dimanche 12 février 2017

Del museo como congelador

11 de febrero de 2017, par Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí) 

Carl Andre, poema, 1982



La exposición Carl Andre en el MAMVP (Museo de Arte Moderno de la ciudad de Paris) (ya casi se acaba : hasta el 12 de febrero) es una retrospectiva excelente de su trabajo, tanto las esculturas, grandes o miniaturas, como los poemas visuales (menos conocidos, pero de una belleza formal cautivadora, más allá del sentido). Pero lo sorprendente, es la diferencia, sin duda inevitable, entre los postulados iniciales del artista y la manera como presentan las obras en un museo.




Vista de la exposición



Las esculturas grandes de Andre son ante todo composiciones, definiciones de lo que deben ser (podemos atrever una analogía con Claude Rutault, aunque Andre no vaya tan lejos en la dimensión protocolaria) : hechas sobre papel, como patrones, las montaban con los materiales disponibles localmente, y luego las desmontaban al final de la exposición, y los materiales, madera o ladrillo, volvían a su estado original. La obra podía verse no como un objeto sino como una experiencia única y temporal pero que se podía reproducir más tarde, en otro lugar, con materiales similares según el mismo esquema. Es una pena que hoy el mercado del arte y las limitaciones museísticas impidan esta libertad de lo efímero, ahora las esculturas están inventariadas, las han vuelto permanentes; ya no hay nada local, ya no hay regreso al estado original, ahora un gel museístico ha cambiado su naturaleza. Por esa razón, son las obras más "preciosas", las que están hechas de grafito y de cobre brillante (44 Carbon Copper Triad, en primer plano aquí arriba), de acero y de aluminio ajedrezados, o lingotes de aluminio alineados, las que más llaman la atención, mucho más que las obras más en bruto.




Carl Andre, Lament for the Children au PS1, 1976



Además, Carl Andre concebía obras para que el espectador pudiera interactuar con ellas, recorrerlas, tocarlas, navegar en su interior, experimentar la sensación de su cuerpo en relación con el tamaño, la estructura, la textura misma de las obras. Es una pena, por las mismas razones, que aquí haya en el suelo solamente seis composiciones todavía accesibles (era lo mínimo, pero las estipulaciones son estrictas : ni pies descalzos, ni tacones de punta, ni suelas húmedas...); el acceso a las demás obras, en el interior de las cuales uno se podía desplazar como en el interior de un bosque de pilotes o de palos, está terminantemente prohibido y vigilado por una brigada de guardias atentos. Por ejemplo, miren Lament for the Children, de lejos no engendra sino un interés intelectual, frío y distante, mientras que en 1976, en lo que se convertirá en PS1, caminar por las losas del patio en medio de los cien pilotes de concreto (inicialmente soportes para tanques) debía generar una impresión de terror y de melancolía, como en un cementerio (las piedras tumbales como origen de la escultura).





Vista de la exposición (instalación en la que está prohibido entrar)



Todo ello algo desvirtúa, no tanto la obra de Andre en sí, sino su intensión, y la sensación que uno debería y podría sentir. Era posiblemente inevitable pero es una lástima. Es probablemente la razón por la cual desde hace varios años Andre ya no hace obras grandes sino esculturas pequeñas que les regala a sus amigos, en lugar de venderlas.


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