08 de diciembre de 2019, por Lunettes Rouges
Giulia Andreani, Pensionnaire modèle, 2018, acrílica sobre lienzo, 190x440cm, f. D.Molajoli |
Giulia Andreani es pintora. Punto. Ni pintora de historia, ni pintora feminista, no acepta las categorías dentro de las cuales quisieran encerrarla, dice en una entrevista con Ludovic Delalande en el catálogo, y añade «no tengo deseos de delimitar mi pintura en un espacio definido». Entonces hablemos de su pintura misma, tal y como se despliega en la parte baja del Museo de Bellas Artes de Dole, en una exposición (hasta el 2 de febrero) que, a partir de su residencia en la Villa Médicis, remonta en el tiempo. Y para ello, en lugar de seguir el hilo de las salas, la cronología o una temática restrictiva, miremos metódicamente sus lienzos y acuarelas, todas pintadas con gris de Payne, todas en todos leves y azulados, con infinidad de matices (una excepción, un filo azul en un retrato de Balthus con una samurai japonesa).
Giulia Andreani, Antifascisti, 2017, acrílica sobre lienzo, 35x27cm cada uno, serie de 10, vista de la exposición, f. M.Domage |
Podemos empezar por sus retratos sencillos, sin aprestos, sin puesta en escena, frontales, y cuyo sentido viene del sujeto mismo. Puede tratarse de dictadores y de sus mujeres, alineados horizontalmente como en una parada y que detallaremos uno por uno (descubiertos en Montrouge hace más de siete años y luego vistos de nuevo aquí), o tratarse al contrario, de antifascistas, cuya disposición vertical impide la individualidad, cuyo cartel no da los nombres, cuya ascensión es colectiva (aquí arriba). La partisana del frente de resistencia (emanación del PCF en 1941) tampoco la nombran, mientras que a su lado, el joven Pasolini luce un uniforme de Balilla, las juventudes fascistas (al final de la reseña).
Giulia Andreani, Guérillères, 2017, acrílica sobre lienzo, 150x200cm |
Para seguir en ese mundo representativo, pone en escena a heroínas que juegan un papel, performan una función: ferrocarrileras o bomberas que reemplazan a los hombres durante la guerra, guerrilleras con caras de madres jóvenes de un refugio, se muestran en el anonimato del grupo y de la transposición, o la primera mujer que se auto proclama alcaldesa, junto con su adjunta, con blusas de enfermeras y máscaras de gas.
Giulia Andreani, La Cattiva, 2018, acrílica sobre lienzo, 35x27cm |
Unas máscaras de gas funcionales que nos llevan hacia otras, un aderezo de los que acostumbra Andreani: la cara va disimulada con una reja, y se trata de la Cattiva, la mala, que le da su nombre a la exposición (estará encerrada y cautiva, detrás de una reja, o al contrario, se protege detrás de un misterio a no ser que por mala y amenazadora esté amordazada), con líneas de escritura (una carta inventada de Alexandra Killontaï a Lucienne Heuvelmans, al final de la reseña), con un formulario administrativo (las mismas madres jóvenes vistas en el refugio, la cara individual oculta para preservar el anonimato) o con máscaras teatrales (y se trata de complotistas). Es una marca de desaparición, una señal que oblitera la apariencia, el símbolo que sobrepasa la representación, un tema que atraviesa toda la obra de la artista.
Giulia Andreani, Résidentes (Alegorías de la Música, de la Escultura y de la Pintura), acrílica sobre lienzo 200x150cm chaque, vista de la exposición |
Después pasamos a composiciones más complejas, en donde abundan los símbolos, en donde todo se presta para descifrar, a veces difícilmente, o es casi imposible, la artista conserva las claves. Es aquí que están los tres primeros cuadros, homenaje a las tres primeras pensionarias de la Villa Médicis, la música Lili Boulanger (1913), la escultora Lucienne Heuvelmans (1911) y la pintora Odette Pauvert (1925). Aunque a lo largo de la exposición otras obras nos las recuerden (incluyendo los resultados de las exploraciones de Andreani en los archivos de la Villa), estas tres son los más emblemáticas. Algunos camaradas de Giulia Andreani en la Villa prestaron sus rostros; las alegorías de la música y de la pintura son tranquilas y sencillas, la una con piano, niños y partitura ilegible; la otra con un fresco aparentemente franciscano y un lienzo, virgen él también. La única singularidad, dos máscaras de teatro antiguo gesticulantes, en el suelo.
