vendredi 1 janvier 2021

Periplos parisinos 5 : Saint-Germain-l’Auxerrois

 


21 de diciembre de 2020, por Lunettes Rouges


(artículo original en francés, aquí)


Anónimo, Santa María la Egipciaca, principios del siglo XVI, piedra pintada y dorada, altura 130cm, iglesia Saint-Germain-l’Auxerrois, Paris


Hoy, veremos a una mujer doble salvaje. No se trata del arquetipo junguiano cuyas interpretaciones son algunas veces tendenciosas. Una mujer del bosque dos veces, semi animal, peluda (Rutebeuf dice que su pecho era «musgo»), vestida únicamente con su cabellera, de piel negra, flaca, que vive en el desierto lejos de los hombres. Una animalidad que fácilmente podríamos sexualizar, pero que aquí, es enaltecida en la piedad y el arrepentimiento. María la Egipciaca se prostituyó en Alejandría entre los 12 y los 29 años (pensamos en Pierre Louÿs), luego se fue para Palestina; una vez en Jerusalén no pudo entrar en el Santo Sepulcro, una fuerza invisible le impedía la entrada. Tomó conciencia de sus pecados, se arrepientió y se fue para el desierto del otro lado del Jordán en donde vivió durante 47 años con solamente tres panes pequeños que antes de irse había comprado con tres denarios recibidos como limosna. El anacoreta Zósimo se la encuentra y le da la comunión, muere poco después y Zósimo la entierra ayudado por un león. Su cabellera abundante es signo del desdén hacia su cuerpo una vez convertida en ermita, cuerpo que era su tesoro más preciado cuando era prostituta; es también una marca de pudor que esconde su desnudez, y, al final, será su mortaja. 


Santa María la Egipcia, detalle


Entonces, en Saint-Germain-l’Auxerrois, iglesia de reyes, hay dos estatuas de María de Egipto: la del pórtico que no es sino una copia (¿moldeado?), sin duda de Louis Deprez, y hay que ir a una de las capillas a la derecha para ver la estatua original de finales del siglo XV o de principios del siglo XVI, de piedra policroma, uno de los raros vestigios de la estatuaria policromada. La santa tiene una belleza juvenil, de cara dócil, ojos almendrados (el derecho más apagado que el izquierdo), no está totalmente desnuda, una tela azul ciñe sus caderas; no es nada delgada (hay que ver sus muslos) y es de piel blanca: una visión occidentalizada y estetizante. Hay que ir a ver sus representaciones en el culto ortodoxo en el cual es muy venerada, para verla representada de forma más realista, flaca y negra (negrura porque es africana o debida al sol del desierto).  


Louis Desprez (?), copia de la estatua de Santa María la Egipcia, 1841, pórtico de la iglesia Saint-Germain-l’Auxerrois, Paris


Es una escultura elegante, impregnada de calma y harmonía, sin expresar nada de los tormentos y tentaciones de la santa, ni de su pasado tumultuoso: como si la gracia divina la hubiera apaciguado. Hay otras representaciones de la santa: estos vitrales en Auxerre (¿algún vínculo con la iglesia parisina?), un lienzo de Ribera en Nápoles, una estatua de Carmona en Valladolid y esta fea estatua (¿encinta?) en la iglesia colegial de Écouis. Menos conocida y menos venerada que María Magdalena, a veces la confunden con ella: tal como lo subraya la historiadora de arte Penny Howell Jolly, las dos, pecadoras arrepentidas, son más accesibles para nosotros pobres pecadores, que los santos más puros. Y, haciendo búsquedas sobre María la Egipcia, nos sorprende descubrir en lugar de Balzac o Lacarrière, un bonito texto de Gabriel Matzneff en Le Monde en 1980: la «félix culpa», la salvación a través del erotismo, ella que sabe «gracias a su experiencia del eros físico y a la conversión en eros divino, entusiasmarse de amor por el Creador» (citación por Matzneff de Juan Clímaco, La Escalera del divino ascenso). ¿Quién se hubiera imaginado que mi periplo por las iglesias parisinas como substituto museal me llevaría a citar a Matzneff?


 


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