23 de enero de 2020, por Lunettes Rouges
Takis, Campos magnéticos, 1969, Guggenheim NYC; al fondo Edipo y Antigona (hierro, 1953) & Figura de bronce (1954-55), col. Tate |
Entiendo perfectamente que hace cincuenta años las obras magnéticas de Takis pudieran fascinar, por la domesticación poética de las fuerzas naturales, por la visibilidad que se le dio a energías invisibles, por la magia suspensiva vitalizadora del espacio. Duchamp lo describía como el «alegre labrador de los campos magnéticos, indicador de las carrileras suaves.» El espectador de hoy sin duda más familiarizado con las cosas científicas, se maravilla menos fácilmente. En la exposición del MACBA (hasta el 19 de abril), saboreamos la poesía sutil de instalaciones vibrantes, nos dejarnos mecer por un sonido que parece venir de las estrellas, pero nos sentimos algo desganados (es una pena), se aburre uno un poco, la experiencia es más una revisita histórica que un descubrimiento resplandeciente.
Takis, Standing Woman with Horns (bronce), Sphynx & Jocaste (hierro), 1954 |
En cambio descubrí con interés sus esculturas más antiguas, son como ídolos proto históricos: la exposición (viene de Londres) irá después al Museo de Arte de las Cícladas en Atenas, en donde la resonancia de estas esculturas con las estatuas primitivas y sobrias de las Cícladas de la colección Goulandris debe de ser interesante.
Takis, Señales luminosas, 1990, La Défense |
Además de sus esculturas, lo que me interesó bastante fue la reflexión política de Takis. No tanto su acción en el MoMA en 1969, primero motivada por la decisión de Pontus Hulten de mostrar solamente una de sus pequeñas esculturas antiguas en la exposición y luego ampliada por un movimiento inconforme con la institución y el mercado del arte al crear el Art Workers’ Coalition. Takis sostenía la empresa del carismático Jeremy Fry quien en 1968 fabrica industrialmente algunas de sus obras (Signals) en serie limitada para venderlas entre 10£ y 20£ (en lugar del elevado precio de los «originales»): negar la originalidad, la unicidad de la obra de arte, ir contra el mercado especulativo, motivar la difusión popular (con el riesgo del aspecto decorativo múltiple).
Charlotte Posenenske, Monotonie ist schön, 1968, film, 14’22 » |
Esta rebelión contra el mercado encuentra su eco dos pisos más arriba del MACBA en la exposición de Charlotte Posenenske (hasta el 8 de marzo). Sus piezas son de un minimalismo ascético, de una frialdad radical: aquí arriba una imagen de su película «La monotonie est belle» -La monotonía es bella- en la cual, durante 15 minutos, filma la calzada y el borde de la carretera durante un viaje en auto. Pero lo interesante es que al principio de 1968 (carta del 11 de febrero, publicada en mayo), decide no trabajar más como artista, ni producir más arte, ni mostrar ni vender sus obras. Entonces escribe que si el arte es una mercancía, que los consumidores (y no coleccionistas) pueden disponer de sus obras como quieran, y que para ella «es difícil asumir que el arte no pueda contribuir a resolver los problemas sociales»: una impasse creativa. Suficientemente rica no necesita vender para vivir. Se separa entonces de su marido Paul, arquitecto que la había inspirado y acompañado, para vivir con Burkhard Brunn, que en esa época era profesor de latín y con quien empieza a estudiar sociología lo que los conducirá a hacer una tesis de doctorado en común en 1979 sobre el taylorismo. Después de su muerte en 1985, Brunn autoriza reproducciones de las obras que deben ser consideradas como obras originales, los «originales» no eran sino prototipos, en principio vendidos al costo de producción.
Fotos 1, 2 & 4 del autor.
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