mardi 30 décembre 2025

Las fracturas de Isabelle Ferreira

 

9 de diciembre de 2025, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)


Isabelle Ferreira, de la serie La invención de la valentía (O salto), 2021/23, foto del autor


Isabelle Ferreira es francesa, hija de inmigrantes portugueses. Su exposición Notre Feu -Nuestro Fuego- (hasta el 2 de marzo) inicia con un uso que tenían los portugueses que pasaban ilegalmente la frontera (o salto) con España y después Francia con la ayuda de un traficante, en la época de la dictadura: la mitad del precio de la pasada se pagaba con anticipación, una foto del migrante se rompía en dos, una mitad la dejaban con la familia, y una vez que había llegado a su destino el inmigrante enviaba la otra mitad de su foto y se pagaba el saldo. De identificación, la fotografía se convertía en instrumento fiduciario. Isabelle Ferreira expone en la pared, fotos-esculturas rotas, que recuerdan aquella práctica (La invención de la valentía).


Isabelle Ferreira, vista de la exposición Nuestro Fuego, en el MAAT Lisboa 2025, con uno de los Testigos, 2025 y en el fondo, una partida de Staccato, composición in situ, 2025, foto del autor.


El paso por los Pirineos se recuerda también con ensamblajes de placas de madera sobre móviles, superposiciones de imágenes de montañas, picos y valles, de obstáculos y de pasajes (Los Testigos). En la pared del fondo un ensamblaje de trozos de papel coloreado rotos y grapados contra la pared forman una composición abstracta, como una ola, una inspiración (Staccato). Otra fractura, la imagen Fatum en la que la mano sostiene una especie de juego de cartas contra el destino, pedazos de papel de colores. 


Isabelle Ferreira, Por la noche #8, 2022


Parece que romper y reconstruir son prácticas recurrentes en la obra de la artista, en la serie Por la noche en la que presenta fragmentos de fotos aéreas a baja altitud de los Pirineos (hacia 1960, procedentes del fondo Roger LAPIE), que cubrió con papel negro, rasgó, rompió, para hacer emerger imágenes indecisas, fragmentos en los cuales adivinamos una roca o un río, pero que dicen ante todo, la tragedia de aquellas travesías. En fin, como para completar aquellas fracturas, cortaron pedazos de roble y concienzudamente los cubrieron con ganchitos con un gesto mecánico y ritual (Ker que significa casa en bretón, o fuego en francés antiguo, como el título de la exposición). Quizás haya que ver en esta exposición un eco, no solamente a la inmigración, por supuesto, sino también al desgarro de ser inmigrante (o hija de inmigrante) entre dos culturas, entre dos idiomas, entre individualidad y comunidad, entre rotura y reconstrucción. 



lundi 29 décembre 2025

Gerhard Richter, activista de la pintura


15 de diciembre de 2025, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)


Gerhard Richter, Flasche mit Apfel (botella con manzana), cat. 663-6, 1988, óleo sobre lienzo, 82x62cm, col. part.


La enorme exposición Gerhard Richter en la Fundación Louis Vuitton (hasta el 2 de marzo), con más de 250 obras presentadas cronológicamente, realizada en estrecha colaboración con el artista, pretende presentarlo como a uno de los más grandes     pintores vivos, y, especialmente como casi el único que es a la vez figurativo y abstracto. La cuestión que subsiste cuando se sale de la exposición, me parece que es la siguiente: «No hay duda de que Richter es un artista totalmente único en su trabajo figurativo por su modo de utilizar y desviar las imágenes fotográficas. Pero, en cuanto a sus pinturas abstractas, ¿es igual de original? ¿Qué ha inventado realmente en abstracción? ¿En qué se diferencia de los otros pintores de la abstracción geométrica y del expresionismo abstracto?» 


