23 de diciembre de 2020, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
Karl Henri Lehmann, La Virgen al pie de la Cruz, 1847, óleo sobre lienzo, 200x160cm, iglesia Saint-Louis-en-l’Île, Paris |
Otra romántica maldita: esta Virgen al pie de la Cruz del pintor franco alemán Karl Henri Lehmann se encuentra en una capilla lateral de la iglesia Saint-Louis-en-l’Île, a la izquierda en el perímetro central después del órgano, la reja de la capilla está cerrada. No se puede ver sino al sesgo; además en el altar delante del lienzo dos estatuillas bastantes feas y una fotografía de la Madre Teresa lo disimulan. Lo que pasa es que Lehmann no tenía buena prensa, o en todo caso, este cuadro no fue bien recibido (la mayoría de las obras de Lehmann son mucho más clásicas y no causaron revuelo, la más conocida es sin duda este bonito desnudo del Louvre). Pero este lienzo es desconcertante. Desde el principio se siente la singularidad de los colores (que no se ven bien en esta mala reproducción), su frialdad y acidez evocan los colores vivos de ciertos prerrafaelitas, una escuela que apenas empezaba a nacer en Inglaterra y entonces desconocida en Francia. Algunos críticos calificaron el cuadro de desagradablemente violáceo. Conocemos un dibujo preparatorio.
Karl Henri Lehmann, La Virgen al pie de la Cruz, detalle |
La Virgen se ve desplomada al pie de la Cruz, los brazos colgando; una de las Santas Mujeres, María de Cleofás la reconforta, Nicodemo la sostiene, María Magdalena y Juan que le seca las lágrimas se encuentran de pie contra la Cruz; y ¿quién es joven morena a la derecha que mira hacia nosotros por encima de su hombro? Es demasiado joven para ser María Salomé, demasiado hermosa para ser Martha la hermana de Lázaro, puede que sea María de Betania, la otra hermana, o quizás Juana de Cusa. Pero ante todo el enigma de esta escena es el cuerpo de Cristo: ¿en dónde está? ¿en qué momento de la Pasión nos encontramos? Una tela, quizás un sudario flota al viento en el lugar en donde lo crucificaron. Si el cuerpo no está, ni descendido de la Cruz, ni depuesto, ni en los brazos de su madre, ni en el momento en que lo transportan a la tumba entonces es que ya lo enterraron. María tiene la corona de espinas en la mano izquierda y por el suelo delante de ella se ven dos clavos. Si Cristo acaba de ser enterrado empieza el sabbat: ¿pero entonces qué hacen allí unos judíos tan piadosos? ¿porqué volvieron al pie de la Cruz? Los evangelios no dicen nada de esta escena. Este cuadro incongruente es quizás un cuestionamiento (algo torpe, es verdad) sobre la dimensión al mismo tiempo corporal y espiritual, la naturaleza a la vez humana y divina de Cristo quien aquí estaría presente y ausente: una Piedad sin cuerpo, inmaterial. Y quizás la hechura insólita, los colores inhabituales, estén allí para importunarnos y para llevarnos a que nos interrogemos sobre la presencia-ausencia. La agresión colorida sirve cierta violencia y el dolor exacerbado por la ausencia que podemos relacionar con Préault o Delacroix apenas anteriores y también desfasados con la tradición pictórica religiosa en vigor entonces. No tengo en mente otros cuadros en los que la Virgen esté así al pie de la Cruz vacía, sin su hijo con sus compañeros de infortunio. Es posible que este cuadro no haya sido puesto de lado por casualidad.
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