12 de octubre de 2021, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
Brognon Rollin, My Heart Stood Still (Yamina), 2021, neón blanco, 7×21 metros, producción BPS22, foto del autor |
El duo Brognon Rollin hizo una exposición en el MACVAL en 2020 (y para mí fue la mejor exposición que vi ese año). Actualmente la presentan en Charleroi en el BPS22 (hasta el 9 de enero) pero con una forma un poco diferente: el recorrido de la exposición, menos libre que en el MACVAL, pasa de un espacio moderno en lo oscuro a un edificio antiguo bañado de luz (aquí arriba). Después hay algunas obras recientes (y una que yo había descuidado en el MACVAL) y de la que hablaré primero antes de tomar lo dicho en la reseña de agosto de 2020.
Brognon Rollin, Ejection Tie Club (#3966, #4394, #5431, #7306, #7441), 2021, videos mudos color (5 de los 7 videos), foto Leslie Artamanow |
Entre las obras recientes tenemos ante todo una proeza, la linea del corazón de la mano derecha de una joven llamada Yamina, casada a la fuerza, es un conjunto grácil de neón que mide 21 metros y está suspendido en la gran sala (¿De qué manera perdura un traumatismo de esos en el corazón?); dos veces, más de dos minutos de silencio en una rocola modernista; un video en el cual uno de los protagonistas lucha contra el tiempo en un desierto del Valle de la Muerte en donde viento y hielo desplazan no montañas sino rocas. Y nos encantan los siete videos del Ejection Tie Club: el fabricante de asientos eyectables para avión Martin Baker fundó un club al que pertenecen todos los pilotos que han saltado de un avión en peligro y que sobrevivieron, hasta hoy van 7660 pilotos, algunos han saltado varias veces (el récord es 4 veces). Como todo buen club inglés, la afiliación al club se señala con una corbata. Los videos muestran a seis de los pilotos anudando sus corbatas y uno de ellos, un coronel del Ejército del aire francés que se ha eyectado dos veces, está dos veces. El tiempo que cada uno se demora haciéndose el nudo, corresponde al tiempo que le tomó decidir si accionaba la eyección, tal y como lo recuerda, y la hora en el reloj es la de la eyección. El instante de confrontación con una muerte posible, aquel momento apabullante frente a la catástrofe se representa suspendido, lo restituyen en forma de juego, de «replay» paródico que no elimina la tensión, muy al contrario.
Brognon, Rollin, 57 Seconds, 2017, fotografía (1 de 3), foto del autor |
Y otra obra que no me había llamado la atención en Vitry se llama 57 Segundos: tres fotografías pequeñas de una obra cuyo título es la duración, la esencia misma. La inscripción en el vaho que cubre el vidrio desaparece en 57 segundos: obra efímera, irrisoria, absurda, cuya huella no puede ser sino una fotografía que suspende para siempre su degradación (y se pone uno a soñar que la fotografía misma podría no fijarse y deteriorarse también por el efecto de la luz -como éstas-; o que el soporte mismo podría ser no un papel de calidad museal sino una materia que se descompondría en unos meses -como éstas-). Las imágenes también son mortales; en el cuadro se refleja el neón de Yasmina, línea de un corazón desbastado, línea de una vida que la muerte interrumpirá.
A continuación vuelvo a editar el artículo sobre su exposición en el MACVAL:
Brognon Rollin, Subbar Sabra, 2015, dos pantallas video. f. Aurélien Mole, reencuadrada |
También podría creer que es más bien un trabajo inspirado por la geopolítica: yo conocía ya sus cartografías insulares, calcos en cantidades del litoral de una isla, Gorea, lugar emblemático de la memoria de la esclavitud, y Tatihou, que fue lazareto, campo de prisioneros y centro de reeducación (Cosmographia, 2015), entonces escribí que «el mapa como la historia no son fieles a la realidad que se supone representan» y que esos artistas tienen como objetivo «crear algo verdadero en lugar de buscar una verdad». Sus estadías recientes en Palestina* los inspiraron muchísimo: imposible tener un terreno de fútbol normal en el casco antiguo de Jerusalén (The Agreement, 2015, en donde, a diferencia de uno de los autores del catálogo, no veo ninguna señal positiva para la resolución del conflicto), un viacrucis al contrario, en el cual, el que alquila las cruces que cargan a sus espaldas los peregrinos que siguen la via Dolorosa hasta el Santo Sepulcro, como un Sísifo moderno, tiene que subir de nuevo sus cruces de 25 kilos cada una hasta el punto de partida (There’s Somebody Carrying a Cross Down, 2019; video y, más abajo, una cruz), ambigüedad bi cultural esquizofrénica de la tuna (Subbar / Sabra, 2015, en dos pantallas, arriba) por la imposibilidad de injertar espinas extraídas en un kibutz de Neguev / Naqab y transplantadas a una higuera demasiado lisa en Jerusalén, es como una huella fantasmal de la presencia de los autóctonos expulsados (su catastro existente surge 72 años después), de su rechazo de ser borrados y de su resiliencia frente a la apropiación colonial.