Gerhard Richter, Flow (flujo), cat. 933-4, 2013, laca detrás de un vidrio montada sobre aluminio-dibond, 100x200cm, Paris, Fundación Louis Vuitton


Sus cartas de colores (Farbtafeln) me parecen ejercicios puramente formales, inteligentes, sistemáticos, pero no se siente la emoción que sentimos con la obra de Malevitch, la complejidad de Mondrian o el juego de contrastes y oposiciones de Albers: no son sino cartas de colores. Sus monocromos grises dan testimonio sin lugar a dudas de una búsqueda exhaustiva de su parte, pero ahí también, frente a Klein o Malevitch se siente que falta algo, un vacío: no son sino ejercicios de pintura sin alma. Las pinturas que parecen gestuales atraen más, como el rasguño amarillo con fondo rojo de 20 metros de largo (Strich), salvo que no tienen nada de gestual ni de espontáneo, ni de vital como en la obra de Pollock, sino que son una composición minuciosa, centímetro a centímetro, muy bien realizada para que dé la impresión de ser un gesto. Richter es un pintor abstracto frío y calculador, simulador, y me parece que la corriente no pasa. En última instancia, en lugar de esos ejercicios de pintura, me hubiera gustado ver más sus experimentaciones más allá de la pintura: sus obras digitales (Strip) pero no hay sino dos en la exposición, o sus pinturas en vidrio (Flow), pero solamente hay una. 


Gerhard Richter, Ema (Akt auf einer Treppe) (Ema, Desnudo en al escalera), cat. 134, 1966, 200x130cm, Colonia, Museo Ludwig


Entonces, más que sus pinturas abstractas, lo que me fascina en la obra de Richter (y creo que es lo que quedará de él en 50 años), es su utilización de la imagen, la sublimación de la fotografía en la pintura. Podemos estar en desacuerdo con su visión despreciativa de la fotografía pero sólo podemos admirar su manera de digerirla, transformarla, difuminarla, de eliminar la superficialidad para obtener la esencia de la imagen. Algunas son pinturas sencillas sin mensaje particular: su tercera mujer amamantando a su hija (Betty), paisajes, su primera mesa, fundadora (Tisch), un ciervo (Hirsch). Pero la mayoría van cargados de sentido: bodegones magníficos, vela, flores o cráneo, como memento mori; retratos de familia que evocan el nazismo, su tío Rudi en uniforme y su tía Mariana que morirá por eutanasia; sus 48 retratos, todos de hombres, por supuesto. Cuando pintó a su primera mujer Ema desnuda bajando una escalera, es evidentemente un ataque contra Duchamp que había anunciado la muerte de la pintura. 


Vista de la exposición, Gerhard Richter, Birkenau, Fundación Louis Vuitton (cat. 937, cada una 260x200cm), foto del autor


Y algunas obras llevan deliberadamente temas políticos, a veces relativamente consensuales y a veces controvertidos. Un lienzo pequeño recuerda los atentados del 11 de septiembre contra las torres del WTC es a la vez discreto (no se ve nada, o casi) y expresivo (se entiende todo). Los cuatro lienzos sobre Birkenau muestran una forma de imposibilidad de pintar a partir de las famosas cuatro fotos de horno crematorio, pero las pone en escena de forma curiosa: al lado de las reproducciones vueltas a enmarcar de las fotos originales y frente a un espejo mural, elección extraña. Pensamos en el rechazo de la imagen de Lanzmann que decía: «Si yo hubiera tenido esas fotos entre las manos, las hubiera destruido», al opuesto total Didi-Hubermann en Imágenes pese a todo. Richter también aniquila las imágenes pintadas, pero sus pinturas convertidas en abstractas necesitan un contrapunto de imágenes originales (no obstante el reencuadre) a su lado: una elección problemática. 


Gerhard Richter, Gegenüberstellung 2 (confrontación 2), cat. 671-2, 1988, óleo sobre lienzo, 112x102cm, New York, MoMA.

