trabajo (hice una recensión que hice en portugués). Alison Rossiter tuvo una exposición en 2020 en la galería neoyorquina Yossi Milo




A primera vista la obra de Alison Rossiter parece mágica, una suerte de trabajo alquímico: una transformación de la materia, la aparición de una imagen en las profundidades de un papel químico sin relación con la realidad visual. Podemos pensar en las obras de otros fotógrafos «magos», por ejemplo Pierre Cordier y sus «quimigramas», o en Nino Migliori y sus «oxidaciones». Pero la obra de Rossiter es también una arqueología para conseguir vestigios del pasado, resucitar una historia sumergida, hacer un trabajo medico-legal sobre la historia del papel, establecer una comunión con los hombres que al manipular ese mismo papel hace 50 años, dejaron sus huellas.




En ese sentido, es, me parece, ante todo un trabajo sobre el tiempo y sobre la muerte. En el título de cada obra la primera fecha es precisamente la de la muerte del papel («expirado»), la segunda es la de su resurrección, el momento en el cual la artista vuelve a darle vida al papel caducado. No es una obra anacrónica es una obra contra el tiempo, contra la degradación inevitable, la del papel y la del hombre, entonces contra la muerte. 



Es también, claro, una reflexión en torno a la muerte de la fotografía, pues para ella (y muchos otros) la llegada de la fotografía numérica representa la muerte de la fotografía clásica, analógica, la del negativo y el cuarto oscuro, la de las sales de plata y los productos químicos. La fotografía numérica ya no es la interacción de la luz con los parámetros del papel sensible, es solamente un proceso electrónico sin aura y sin magia. En un pequeño libro en el que Darius Himes -uno de los fundadores de Radius Book, la editora que publica este libro- evoca el trabajo de Alison Rossiter y se intitula «La muerte de la fotografía» concluye su texto así: «Puede ser que la fotografía que conocimos vuelva a ser lo que fue al principio: un talento raro y mágico practicado por un grupo de hombres y mujeres apasionados que erran en un espacio incierto entre el arte y la ciencia»



Para Alison Rossiter (que vi y entrevisté en Arles), el proceso es más importante que el tema de la fotografía: lo que cuenta no es lo que muestra la fotografía sino la manera como es producida. Y, en su caso extremo, la fotografía no muestra nada, es una imagen de nada, un testimonio material, físico, único de su creación. No es la fotografía de algo, es algo en sí. Se confronta no solamente con la representación del mundo sino con la esencia de la fotografía, con su inmanencia material. Es un enfoque contrario a casi toda la teoría de la fotografía (aparte de Flusser), niega la teoría del índice de Rosalind Krauss y Philippe Dubois, que no tiene nada que ver con la teoría de la fotografía de Roland Barthes. Y, peor aún, no hay autor, no hay artista, no hay fotógrafo, solamente una facilitadora: las imágenes se fabrican ellas mismas. La muerte del autor. 


Recibido en servicio de prensa.

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