Giulia Andreani, Résidente (Alegoría de la escultura), 2019, acrílica sobre lienzo , 200x150cm, f. M.Domage |
La alegoría de la escultura es mucho más compleja; Stéphanie Solinas le prestó su cara a la pionera Lucienne Heuvelmans, y en este cuadro denso y cargado la mirada no sabe en donde detenerse en medio de la acumulación de dibujos, cartas, esculturas, entre un busto Renacentista (con una advertencia «Cave Pictricem», cuidado con la pintura), dos otros más clásicos, una foto o grabado de una Venus gravetiense, un joven modelo lánguido y, en reacción a ese desorden y a la indolencia masculina, la escultora, derecha, firme y estirada con sus herramientas contundentes en la mano. En la parte de arriba, una orden «Orate pro pictora», oren por la pintora. Cada objeto es un símbolo que no podemos descifrar, pero poco importa, el conjunto funciona.
Giulia Andreani, Damnatio Memoriae 3, 2015, acrílica sobre lienzo , 150x200cm |
Otras composiciones complejas se ven a lo largo de las salas, a veces comprensibles (Balthus maestro de la Villa, con un alter ego en sátiro de perilla dominando a su modelo que levanta los brazos con un gesto de rechazo, y unas mujeres artistas apartadas, en Pensionaria Modelo, arriba), otras veces más herméticas, como por ejemplo Le rempart -La Muralla- en el cual cohabitan unas enfermeras en el frente, Simone de Beauvoir votando, una paracaidista atrapada en un árbol mientras que su avión cae en llamas (a no ser que sea una niña agarrada a una rama), Salomé auto decapitada y cefalófora (quien al igual que La Gifle -La Bofetada- de enfrente evoca recuerdos); Hannah Höch con una muñeca Dada, y una jovencita se tapa la cara con una mano mientras la otra tiene un revolver: mi mente sencilla da vueltas en esta galería feminista («fresco trans histórico, obra manifiesto que reúne a diferentes mujeres, diferentes historias, diferentes luchas» escribe Julie Creen en el catálogo) y se pierde desconcertada. El argumento pertinente sobre el lugar secundario de las mujeres en el arte pierde fuerza cuando se presenta de manera escolar, por ejemplo con la caricatura de la mujer encerrada en las artes decorativas y que se aplica para bordar «Fuck you» en su tambor. Pero rápidamente encontramos la tranquilidad ante la Damnatio Memoriae aquí arriba con la joven de sonrisa forzada que ataca con martillo un extraño busto de Mussolini del futurista Renato Bertelli delante de un cielo expresionista al estilo de Turner (pero en gris Payne) y las piernas de un crucificado, en donde se unen resistencia anti fascista, rebelión contra cierta forma de arte y rechazo de los machismos (musoliniano, futurista y artístico).
Giulia Andreani, Valentine invocando los infiernos, 2018, acrílica sobre lienzo, 97x130cm, f. Ch.Duprat |
Enfin, Valentine Prax, Madame Zadkine en sociedad, artista ocultada por su marido como tantas otras, invoca soñadora los infiernos delante de un cuadro que reproduce un detalle una obra de Jan Tengnagel (1584-1635) que me había impactado en este museo hace diez años: Junon, que quiere vengarse de su marido que le es infiel, va a los infiernos para solicitar la ayuda de Megera y de dos otras Erinias, mientras que Cerbero gruñe. Escena elocuente (y Megera muy contemporánea).
Giulia Andreani, Balilla, 2018, acrílica sobre lienzo, 35x27cm |
En la obra de Giulia Andreani, entonces, la cuestión es siempre, resistencia, rechazo de las reglas bien establecidas, libertad, voluntad de ir en contra de los estereotipos, ya sea resistencia al fascismo o lucha contra el patriarcado en el campo artístico. Pero su talento reside precisamente en que todo no se reduce a su discurso (a diferencia de otros «artistas comprometidos»), que, al contrario de lo que hemos podido leer, no hace una pintura política de militantismo; claro que sus convicciones políticas se reflejan en su trabajo pero este tiene su fuerza propia. Es una obra que se sostiene sola, una pintura como consecuencia de un trabajo de investigación, y, dice ella en la misma entrevista «la moralidad es la peor enemiga del arte».
Giulia Andreani, A. Kollontaï, 2018, acuarela sobre papel, 51x36cm, f. H.Bertand |
El catálogo contiene sus tres últimas exposiciones, en Béthune, Paris y aquí. Además de su entrevista, esencial, hay tres ensayos, el uno con una afirmación feminista y militante, otro (de Amékie Lavin, directora del Museo) insiste sobre su íconofagia y su toma de distancia y el tercero afirma su anclaje en la historia (explicita el «Cave Pictricem», ver más arriba). Y si va a Dole, vaya a ver también las colecciones del piso de arriba, temas sobre la muerte, el poder y la guerra, muy bien expuestas.
[Correcciones hechas hoy mismo según precisiones de la artista: en la Alegoría de la Escultura, «Orate pro pictora» y no «pro pictura», y, en Pensionaria modelo, distinción entre Balthus y Axilette.]
Fotos cortesía del Museo de Dole, excepto la nº5
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