La serie más controvertida es sin duda la del 18 de noviembre de 1977, que aquí ocupa una sala entera (con un «warning» en la entrada...): es el día en que encuentran a cuatro miembros del grupo Baader-Meinhof (Fracción ejercito rojo, RAF) muertos en sus celdas, «suicidados» inexplicablemente. En 15 cuadros, Richter pinta su muerte, Gudrun Ensslin colgada, Andreas Baader en un charco de sangre en el suelo, con un tiro en la cabeza, Ulrike Meinhof muerta, acostada en el suelo, imágenes repetidas, obsesivas. También la escena del arresto, una vista del entierro, una celda, un tocadiscos, un retrato de Ulrike Meinhof joven, y tres Confrontaciones, retratos de Gudrun Ensslin según unas fotografías tomadas durante un interrogatorio policial: nos confronta a nosotros, nos interroga. Sorprende que Richter que no sentía ninguna simpatía por la RAF, haya sido capaz, a través de ese paso de la foto policial a la pintura, de comunicarnos una emoción, un dolor, «como si el hecho de reproducir los eventos con imágenes diera la posibilidad de entenderlos, de vivir con ellos» (Notas, noviembre de 1988). Ahí está, para mí, el gran Richter, el inolvidable Richter.







dimanche 28 décembre 2025

El plátano de Cattelan


14 de diciembre de 2025, por Lunettes rouges

(artículo original en francés, aquí)


Maurizio Cattelan, Comedian, 2019



Después del orinal de Duchamp, el plátano de Maurizio Cattelan es sin lugar a dudas el ready-made supremo, el que no solamente como Duchamp denuncia la creación artística (¿Qué es una obra de arte?), sino que además denuncia el mercado, el sistema burgués dentro del cual funciona el arte. Este plátano pegado a la pared llamado Comedian, se convirtió en icono, un símbolo: se ríen, lo odian, se deplora, lo lamentan, ...


Maurizio Cattelan, Untitled, 2003


Susurro, la magnífica exposición en la Villa Serralves, una casa Art Déco de los años 30 en Oporto (hasta el 18 de enero), propone muchas otras ocasiones para reírse o indignarse, quedarse boquiabierto y admirar el talento y/o la desfachatez de Maurizio Cattelan, con unas veinte de sus obras (más otras tres en el parque, entre ellas L.O.V.E de madera: Libertà, Odio, Vendetta, Eternità). Después de su firma en neón (con 3t), se le recibe a usted con un caballo suspendido, Novecento (al lado, otro está incrustado en la pared, Untitled), unas palomas colgadas arriba (Ghosts) y un jovencito que toca tambor periódicamente, en equilibrio precario sobre una baranda (Untitled 2003). Todo esto da el tono, una inquietud divertida toma posesión del visitante, casi un malestar. 


Maurizio Cattelan, La Nona Hora, 1999



A lo largo de las salas la reproducción a escala 1:6 de la Capilla Sixtina (Untitled 2018) aporta un sosiego más clásico pero la inquietud no deja de aumentar entre impactos de balas sobre placas de acero dorado (Sunday), cadáveres en mortajas blancas (de mármol, All), la joven crucificada frente a la pared (Untitled 2007), los autorretratos dormido o quizás muerto (We), o suspendido en la pared (Untitled) el hombre y el perro en el suelo (Breath), y para culminar, con una sonrisa triste, Juan-Pablo II aplastado por un meteorito bien dirigido (La Nona Hora), la dislocación del poder religioso. 


Maurizio Cattelan, Jorge, 2024


En el pórtico de la capilla de la casa, un habitante de la calle duerme encogido en la lluvia y el frio (Jorge) y, en la capilla misma, delante de un altar barroco plagado de palomas (Ghosts), Adolf reza arrodillado (Him). ¿Provocación? ¿Indignación por encargo? por supuesto, en toda la exposición, en toda su obra los mitos históricos caen de su pedestal: la religión, el dinero, la guerra, la muerte. Detrás del humor provocador, la melancolía cínica: ¿en qué se ha convertido nuestro mundo? 


Fotos del autor



samedi 27 décembre 2025

Los enigmas de la mujer atrapando una pulga, de Georges de La Tour


12 de diciembre de 2025, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)


Georges de La Tour, Mujer atrapando una pulga, hacia 1638, óleo sobre lienzo, 121x89cm, Nancy, Museo lorrain – Palacio ducal.

