mercredi 4 décembre 2019

El orientalismo no ha muerto en el Museo de Dijon

01 de diciembre de 2019, por Lunettes Rouges




La exposición «Le Grand Tour, voyage(s) d’artistes en Orient» («El Gran Viaje, viaje(s) de artistas en Oriente») que presenta hasta el 9 de marzo las colecciones orientalistas del Museo de Dijon, empieza mal: en el cartel de presentación de la entrada, dice que a partir del siglo XIX, los artistas realizan «estancias en países lejanos, dominados por el Imperio Otomano, primero Grecia, luego Egipto, Algeria, Marruecos, Israel». Ejem, perdón, ¿leí bien??? Un poco más lejos, en un mapa de la región (explica la leyenda que muestra las fronteras actuales), representa a Israel, es correcto; con capital Jerusalén, y al lado, un territorio sin nombre aunque todos los otros lo tienen. No es correcto y es curioso, ¿no? ¿Estaremos en un anexo del MAHJ (en donde habían maltratado igualmente el mismo tema)? 


Mapa en la pared de la exposición «Le Grand Tour» en el Museo de Bellas artes de Dijon, nov. 2019


Es inevitable que las obras presentadas retomen todos los tópicos del orientalismo, jinetes orgullosos, indígenas pintorescos y odaliscas lascivas (aunque... vean a Bartholdi, más abajo). Pero que los comisarios no aporten ninguna distancia crítica, ni punto de vista histórico, que la palabra colonización no aparezca (salvo error) por ninguna parte, eso sí que no lo es. Es verdad que en la tienda del museo encontramos los libros de Edward Said y de Christine Peltre, pero no parece que los comisarios (¿anónimos?) de la exposición los hayan leído (ni con mayor razón las críticas contemporáneas de Said). 

También vi que les rinden homenaje a unos coleccionistas locales de los cuales por lo menos uno fue un saqueador confirmado. También noté un cartel según el cual, a finales del siglo XIX, «los fotógrafos se instalan allá», lo que significa, me imagino, que llegan de Europa. Puesto que nuestros comisarios saben bien que en ese entonces no había ningún fotógrafo indígena, y que, en particular, las dinastías de armenios no habían abierto estudios de fotografía en todas las ciudades del Cercano Oriente a partir de 1860. 


Jean-Luc Moulène, Abou Baker / Ouassim, Liba & Abded / Hadi «Coucou», Saida, Libano, 2002, cibacromos sobre aluminio


Total, para que parezca contemporáneo, los comisarios invitaron a uno de los cuatro fotógrafos que, bajo el auspicio del Museo Niepce, también hicieron un «Gran viaje» en Siria, Palestina y Líbano entre 1997 y 2002 (Ange Leccia, Jean-Luc Moulène, Patrick Toscani y Akram Zaatari). Y puesto que no iban a invitar a un árabe a una exposición sobre los árabes, entonces el que está presente es Moulène (excelente, además). Él nos muestra estos tres retratos de hombres jóvenes que quieren vivir a pesar de todo. En el cartel, la realidad nos atrapa puesto que nos encontramos en Saida, en el sur del Líbano de donde Israel acaba de retirarse.

Esta exposición falsifica sin vergüenza la historia y la geografía, y no aporta ningún punto de vista crítico, estético, social, cultural o político.


Auguste Bartholdi, Retrato de Hassan Abdallah, 1855-56, piedra negra y realces de sanguina y blanco sobre papel rosa salmón, encolado sobre soporte acartonado


Para recuperarme, fui, 200 metros mas lejos a ver una pequeña exposición (hasta el 16 de febrero) sobre Auguste Bartholdi en Oriente (1855-1856) en el Museo Magnin (más conocido por sus desnudos que por sus posturas políticas), lástima que el espacio sea tan reducido y que la forma como está puesta la exposición no facilite mirarla. A los 21 años Augusto Bartholdi, ya algo conocido como escultor, se va para Egipto con, entre otros, Gérôme, y luego, solo a Yemen. Dibuja y fotografía. Por supuesto que es sensible al exotismo pero sus trabajos demuestran su respeto por sus modelos, que son dignos y orgullosos y no se prestan al juego colonial. De regreso a Francia, Bartholdi hará muy pocas obras orientalistas. Está claro que es un blanco en medio de los indigenas, y no es insensible a las «almeh» como bien dice la ficha de sala (hasta a ellas las dibuja con dignidad y respetuosamente), y su viaje se detiene cuando por los lados de Sanaa unos yemenitas de las montañas, que no querían que los fotografiara, lo sacaron (y al tiempo le robaron unos calotipos). Las obras de Bartholdi muestran una realidad bastante auténtica, o en todo caso, sin los fantasmas que obsesionan a la mayoría de sus colegas. 


Auguste Bartholdi, Mujer joven del reino de Sanaa, Arabia, 1856, mina de plomo sobre papel gris azulado


Así esta misteriosa mujer joven yemenita, que por su aderezo es probablemente de gran linaje, mira al artista con dignidad indulgente; no es inferior, acepta que la mire y la dibuje, no hay ni exotismo ni erotismo de pacotilla. Nos acercamos a un retrato del Renacimiento, estamos al otro extremo de la mirada orientalista colonial que presentan en el Museo de Bellas artes. 


[Al principio el autor quiso poner un título que hacía referencia a San Eligio, más allá de la muerte, pero lo cambió pensando en las ligas de la virtud que ahora asolan].


Fotos 1, 2 & 4 del autor

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