(artículo original en francés, aquí)
Emmanuel Saulnier, Black Dancing, vista de exposición 2017 |
Toda la exposición de Emmanuel Saulnier en el Palais de Tokyo (hasta el 8 de mayo), aunque silenciosa y sin contar el chirrido de nuestros pasos por el asfalto, es bajo el signo de la música y se llama Black Dancing. En la entrada, nueve tubos grandes de vidrio llenos de agua y unidos por grapas también de vidrio , forman una partitura silenciosa sobre un piso de libros negros. Condición de existencia, trabajo del artista entorno a Keys (de ahí el tan mal juego de palabras del título...).
Emmanuel Saulnier, Black Dancing, vista de exposición 2017 |
El suelo de la sala siguiente, en una semi penumbra está cubierto de restos de asfalto negro, por encima de los cuales flotan dos esculturas hechas con redes de pescadores, vacías, que se mueven un poco con los desplazamientos de los visitantes. Sus sombras esqueléticas danzan sobre las paredes. Es una forma de celebración del vacío, de la ausencia, del silencio. En la pared, palos de vidrio apenas visibles trazan la palabra SUERTE.
Emmanuel Saulnier, Black Dancing, viste de exposición 2017 |
La última sala es tan clara como la precedente es oscura, tan dispersa como la anterior es recogida. Pedazos de madera teñidos de negro, duros y compactos le responden a la delicadeza de las redes, en la pared están puestas unas agujas negras de vidrio para marcar no sé que tiempo y contrastan con los palos que surgen de la pared de la sala anterior. En lugar de caminar con cuidado por el asfalto roto esforzándose por ser lo más liviano y discreto posible, uno navega entre los pedazos de madera dispersos, algunos de los cuales se suben a la pared : hemos pasado de una melancólica musiquita de cámara a la partitura espacial de una improvisación libre de jazz llena de titubeos y silencios, bajo el patrocinio de Thelonious Monk (Round Midnight). Esas correspondencias musicales poéticas, esculturales, hacen que el espectador entre en la obra, lo llevan a medírsele fisicamente.
sillón |
Siempre me sorprende la variedad de exposiciones en el Palacio de Tokyo y me interrogo sobre las razones e influencias que hacen que lo mejor y lo peor sean vecinos, la belleza discreta de Saulnier y el alboroto insignificante de la exposición de al lado, en la cual el artista japonés Taro Izumi, entre aullidos de lobo, ilusiones de óptica para niños de escuela y dispersión de zapatos vigilada por los guardias sentados en sillas de arbitro de tenis (el único elemento divertido) produce un conjunto de una rara indigencia intelectual y estética, perfectamente emblemática del arte como espectáculo inútil. Podemos tratarlo de « trickster », de bromista, de granuja, de chico malo, de maestro del desorden, no es lo que le dará algo de densidad. Lo peor es la serie de parodias protésicas, montajes de muebles y pedazos de madera que deberían permitirle al cuerpo de cada cual ser homotecio con el de un deportista en pleno impulso : hace pensar sobre todo en la famosa silla de Eduardo VII en el burdel Chabanais, es la única imagen que encuentro adecuada para ilustrarlo.
Anne Le Troter, Liste à puces, vista de exposición, 2017 |
Del mismo estilo, las sillas saltadoras de Dorian Gaudin me dejaron totalmente indiferente y en la instalación de Emmanuelle Lainé no vi sino una apariencia engañosa sofisticada. Para terminar hoy (hablaré de los otros en otras reseñas), la instalación de Anne Le Troter (después de su Gran Premio en Montrouge por sus susurros) en la pequeña sala en forma de teatro, analiza y examina el lenguaje de los vendedores/encuestadores por teléfono, proletariado bien formateado a quien en general le tiran el teléfono (yo, en todo caso), y al cual la artista perteneció un tiempo. El dispositivo escénico es pertinente, la lengua, ritual y repetitiva es el motor principal de esta instalación sensible, pero quedan por descifrar con más profundidad las relaciones de poder subyacentes.
Photos 1, 3 & 5 cortesía del Palais de Tokyo; foto 2 del autor.
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