Tanto se ha escrito sobre La Tour, sobre sus pinturas diurnas y nocturnas, sobre su maestría de la luz, y no solamente lo han hecho los historiadores sino también grandes escritores (René Char, André Malraux, Pascal Quignard), que, después de haber visto los alrededor de veinte cuadros (es decir la mitad de sus obras) en el museo Jacquemart André (hasta el 26 de enero), primera exposición parisina después de casi 30 años, tememos repetir sin inspiración temas que tanto se han abordado: el claro oscuro, las velas y los reflejos, las noches silenciosas, los cuadros religiosos y especialmente las Magdalena, las escenas de género y los retratos realistas de gente del pueblo digna en su miseria. Entonces, lo mejor es escoger un cuadro, sólo uno para sumergirse en él. Podría ser Job burlado por su mujer, un cuadro de lo más extraño, celebrado por René Char, o El Recién nacido, una obra más conmovedora, o el Pago del diezmo, la composición más compleja o desde luego una Magdalena penitente, como la de las dos llamas del Metropolitan.




Pero me atrajo esta mujer desnuda despulgándose o despiojándose, un tema poco frecuente pero representado en pintura de vez en cuando, generalmente de manera picante, trivial o pintoresca, como por ejemplo Honthorst (y también) Crespi, Lancret, o Murillo que representa al otro sexo. Nada de eso en la obra de La Tour, sino una sensación de seriedad, de intimidad silenciosa y de misterio. Y ante todo, cuadro décimos del cuadro los ocupa una silla vacía delante de una pared sin nada; las lineas son rectas, como una matriz de trazos simples, dominan los tonos térreos, marrón y rojo ladrillo. Lo que vemos entonces es la ausencia, el vacío que la vela no alcanza a llenar, una vela tan del artista, tan a la orilla de la silla que podría caer con el mínimo movimiento en falso: y ya acabándose, ya no queda mucha cera (o sebo). ¿Qué más no cuenta esta ausencia, esta carencia, la posible caída y ese fin que se aproxima? No sabemos, pero ello crea un sentimiento de desazón, de falto. La luz de la vela se refleja cada vez de manera diferente, en los clavos de tapicero del espaldar de la silla: proeza del pintor de la luz, es verdad, pero quizás también la evocación de cierta relatividad, de aceptación, de diversidad de puntos de vista. 


La vela alumbra un cuerpo de mujer joven casi desnuda. Toda la parte derecha del cuadro está hecha con líneas curvas y ondulantes, que contrastan con la ortogonalidad de la izquierda. El reflejo de la luz en la piel dorada genera tonos más claros y cálidos que combinan con la blancura de los lienzos. Es lo primero que vemos, el contraste formal de las lineas y los tonos. La mujer está apenas vestida con una camisola blanca de un lienzo bastante ordinario y lleva un simple turbante apenas más oscuro, en el brazo derecho lleva un pobre brazalete de azabache. De todos los personajes pintados por de La Tour, ella es la que tiene la ropa más modesta, la más indistinguible: hasta los pobres Tocadores de zanfonía van mejor vestidos. El torso y abdomen los modela la luz, su cara poco agraciada y sin barbilla está agachada y por ello entre luz y sombra, sus largas piernas sólidas, bien puestas en el suelo están esculpidas por la sombra, el pie izquierdo está a la orilla del lienzo como un anclaje en lo real. 



El vientre atrae la mirada: ¿estará embarazada? Podríamos pensarlo, pero sus tristes y pequeños senos flácidos, apenas descubiertos, parecen decir lo contrario: no hay sensualidad, no hay erotismo, únicamente una anatomía, un realismo crudo casi vulgar. Está sentada en un taburete de patas torneadas que contrastan también con la dureza rectilínea de las patas de la silla. Todo lo del lado de la mujer es blandura, redondez, al opuesto de la rigurosa rigidez de la parte izquierda: es la estructura misma del cuadro, la tensión entre recto y curvo, entre ausencia y presencia. Las dos escenas, si podemos decirlo así, son importantes. 

