dimanche 21 octobre 2018

Un premio Marcel Duchamp postcolonial


12 de octubre de 2018, por Lunettes Rouges


(artículo original en francés, aquí)




Thu-Van Tran, L’étincelle, 2018, bronce, 45x30x10cm

Si quieren ver la exposición de los cuatro nominados este año (dos hombres y dos mujeres, claro) al Premio Marcel Duchamp (en el Centro Pompidou hasta el 31 de diciembre) van a necesitar tiempo. En efecto, la película de Marie VoignierTinselwood (cao la madera guirnalda de navidad, ¿la madera intermitente?) dura 82 minutos, y hay que verla entera. Durante la visita de prensa fui el único que vi la película de cabo a rabo (mis colegas apurados ¿irán a copiar el comunicado de prensa?). La película fue rodada en Camerún, en los confines del Congo, por los lados de Moloundu. No es una película etnológica, ni un documental, ni un espectáculo para ver (como en la obra de Camille Henrot), es una serie de cuadros sobre los habitantes de ese rincón lejano; se habla de cementerios de colonos alemanes en donde estarían enterradas riquezas, escondidas entre tumbas; de tráfico de marfil y de corrupción; de tala; de la cultura del cacao y de la pesca; de Tramol y otras drogas que permiten olvidar el cansancio y la explotación; de un jardinero esteta haciendo admirar su rosal; de oro, de diamantes; el infaltable machete se ve en todas partes, y se habla mucho de brujos. Además a los brujos no les gusta la electricidad y los generadores sufren. Uno de los obreros agrícolas que siembra cacao se llama Mitterrand; hay otros indicios de modernidad disimulados aquí y allí. Hay viñetas, un retrato multifacético de la región. Los colores de la película son bellos, verdes de la selva y rojos de las pistas (título del libro de entrevistas que dieron lugar a la película), el sonido es excelente : se trata de un equipo de profesionales, sin duda franceses blancos como la directora, que miran y dan testimonio. Es sin duda esa la falla de la película, la distancia, el alejamiento, la propuesta de pequeñas escenas desprovistas de un discurso más potente sobre la colonización, y dejan que el espectador descifre por sí mismo, que analice, que entienda las filigranas. Es probablemente el libro Pista roja que da la clave (no lo he leído todavía), que sirve de voz superpuesta, pero la película sola, presentada para el Premio, deja con las ganas.

Marie Voignier, Tinselwood, 2017-2018, película, captura de pantalla

Al contrario de Marie Voignier, Mohamed Bourouissa, no toma ninguna distancia con su tema : en su película (mucho más corta, 14 minutos) El murmuro de los fantasmas, encuentra, en el decrépito hospital psiquiátrico de su propia ciudad natal, Blida, un paciente, Bourlem Mohamed, interno allí desde 1963. Es la ocasión para volver a sus recuerdos, y en particular a sus torturas durante la guerra de independencia, y también para descubrir con nuestros propios ojos ciertas terapias de Frantz Fanon, quien fuera el médico jefe de 1953 a noviembre de 1956 y que velaba por los intereses de sus pacientes al contrario de la psiquiatría represiva tradicional (y racista) de su predecesor, Antoine Porot (pero en su corta película solamente toca con brevedad esta oposición entre dos enfoques psiquiátricos, lástima). Fanon fomentó la ergoterapia, este paciente está entonces encargado del jardín del hospital, que nos hace visitar muerto de risa y contando fragmentos de su vida. Podríamos ver una película excelente, testimonio directo y concreto, y a un director muy implicado con el tema y compartiendo historia, cultura, y toda una problemática sobre la psiquiatría y el colonialismo (aunque quisiéramos más). La instalación (intitulada Sin tiempo para los pesares) en una plancha de estaño que recuerda en jardín del hospital no está mal, y el hecho de que se proyecte la película por las seis faces de un volumen hexagonal, aunque complica un poco la visión, funciona bien. Hubiera podido ser entonces una instalación excelente, si Bourouissa no se hubiera dejado llevar ( de nuevo...) por su gusto reciente por los adornos, los detalles superfluos, la dispersión (al contrario de sus obras más antiguas, tan sencillas, como ésta). Tenemos entonces en la plancha de estaño esculturas de madera de niños de las escuelas de Liverpool (totalmente sin interés) y de las bandejas en donde maceran las hierbas de san Juan (de Olivier Nattes), vayan a saber porqué. Pero en la película lo peor es la invasión  intermitente de glóbulos rojos que flotan en la imagen : se supone que están ahí para evocar la sangre de Fanon que murió de leucemia. Por favor... (la imagen arriba, del servicio de prensa de Pompidou, no corresponde con el video pues es de a una serie fotográfica anterior)

Mohamed Bourouissa, Retrato de una paciente del l’Hospital psiquiátrico Frantz Fanon de Blida, 2013

Thu-Van Tran también habla de colonialismo, de relaciones Norte-Sur, pero de manera más sutil, incluso más hermética. Me parece que habría que eludir la primera impresión visual de la sala e ir a ver primero la pequeña película. Si no sale nada en cuatro secuencias, cuatro suspiros dice ella, (8 minutos) que parece ser la pieza clave de su exposición. Una secuencia muestra una explosión volcánica indómita, las nubes del humo ocupan toda la pantalla y ruedan hacia nosotros; la siguiente, la energía de un niño desnudo de espaldas que golpea con determinación el agua del mar; otra, jóvenes empleadas domésticas filipinas que se reúnen los domingos en un centro comercial de Hong Kong, para manifestar digna y silenciosamente; y la cuarta es un taller de fundición de bronce en donde se funden las letras del título de la película y aparecen una vez que su caparazón se ha quebrado. 
De ahí, podemos ir hacia las paredes grises en donde pintaron uno sobre otro los colores del arco iris, colores de los Rainbow herbicidas, toxinas con las que el ejército de los Estados Unidos fumigó su país natal durante la guerra de Vietnam (Los colores del gris), un tema recurrente en su obra. Luego podemos ir a ver un dibujo inmenso de nube volcánica, manchada con pintura, como si se la hubieran lanzado, también un arco iris (Estela de polvo). De ahí podemos ir a ver moldes rotos por el suelo, moldes de las letras de un letrero Welcome (Bienvenido). Después podemos ir hacia el brazo de bronce del niño, gesto de indignación y desobediencia (La chispa) (imagen de arriba). Entrar en esa instalación es un poco más difícil, pero su potencia, su coherencia y arraigo en la historia me parece que se destacan (¿estaré siendo parcial?).

Thu-Van Tran, Los colores del gris, 2018, pigmento, aglomerante, agua, 4x9m

En cuanto al cuarto nominado, Clément Cogitore, habiendo visto su última exposición en el BAL, me esperaba otra cosa. Presenta un montaje de 15 minutos, The Evil Eye, hecho con trozos de películas que venden los bancos de imágenes para hacer publicidad o propaganda, con mujeres casi exclusivamente, más o menos lascivas o seductoras: ¿Se tratará de denunciar la mujer objeto? ¿la sociedad de consumo? o, si seguimos las descripciones (de él o del Apocalipsis), de ¿cuestionar el Mal? Uno se sale al cabo de dos minutos confundido y decepcionado. 

Clément Cogitore, The Evil Eye, 2018, instalación video, captura de pantalla.

El 15 de octubre sabremos quién es el galardonado (pero mirando la tan convencional composición del jurado, dudo que escojan lo mismo que yo).

Foto 1 del autor; las otras fotos cortesía del Centro Pompidou.

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