Brognon Rollin, Statu Quo Nunc, 2016. Placa de vidrio opacada con ácido, foto de la escalera del Santo Sepulcro, 100 x 70 x 1,9 cm. f. Brognon Rollin.
De la estadía en Palestina, la obra más compleja es, me parece, Statu quo nunc (2016): en la fachada del Santo Sepulcro hay una escalera de madera inamovible, que simboliza el Statu Quo entre las seis comunidades religiosas que comparten el lugar según unas reglas territoriales estrictas decretadas por el Sultán Abdulmecid en 1852. Los artistas venden ante notario (Sr. Jean-Michel ATTAL) ocho fotografías de la escalera, que se hicieron entre 1903 et 2015 (semi ocultas bajo placas de vidrio esmerilado), con un contrato que estipula que si retiran la escalera (entonces se rompería el Statu Quo), los artistas reembolsan los 15.000 euros que pagó el coleccionista y la obra será destruida. Es así como un evento real, totalmente exterior e imprevisible (y catastrófico para el santo lugar), podría perturbar la relación entre artista y coleccionista y conducir a la destrucción de su huella visual. La huella inmaterial como en las zonas de sensibilidad pictórica inmaterial, o en el arte furtivo, y por ende la tensión entre lo físico y lo inmaterial, una amenaza incontrolable de la desaparición
Brognon Rollin, Classified Sunset, 2017. Afiche exterior reproduce un recorte de periódico. Foto del autor de l’auteur
Pero enfocar la obra de Davis Brognon y de Stéphanie Rollin solamente desde el punto de vista de sus performances de la realidad social, geográfica o geopolítica sería demasiado reductor. No es que las obras no muestren ya un distanciamiento, una reflexión y una complejidad que van más allá del simple documento. Sino principalmente porque al visitar esta sombría exposición en la cual las obras aparecen sobre islas luminosas, se da uno cuenta, al cabo de un rato, de que su materia principal es el tiempo, la duración. La fascinación por el tiempo que se extiende, el tiempo suspendido, el tiempo cíclico, se manifiesta en la mayoría de las obras de aquí arriba, del reloj de la celda a la duración del Statu Quo, y constituye la esencia misma de algunas de ellas, como por ejemplo el jovencito que desplaza sin cesar y en vano las hileras de sal para mantenerlas en el haz de luz de una ventana gnomónica (The Most Beautiful Attempt, 2012) o las fotografías de un atardecer fraccionado esparcido a través del planeta mediante la compra de anuncios clasificados en los periódicos (Classified Sunset, 2012; arriba reproducción del cartel en el exterior del museo).
Brognon Rollin, Until Then, 2020, performance [en 1er plano, vista partial de Résilients, 2017, acero grecado pintado]. Foto Aurélien Mole en el MACVAL |
Pero es cuando el tiempo se une con la muerte que su peso se vuelve mayor. La rockola (muy de estilo siglo XX) con 80 discos de minutos de silencio inmoviliza el tiempo: permite elegir qué «minuto» de silencio se desea escuchar, el de qué catástrofe, de qué conmemoración; ya hay recogidos 157 minutos con el objetivo de alcanzar 1440 (24H Silencio, 2020-). Minutos más o menos largos (el primero de la historia en 1912, dura 10 minutos, el de George Floyd durará 8 minutos y 46 segundos) y nunca son verdaderamente silenciosos. La exposición comienza con la evocación del Conde de Chârost, quien, como última burla antes de subir al patíbulo, dobla la página del libro que estaba leyendo en la carreta. Encontramos, en el centro, un sillón vacío desde el 16 de marzo de 2020 al mediodía (Until Then, activado en 2018, 2019 y 2020; arriba): allí un hombre, profesional de la espera (existen personas que mediante un pago hacen cola por usted para comprar entradas al teatro o el último iPhone), el afro-americano Elvin Williams del grupo Same Old Line Dudes, esperó, de la mañana a la noche, durante 10 días y 12 horas; esperaba la muerte de una persona que había decidido que le hicieran la eutanasia en Bélgica (en donde es legal; en colaboración con el Dr Yves de Locht) y esperó la decisión médica; cuando la persona murió, él se fue (y evitó por poco el confinamiento).
Brognon Rollin, There’s Somebody Carrying a Cross Down, 2019, cruz de madera. Foto. Aurélien Mole, reencuadrada |
Aquí se sitúan Brognon y Rollin: en las rendijas del tiempo y del espacio, en las márgenes de nuestro mundo, en los límites preliminares que nunca exploramos, en los lugares confinados, cerrados, constreñidos física o mentalmente. Esas son las fronteras que nos hacen atravesar, los puntos de vista que nos hacen modificar. El catálogo comprende ocho ensayos de los cuales dos me parecieron excelentes, de la arquitecta Axelle Grégoire sobre la línea y del sociólogo Eric Fassin sobre el espacio tiempo. También tiene reseñas sobre unas cuarenta obras, de las cuales unas quince no están en la exposición, en particular la del sonido que atraviesa las fronteras. Bonito catálogo, pero hace falta un índice de las obras.
*ver Performance el libro de su cómplice Anthony van den Bossche sobre su proyecto jerosolimitano abandonado pues ya no era pertinente (la ciudad resistió a la captación)
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