  


Y ¿quién será? Hubo cantidad de hipótesis: una sirvienta, una prostituta, una jovencita embarazada recogida en el convento Nuestra Señora del Refugio de Nancy, de nuevo María Magdalena, o Agar (la madre de Ismael desterrada por Sara madre de Isaac, un «destierro» que sigue siendo contemporáneo con otro nombre). Y ¿qué está haciendo? Tiene las manos juntas, falanges contra falanges. Algunos quisieron ver una oración, desgranando un rosario. Pero, entre las uñas y los dos pulgares, si miramos bien de cerca (o con zoom fuerte), se distingue una mancha negra, quizás roja: el rojo de la sangre de una pulga o de un piojo que acaba de agarrar y de aplastar. La pulga (¿por su género en francés y en español?) goza de un capital de simpatía que el piojo no tiene, aunque igual que éste, acarrea enfermedades; fue la pulga la que se escogió para el título de la obra cuando la redescubrieron en 1955 (en la herencia de una vieja achacosa a la que poco le importaba). Un acto de higiene, entonces, con algo de miserabilismo (pero las pulgas y los piojos proliferaban también en Versalles), que necesita toda la concentración visible en su cara seria (pero no se ve la satisfacción de alivio y algo sádica que cualquiera sentiría con ese tipo de acto, me parece). ¿Es un cuadro de meditación? ¿Será la purificación del cuerpo una metáfora para la liberación del pecado? ¿Será ese el mensaje de un La Tour moralista?



Muchos otros cuadros de La Tour, por espléndidos que sean son más fáciles de descifrar: la penitencia de las Magdalena, la dignidad de los Tocadores de zanfonía, la majadería del jugador de cartas o dados, la rabia de la mujer de Job. Éste es mucho más misterioso, intentamos desesperadamente encontrarle un sentido histórico, social, moral, religioso, alineando hipótesis. Por mi parte, mucho más que el acto de espulgarse, lo que me desconcierta es la silla vacía, la ausencia (¿de quién, ¿de qué?) y la tensión interna entre las dos partes. Aquí no hay ningún detalle (salvo quizás, lo que es raro en la obra de de La Tour, la linea de unión la pared y el suelo al fondo, que crea un efecto de profundidad), ningún adorno, únicamente una composición estilizada, pura, geométrica. 



Y por tanto hay un detalle perturbador, imposible de descifrar: debajo de la mano izquierda un trazo vertical negro, primero rectilíneo, que se reduce y luego se abre para crear más a la derecha una mancha gris informe que se funde en los dorados de la piel del vientre. ¿Será una sombra? ¿La sombra de qué? Algunos vieron más abajo a otra pulga (o ¿será sólo el ombligo?). No encontré ningún análisis de esa mancha pictórica, ninguna pista, y para decir la verdad, no veo nada, como decía el autor del Detalle. Un enigma más en el cuadro. 




samedi 20 décembre 2025

Clérambault reducido


10 de diciembre de 2025, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)


Gaëtan Gatian de Clérambault, sin título, vers 1915/17, col. Museo del Quai Branly


Siempre me ha fascinado Gaëtan Gatian de Clérambault, por su obra psiquiátrica (supervisó la tesis de Lacan), y ante todo por su obsesión por lo drapeado y lo velado, por su libro sobre la Pasión erótica por las telas y lo femenino, por su inmensa colección de fotografías de mujeres marroquíes veladas (algunas fueron expuestas hace doce años en el Quai Branly que conserva unas mil), y por la puesta en escena extraordinaria de su suicidio cuando se volvió ciego: con un revolver, frente a un espejo y rodeado de maniquíes de cera velados. Hay que leer el excelente libro que el psiquiatra Serge Tisseron le consagró. Y he visto a numerosos artistas que al trabajar sobre lo velado, se inspiraron de él más o menos abiertamente: Meriem Bouderbala, Alison Watt, Yocheved Weinfeld, Faisal Samra, …


Hoda Afshar, The Fold, vista de la exposición, Museo del Quai Branly, 2025, foto del autor


