17 de diciembre de 2020, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
Eugène Delacroix, Descendimiento, 1844, pintura mural encáustica, 295x425cm, Iglesia San Dionisio del Santo Sacramento, Paris |
Como los gobernantes cerraron los museos pero dejaron abiertos los lugares de culto (después de todos los discursos sobre la laicidad a la francesa), una de las soluciones para ver obras de arte que no son contemporáneas (para las otras las galerías están abiertas) es ir a las iglesias. En efecto, templos, sinagogas y mezquitas son también lugares respetables en donde sopla el espíritu pero muestran una estética más bien desencarnada, que no se evidencia en el registro plástico, en todo caso en Paris. Entonces, para tener derecho a algunas emociones estéticas delante de los cuadros, en estos momentos en Francia hay que hacer como los que van a misa y miran las paredes buscando qué hay. Por consiguiente, al azar de mis deambulaciones parisinas por aquí y por allí, les voy a proponer algunos cuadros. El primero es de los más accesibles y puesto que más de uno de nosotros ha navegado un sábado por la tarde, de mediocridad a plagio, en vano, por las galerías del Marais: entonces, para revitalizarse, reparar la retina averiada y encontrar la esperanza en las virtudes del arte, nada mejor que entrar en la iglesia San Dionisio del Santo Sacramento en la esquina de las calles de Turenne y Saint Claude, y más precisamente en la oscura primera capilla a la derecha.
Rosso Fiorentino, El Cristo muerto, 1537/40, óleo sobre tabla, traspuesta sobre lienzo en 1802, 127x163cm, Museo del Louvre, Paris |
Pero no se precipiten para echar el euro que enciende el mecanismo de iluminación. Primero disfruten del cuadro en la penumbra excesiva, así verán mejor las formas al no ver bien los colores. Y cuando al cabo de unos minutos de recogimiento encienda la luz, los colores saltarán todavía mejor para fascinarlos. Al contrario de lo que lea aquí o en otro lugar, no es un Descendimiento de la Cruz, género bastante conocido en el que el cuerpo de Cristo se encuentra aún en un movimiento descendiente (que está frenando el buen Nicodemo), ni una Piedad, género más conocido aún, más estático en la cual el cadáver del Cristo reposa en el seno de su madre, en general sola y serena, tampoco es un Traslado a la Tumba, cuadro más dinámico. Aquí estamos entre dos, el cuerpo ya no se está descolgando pero tampoco está en reposo sobre las rodillas de la Virgen. Se llama entonces Deposición. El cuerpo flota todavía, su posición parece desafiar las reglas de ingravidez, es como si debajo hubiera un vacío, es como si en lugar de las rodillas de la Virgen lo sostuviera un cojín de aire. Y María no está todavía apacible, abrazando a su hijo muerto, se encuentra en el momento de la lamentación, en el exceso de sentimientos, del grito de dolor: de costumbre no la vemos expresarse de forma tan violenta, con tan poca sobriedad, el cuerpo y el rostro torturados por el dolor son más bien atribuidos a María Magdalena. Aquí, cosa rara, el dolor de la Virgen toma la forma de extensión, de elongación de sus brazos, hasta querer tocar un límite, empujar una pared. Aquí, María es Cruz, sus brazos horizontales son similares a la cruz fuera del marco (vemos bien un trozo inclinado en primer plano pero es sin duda la cruz del Buen Ladrón, no puede haber existido tal vuelco con los personajes). Rosso Florentino (pintor melancólico y suicida) es prácticamente el único que creó tal dinámica en la Virgen, podemos atrevernos a decir, tal demencia, la locura de una madre cuyo hijo ha muerto y en una composición más recogida (aquí arriba), su Virgen parece árabe o mestiza, y un personaje (¿Juan? o ¿una Santa Mujer?) la sostiene poniendo la mano en su seno. Como es un cuadro que está en el Louvre desde 1798, quizás haya influenciado el que estamos mirando.
Eugène Delacroix, Descendimiento, 1842/43, óleo sobre papel encolado sobre lienzo, 95x125cm, Museo Eugène Delacroix, Paris |
La luz que cae sobre los protagonistas contrasta con el fondo oscuro, demasiado oscuro. Domina el rojo: el vestido flotante de Juan que dibuja un torbellino, el de José de Arimatea más compacto, la capucha de Nicodemo entre ellos dos, la túnica más oscura de María Magdalena y también la barba y los cabellos de Cristo, su llaga en el costado y el paño manchado de sangre, los brazos rosados de Magdalena a la derecha y de Maria de Cleofás a la izquierda, e incluso el personaje pequeño en segundo plano (que al contrario de la leyenda no se parece en nada al pintor). Todo ese rojo leve, oscurecido construye como un marco alrededor de la piel blanca y a veces verde del muerto. El dolor de los personajes es humano, verdadero, brutal, bastante apartado de las convenciones más oscuras de la época y la Magdalena rubia nos mira de frente tomándonos como testigos de su dolor. Es un cuadro violento, un cuadro de sangre y de dolor, de gritos y lamentos (detalles en este video).
Eugène Delacroix, La lamentación sobre el cuerpo de Cristo, 1857, óleo sobre lienzo 68x76cm, Staatliche Kunshalle, Karslruhe |
Delacroix, ya que de él se trata por supuesto, lo pintó en 15 días, directamente sobre la pared, sobre una base demasiado oscura preparada por su asistente Lassalle-Bordes y que le costó aclarar. La génesis de la pintura había tomado cinco años, entre las reticencias del prefecto Rambuteau, las solicitudes de la inspección de bellas artes para que quitara los ángeles (bastante visibles en el bosquejo del museo Delacroix), enojos del cura descontento y ante todo, Delacroix estaba muy ocupado en el Senado y la Asamblea Nacional. En el Louvre hay una bosquejo invertido y otro (más arriba) en el Museo Delacroix (que conserva también este dibujo más apartado de la composición final), y no tienen el mismo soplo, la misma fuerza. Además la inversión final escogida para la iglesia le da una dimensión más ascendiente al cuadro, la diagonal de las cabezas de María de Cleofás, de la Virgen y de José de Arimatea, subiendo hacia la derecha es mucho más dinámica. El cuadro aquí arriba, más tardío que se conserva en Karslruhe, es también invertido pero retoma algunos elementos del de la iglesia: domina el rojo, agitación del viento, mirada frontal de Magdalena (más desvestida). Cuando desvelaron la pintura en la iglesia la mayoría de las críticas fueron hostiles: !vergonzoso! icharlatanería!, pero no todas: «es la verdad misma, es mejor que el arte, si es posible, pues es el corazón, la humanidad y la vida» (Paul Mantz, L'Artiste, 2 de febrero de 1845). Y como a menudo, Baudelaire tuvo la última palabra en el salón de 1846: «Esa obra maestra deja en el alma un surco profundo de melancolía.»
Excelente artículo. Impecable traducción.
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