jeudi 3 décembre 2020

Cristina Ataide, en rojo y negro

 


1 de diciembre de 2020, por Lunettes Rouges


(artículo original en francés, aquí)


Cristina Ataide, (Im)permanências (Im-permanences), 2003, madera, pigmento, hilos de acero, 50x1050x120cm


Todo o casi es binario en esta exposición de Cristina Ataíde en el Museo Berardo (hasta el 14 de marzo): lleno corpóreo y vacío espiritual desde el título («Darle cuerpo al vacío»), el individuo confrontado con su medio ambiente, el viaje (físico o interior) y el conocimiento (de terreno o en interior). Las formas se superponen, escultura, dibujo, video, fotografía, instalaciones; el árbol, la montaña y el agua son los personajes principales, productos de sueños o de encuentros. El barco de madera, oscuro y alargado, copia de una piragua india, violentamente iluminado en medio de la penumbra de la sala (páginas 64-64 du catálogo), está suspendida y flota a nuestro paso; su interior está pintado de rojo y el contraste entre los dos colores es impactante: efecto formal, pensado para atraer la mirada y también memorias de viaje, pasos, travesías y quizás premonición del último viaje, con Caronte. Rojo es también el interior de una escultura de madera colgada en la pared, Surge, cuya forma anatómica recuerda ciertos vaciados eróticos de Duchamp.


Cristina Ataide, Todas as Montanhas do Mundo (todas las montañas del mundo), n°1 (2008) et n°2 à 5 (2020), fer, MDF, pigmento, hilos de acero, dimensiones variables de 140 à 270 par 100 à 140 cm, vista parcial n°1, 3 et 4; al fondo, Ficus n°1 à 4, 2004, bronce


Encontramos lo lleno y lo vacío, lo rojo y lo negro, en sus formas lacustres o insulares, una en el suelo llena de pigmento rojo, otras flotando, suspendidas, no son más que fronteras, contornos de un espacio vacío, fantasmas (su circunferencia va pintada con el mismo pigmento entre dos rieles negros): positivo y negativo, es verdad, pero es ante todo una oposición entre superficie y línea. Es posiblemente la obra más sutil de la exposición, la más compleja y la que menos se puede reducir a un discurso demasiado simplista. La ambigüedad (tierra o agua, isla o lago, lleno o vacío) la encontramos en muchas de sus obras, como por ejemplo sus montañas pequeñas de bronce, duplicado en espejo arriba y abajo, la corona montañosa de mármol suspendida en la entrada, o el hueco en una pared al reverso de una pequeña escultura de montaña en bronce (páginas 22-23 y 35 del catálogo). 


Cristina Ataide, Autorretratos (autoportraits) n°1 à 6, impresión pigmentaria sobre papel foto, cada una 120x200cm

  

Mientras teníamos unas huellas, su trabajo acuático tiene que ver más con la disolución de las formas, ya sea el video bifaz con reflejos vertiginosos en el agua (páginas 59-61 del catálogo) o las fotografías de la última sala en la pared y el suelo, allí un mundo indistinto y coloreado se mira en un agua aceitosa: nada se mueve sino nuestra mirada, que hipnotizada, vacila. Se trata también de una sala (páginas 68-79 del catálogo) dedicada al polvo, un polvo metafísico que en las inscripciones (en inglés) en el suelo o en las fotografías, ocupa todo, se vuelve todo, habita todo, corazón, deseo, soledad, evasión, intimidad, desnudez, ternura, virginidad, melancolía, en binomios contrastados: « Dust as my heart, my heart as dust ». Corazón rojo y polvo negro. Todo es polvo, todo se volverá polvo, dice el Génesis

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