En cambio, la artista australiana de origen iraní Hoda Afshar quiso medirse directamente con Clérambault y su archivo (exposición en el Quai Branly hasta el 25 dd enero), lo convirtió en objeto de estudio para transformar al observador en observado. Es cierto que el discurso es bastante simplista: claro que Clérambault es orientalista, claro que es sexista, claro que sus fotos son una manifestación de poder, macho, docto y colonial. Hubiera sido más interesante explorar, en lugar de todas esas evidencias, como lo hizo Tisseron, la dimensión propiamente neurótica de la pasión de Clérambault. En sus premisas, bastantes simples, Afshar intenta añadir sentido. Primero expone 900 revelados analógicos alineados en una pared en nueve hileras, cada foto es un detalle parcial de una fotografía de Clérambault que resulta de una manipulación del archivo numérico en línea. Sólo se ven pedazos de tela y se pierde la complejidad del drapeado, de cierta manera es como si negara la plenitud de la búsqueda de Clérambault: dice la artista «haber intentado volver el archivo más inaccesible» (en una entrevista con T. Dahmani).


Hoda Afshar, The Fold, captura de pantalla video, 2023


Luego vemos cómo descompone el gesto de disposición del drapeado, secuencia realizada por Clérambault que se reproduce a escala humana sobre espejos impresos en los cuales se refleja la imagen del visitante. Después, un video mas bien hecho, con una animación numérica que recrea su suicidio (imagen aquí arriba), seguido de entrevistas con un juego de espejos bastante insustanciales, de cinco «expertos», todos australianos, salvo error, y por lo tanto bastante alejados culturalmente de la cultura y de la problemática de Clérambault (que había aprendido el árabe en Tunisia y Marruecos), sobre la cual aproximan sus cuadros de análisis decoloniales y feministas. No es seguro que se aprenda gran cosa sobre Clérambault, o en todo caso, es una visión bien parcial y sesgada. En cuanto a la pieza sonora que acompaña la exposición, es, si entendí bien, deliberadamente confusa. Reducir de esa manera a Clérambault, a su lógica política y a su dimensión machista y colonial, la cual es bien real, al mismo tiempo que a la presión que ejerce sobre sus modelos (al igual que un psiquiatra con sus pacientes), dejando de lado sus motivaciones estéticas (el drapeado de la antigüedad hasta nuestros días; ver también Ninfa Moderna de Didi-Huberman) y los enfoques psiquiátricos de su obra (obsesión, neurosis y estructuración obstinada del saber) me parece ser la prueba de una miopía evidente. 


Portada del libro The Fold, Loose Joints Publishing, 2025



El proyecto se llama The Fold, el pliegue (las ideas de Deleuze sobre el pliegue barroco se aplican a Clérambault, pero aquí no se ve ni rastro). Un libro acompaña el proyecto cuya  maqueta es original: 228 páginas con 435 fotos de Clérambault, pero tiene casi únicamente detalles de sus fotos, por 20 páginas de texto. El ensayo de la comisaria Annabelle Lacourt centra a Clérambault en una lógica política a expensas de las dimensiones estéticas y psiquiátricas de su trabajo, según se dice arriba. Una entrevista de la artista con la investigadora de origen argelino Taous Dahmani pone en paralelo la relación con el velo en sus dos países de origen y subraya su potencial de resistencia; ellas plantean también el punto importante de cómo mostrar sin caer en el espectáculo, cómo informar sobre la dominación sin reproducirla (Afshar tenía primero como proyecto las tarjetas postales eróticas orientalistas, el harem colonial). El ensayo de Ali Behdad (UCLA), autor del excelente Camera Orientalis tiene la ventaja de presentar un contexto histórico muy necesario sobre la fotografía y el orientalismo, a la vez histórico y político, como también sobre los estudios europeos (Lehnert & Landrock, Bonfils) o autóctonos (los armenios como Van Leo o los hermanos Abdullah, la era Qadjar, ...) en el mundo árabe y musulmán, más allá del exotismo. 


