27 de julio de 2019 por Lunettes Rouges
Ernest Pignon-Ernest, David y Goliat (según Caravage) con las cabezas cortadas de Caravaggio y de Pasolini, Nápoles, vico Seminario dei Nobili, 1990 |
Hace nueve años, sin haber podido ver la exposición de Ernest Pignon-Ernest en La Rochelle, simplemente había escrito sobre el libro que la acompañaba, no era un catálogo sino una compilación de textos de escritores, en general bastante conocidos y que hablaban de su obra. Releyendo el libro, que han vuelto a publicar con algunos textos e imágenes suplementarias para la exposición en el Palacio de los papas (que vi y se termina el 29 de febrero de 2020), me parece que mi reseña sigue siendo válida y por lo tanto no diré nada más sobre sus obras.
Ernest Pignon-Ernest, Sudarios, cárcel Saint-Paul, Lyon, 2012 |
La exposición que se encuentra en la nave inmensa de la capilla mayor del Palacio, lo que le confiere, naturalmente, una dimensión solemne: sabemos que para el artista, el lugar en donde exponen una de sus serigrafías tiene una importancia primordial, sólo nos queda apreciar la armonía entre ciertas obras y la arquitectura en la cual son presentadas. La exposición está hecha con dibujos y serigrafías y también, con fotografías in situ. Pero hay demasiadas obras, una exposición más sencilla hubiera tenido más impacto, me parece. Además, los textos de la presentación son demasiado escuetos. Sin embargo es un conjunto espectacular y se ve desde la entrada, frente a los sudarios suspendidos de la prisión de San Pablo de Lyon reubicados aquí sobre las paredes del siglo XIV.
Ernest Pignon-Ernest, La Virgiliana, Naples, tumba de Virgilio, 1995 |
Espectáculo de la religión, espectáculo de la muerte, espectáculo del mundo. Y el lugar emblemático para ello es Nápoles, ciudad de furor y de placer, ciudad trágica y barroca, su lugar predilecto; en donde muestra napolitanas que encarnan toda la miseria y la esperanza del mundo, Parténope y Deméter, la Sibila de Cumas y Santa Lucia, algunas Madonas y esta impúdica que vuelve la cara y muestra su púbis como si lo quemara el fuego del deseo («la mujer con el fuego entre las piernas», escribe Jacques Henric), que estampa en la entrada misma de la tumba de Virgilio.
Ernest Pignon-Ernest en Birwah, Mahmoud Darwish, 2009 |
Poetas, revoltosos, pregoneros: Rimbaud, Maïakoswki, Neruda, Artaud, Pasolini. Y Mahmoud Darwish de clásicas gafas, de quien dice «Nunca mis imágenes, habían dicho tanto al mismo tiempo, la fuerza de una presencia y de una ausencia», y las pega no solamente en Ramallah sino también en la pared de apartheid e incluso («devolviendo los hombres a su lugar, a su tierra», como dice Elias Sanbar) en Birwah (o Birwe), el pueblo natal de Darwish que demolieron en el momento de la depuración étnica de 1948 y que se convirtió en kibutz (y los habitantes del kibutz se apresuran a arrancar el cartel una vez que el artista da la espalda).
[añadido el 27/7 a las 7 de la tarde: testimonio de Philippe Guiguet Bologne, que era entonces agregado cultural de Francia en Ramallah
«¡la foto de Birwah la tomé yo! Ernest quería «pegar» su Darwish en el pueblo natal del poeta, en donde Israel no había querido que lo enterraran... entonces buscamos desesperadamente el pueblo natal para llevar su efigie: ¡el pueblo había sido destruido y reemplazado por un kibutz en donde criaban vacas! Pudimos entrar en el kibutz y no vimos a nadie, pegamos el retrato yacente sobre una piedra plana en un campo barbecho en la cima del compound y un retrato en el muro de una vieja casa en ruinas. Tuvimos que esperar mucho tiempo antes de que el portón (automático) se abriera para podernos ir... ¡debo confesar que estábamos preocupados! Meses más tarde oí decir que los habitantes del kibutz habían arrancado los retratos apenas nos fuimos. Ernest y yo somos los únicos testigos de esta aventura y es la primera vez que veo una huella de ello: una de las fotos que él me pidió que hiciera.]
Ernest Pignon-Ernest, La muerte de la Virgen y Antonietta, Nápoles, 1990, 1995 & 2002 |
Ernest-Pignon-Ernest con los Comuneros, con Maurice Audin, con Bertie Albrecht, con los inmigrantes, los negros sudafricanos, los prisioneros, los desplazados. Y también de manera menos directamente militante, con los libertinos del Decameron subiendo desnudos por las fachadas del Certaldo, con los músicos de Uzeste, con el Caravaggio y con Ingres. Y así continúan los lugares transformados, las imágenes que detienen la mirada de los transeúntes, los encuentros incongruentes como pequeños milagros, encuentros inesperados entre el chico de la Alcazaba y el matemático atormentado, entre el burgués tranquilo y el magrebí del tragaluz, entre las dos viejitas vendedoras en la calle de la Virgen muerta (y cuando muere una de las dos, Antonietta, él dibuja su retrato en el mismo lugar). Así surgen ecos inesperados.
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