05 de agosto de 2019, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
Maté Bartha, Kontakt IV, 2018 |
Me queda por escribir una reseña bastante completa sobre la exposición Photo Brut; como el libro tiene 320 páginas, necesito todavía unos días. Entonces, mientras tanto, una reseña sobre las otras exposiciones de los Encuentros de Arles que me dan ganas de hablar. Ante todo, los dos otros galardonados del Prix Découverte (junto con Laure Tiberghien) son también los que me habían llamado la atención, en medio de contribuciones, además, de una calidad bastante regular (salvo Hanako Murakami, también mencionado anteriormente). ¿Quién hubiera imaginado que podríamos interesarnos por un campo paramilitar para adolescentes húngaros? Apenas se pronuncian esas palabras suben a la superficie bastantes prejuicios y eventualmente algunos recuerdos desagradables. Y sin embargo la exposición de Maté Bartha es excelente, un joven artista húngaro presentado por la galería Tobe. (co-galardonado del Prix du Jury). Él mismo dice que al principio lo asustó su propio tema, por el miedo al paramilitarismo, a la violencia. Y luego de haber pasado un año y medio con esos adolescentes a menudo perdidos; entendió cómo, gracias a las obligaciones y a la disciplina, logran forjar su personalidad y refinar sus emociones, dice que, es como «una experiencia liberadora inesperada». Es la única calidad de esta exposición: nos hace reflexionar, cuestiona nuestras ideas prefabricadas, nos instala en la intranquilidad y la ambigüedad. Y es raro. Le agradecemos a Maté Bartha, en un contexto difícil que no podemos olvidar.
Alys Tomlinson, Ex-voto, Les Fidèles, Vera, 2018, captura video |
La otra exposición del Prix Découverte que nos cuestiona obtuvo el premio del público (votos de los profesionales la primera semana). Tan improbable como un campo paramilitar húngaro, una monja ortodoxa bielorrusa. Alys Tomlinson, presentada por la galería Hackelbury (de quien conocía sobre todo el lado fotografía experimental), siguió durante semanas a la hermana Véra, una jovencita que encontró su vocación, vive en un monasterio retirado en donde se ocupa de los caballos y trabaja con hombres en un programa de reinserción. La pureza de las imágenes, fotografías y película en blanco y negro, inducen en el espectador, ateo o no, una emoción y un respeto que sentimos rara vez. De ahí también se sale desconcertado, cuestionado y un poco inquieto.
Kystyna Dul, Pube, serie Resonance, 2017 |
Sin transición, como dicen, Krystina Dul cuenta que descubrió en una casa abandonada, el tesoro fotográfico de un hombre del que dice no saber nada. Algunas (¡sacrilegio!) las muestran en el altar lateral de la capilla barroca de la Caridad, las demás están en una torrecilla que representa la escalera de la casa abandonada. Esas fotografías trazan en contrarrelieve el retrato del «invento», de un hombre sin duda de cierta edad, quien, una vez demasiado viejo para soñar o hacer soñar, reinventa la memoria de su vida amorosa y sexual. Sus fantasmes voyeristas se expresan a través de imágenes eróticas finalmente bastante suaves, recortadas en revistas para adultos, estatuillas, tres Gracias o Virgen María, e imágenes más personales, recuerdos lejanos de amantes pasadas: un erotismo galante de otra época, en las antípodas de la pornografía internet. Krystyna Dul construye así, fisicamente y metafóricamente, un «escudo», muestra sin mostrar demasiado, hace soñar sin revelar demasiado. ¿Seremos cómplices de la intrusión de la artista en una intimidad? ¿Somos víctimas de un engaño? Para ella es también una narración fantasmada, en la que el cuerpo femenino es a la vez glorificado y objetivado, y en la cual el deseo masculino no es sino concupiscencia descarada. Catálogo elegante con un bonito texto de Gattinoni.
Emeric Lhuisset, serie Quand les nuages parleront, 2018-2019 |
De nuevo, sin transición, la reflexión de Emeric Lhuisset sobre la imposibilidad de mostrar. Este último es otra cosa que un fotógrafo aventurero en Medio Oriente y que ha demostrado su capacidad para sacar fotos y sacar la inmediatez del fotoperiodismo, también sabe mostrar la complejidad de lo que está en juego en una región, tal como lo hizo con el agua hace tres años, pero esta vez, me parece, va más lejos en su reflexión sobre la fotografía y su relación con el mundo, probablemente gracias al estímulo del Premio BMW (del cual no me canso de decir hasta que punto se ha mejorado desde 2017 y Dune Varela). A primera vista, esta exposición habla de los kurdos y de la opresión que están sufriendo; podemos ver una opinión más contrastada, evocar el genocidio armenio o las manipulaciones israelíes, pero el verdadero tema no es ese. Lo central aquí es más bien el hecho de no saber ver, de no querer ver, de luchar contra la evidencia. Una desaparición (ni un genocidio o una depuración étnica) no se puede documentar sino a través de vestigios, de escondidos, de ausencias, de huellas. La imagen de aquí arriba es una foto aérea de una ciudad del este de Turquía, en donde los barrios kurdos bombardeados, fueron recortados en la imagen misma: es de cierta manera un índice fotográfico doble, visual y material. Cuando se nos impide fotografiar lo real la otra solución es fotografiar el cielo y las nubes o filmar el enfoque, ya que no se puede mostrar el verdadero sujeto. Lo que está haciendo aquí Emeric Lhuisset es dar unos pasos hacia hacia un enfoque más conceptual, más desprendido de lo real (que quizás no pueda lograr plenamente sino sobre un tema que lo toque menos personalmente); en ese camino puede que se encuentre con Walid Raad o W.G. Sebald. El catálogo es un bonito libro de artista con un encarte intitulado Bulutlar (nube).
Shelbie Dimond, Autorretrato, 2015 |
Bueno, un párrafo rápido para terminar con las exposiciones sobre las cuales tengo poco que decir. Me gustó la Zone, muy bien documentada. Me reí bastante con las imágenes burlescas del CNRS. Me sedujo la puesta en escena de la exposición-jardín, me sedujeron menos las clásicas imágenes de Mario del Curto. No me convencieron las exposiciones «ecológicas», demasiado convencionales y sin sorpresas (Sur terre -Sobre la tierra-, el comercio justo, ...), ni aquellas sobre la casa (ni esta, ni mucho menos la puesta en escena doméstica de aquella). Lamenté la comercialización a marcha forzada de Mohamed Bourouissa: me gustó ver de nuevo sus primeras obras y me decepcionó lo que se ha vuelto, sin duda influenciado por su galerista. Me hizo falta haber podido ver a Pouillon (por haber vivido un año en uno de sus complejos en Argelia, soy un gran aficionado a la arquitectura de Fernand Pouillon). Lamenté mucho haberme perdido la presentación de Voces Off de Shelbie Dimond, hija de testigos de Jehová que se escapó, y explora el cuerpo algo así como en la linea de Francesca Woodman, «algo así como entre psicosis y neurosis». Y es todo (mientras saco Photo Brut).
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