Hoda Afshar, Speak the Wind, 2015/20


Afshar presenta también en el Quai Branly un trabajo documental sobre el estrecho de Ormuz, Speak the Wind, con paisajes espectaculares y una evocación de las creencias locales y de los ritos vinculados con el viento. No pretende nada, es una buena fotografía documental. 



vendredi 5 décembre 2025

Otro David


5 de diciembre de 2025, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)


Jacques-Louis David, Autorretrato, 1794, óleo sobre lienzo, 81x64cm, museo del Louvre


David neoclásico, claro que si; David pintor de lo antiguo, David retratista, David y La Consagración de Napoleón. Etc. Todo eso es verdad. Pero el interés de esta exposición en el Louvre (hasta el 26 de enero) es que no se satisface detallando esos temas conocidos y trillados, sino que permite explorar también otros aspectos de su pintura. Tomaré dos ejemplos, David revolucionario y David erótico.


Jacques-Louis David, La Muerte de Marat, 1793, óleo sobre lienzo, 165x128cm, Museos reales, Bruselas


En general no se insiste mucho sobre el compromiso revolucionario de David, no solamente en sus cuadros, tampoco en sus funciones cívicas. Él, que no aguantaba el Antiguo Régimen y su sistema paralizado, Academias y Salones, hasta el punto de intentar suicidarse después de su cuarto fracaso en el Grand Prix en 1773 (lo obtuvo al quinto intento en 1774), eligió rápidamente, pintar a hombres víctimas de las injusticias, descartados por el poder, reducidos a la mendicidad (Belisario en 1781) o un suicidio (Sócrates en 1787, año en que David entra en la Francmasonería) antes que la glorificación de los héroes vencedores de la Antigüedad. Otro ejemplo de su falta de conformismo con los valores de la época: es el primero (o uno de los primeros) que les abrió su taller a las mujeres (entre ellas Madame Benoist). Por tanto, cuando estalla la Revolución se compromete con pasión: amigo de Robespierre, diputado en la Convención (que preside brevemente), votó la muerte del rey (y su mujer pide el divorcio), presidente del Club de lo Jacobinos, miembro del Comité de Seguridad General durante el Terror, organizador de fiestas revolucionarias («obras de arte totales») y ceremonias fúnebres (para Peletier y Marat), su acción sobrepasa ampliamente el mundo artístico (hizo abolir las Academias y abrió los Salones para todo el mundo, contribuye en la creación del que será el Museo del Louvre, y en una palabra, tumba el sistema antiguo). No puede terminar el Juramento del Juego de pelota, pinta el Brutus condenando a sus hijos a muerte y al joven Bara idealizado en héroe antiguo, bosqueja une alegoría de la Revolución en Nantes; su retrato de Le Peletier de Saint-Fargeau (asesinado por un guardia del rey) será destruido por la hija del Convencional, una realista que reniega a su padre, y no queda sino un grabado. Cuando cae Robespierre, David es uno de sus pocos allegados que se libra de la guillotina, lo meten preso dos veces (y su ex mujer se vuelve a casar con él), en la cárcel realiza su autorretrato (arriba) y una serie de retratos de Convencionales derrotados. No volverá a la escena artística sino en 1880 con las Sabinas, un cuadro que al contrario de la fiebre revolucionaria, recomienda la paz antes que el sacrificio, un anti Brutus, y el retrato inacabado de Madame Récamier (a quien no le gustó verse representada fría y distante). Bajo el Imperio, ya sabemos que su carrera será floreciente, será desterrado en la Restauración y terminará su vida en exilio en Bruselas. 


Detalle de Jacques-Louis David, El Amor y Psique, 1817, Museo de arte de Cleveland 


Por otro lado, yo ignoraba que David era primo de Boucher. Vemos a David como a alguien mas bien austero y es grato ver algunas marcas de sensualidad erótica en su obra. En uno de sus primeros cuadros, el trágico y severo La Muerte de Séneca en 1773, un cuadro que el jurado del Grand Prix encontró teatral y frenético, aparece el bonito seno de una joven desnuda a la antigua, totalmente inconexo. Pero el más bonito ejemplo aquí es Amor y Psique (1817): frente a la belleza fría, recatada y artificial del cuadro de Gérard sobre el mismo tema y expuesto al lado, el lienzo de David muestra sin la mínima ambigüedad a dos jóvenes pos coito. El Amor evoca a Caravaggio (El Amor victorioso) con la misma sonrisa conquistadora. El brazo de él encierra el seno de ella, el brazo de ella roza el sexo de su amante. 


Jacques-Louis David, Los lictores le llevan a Brutus los cuerpos de sus hijos, 1789, óleo sobre lienzo, 323x422cm, Museo del Louvre


NB: si va a ver la exposición no olvide ir, a pesar del gentío, al ala Denon en donde están los tres grandes lienzos inamovibles, Consagración de Napoleon (con un espejo inmenso en la pared de enfrente, trampa para selfis), Leonidas en las Termópilas y Brutus


portada : David, Autorretrato, 1791, óleo sobre lienzo, 64x53cm, Florencia, Galería de los Uffizi


Complemento del 9 de diciembre: en lugar del pesado catálogo, se puede leer el bonito texto de Alain Jouffroy, Aimer David -Apreciar a David- ediciones Atelier contemporain, 2021 (el texto data de 1989), con prefacio de Renaud Ego. Jouffroy insiste sobre la faceta revolucionaria de David y hace un paralelo con Sade (quien al igual que él glorifica a Marat y a Le Peletier, en un discurso elocuente ante la Sección de las Picas, que figura en anexo) para vincularlos en una estética de la violencia y del terror, un teatro de la crueldad. Se esfuerza para arrancarlo de los prejuicios sobre su neoclasicismo y mostrar su radicalidad y su papel fundador de la modernidad (y de lo que él denomina la nueva pintura de historia, de Guernica a Erro). De tal forma, Bara muerto, un joven cuerpo desnudo hermafrodita, la lucha contra la inmovilidad de la tradición, la dimensión autobiográfica de Brutus (el padre de David murió en un duelo), la mujer de túnica roja en el segundo plano de las Sabinas, de manos cruzadas sobre la frente y mirada trágica: cantidad de capítulos comprometidos del libro quien por otro lado, precisa numerosos puntos de historia, por ejemplo el papel de David durante el Terror, su negativa para volver a Francia bajo la Restauración, o la destrucción (el asesinato, escribe) del cuadro de Le Peletier. Una frase de Jouffroy que resume bien a David: «Pero si hablamos del academismo de David como de algo evidente, me permito resaltar que ello atañería una academia bien extraña: la de los utopistas, que prefieren las revoluciones que volver a la casilla de salida...» (pág.177) Y concluye: «Lo que elige [David] prueba que la libertad se sigue reinventando. Que en cualquier momento se puede apagar. Como la pintura.» (pág.181). Recibido en servicio de prensa.





mardi 2 décembre 2025

De la fotografía neoanáloga


1 de diciembre de 2025, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)





Le Collège International de la Photographie -Colegio Internacional de la Fotografía-, creado en 2018, publica el primer número de sus Cuadernos, dedicado a la fotografía neoanalógica, que su director Michel Poivert define, en un largo ensayo revelador (traducido al inglés en un folleto separado), como la forma de superar la fotografía actual, traspasando la digitalización hacia prácticas que sobrepasan la experimentación del siglo pasado; toma la forma de un movimiento contracultural con la voluntad de emanciparse del sistema cerrado además del aparato. Se trata (por fin) de insistir más en la materia fotográfica que en la representación de la imagen: uno de los aspectos para focalizar la reflexión fotográfica, a gran distancia de la pretendida foto plástica, que ha encontrado, bajo diferentes nombres desde hace diez años, numerosos vectores, tanto en teoría (ver mi libro) como en exposiciones (también en la BnF).

Una entrevista muy interesante con el galerista Thierry Bigaignon a la vanguardia del movimiento, completa el ensayo. La entrevista va ilustrada con las imágenes del trabajo radical de Denis Malartre, de quien tuve el placer de escribir en una obra publicada con él. También hay una entrevista con un coleccionista, Patrice Galiana (quien, como yo, fue «curador» de la librería de la galería), en una suerte de manifiesto de tiradores, con bonito diseño. 

La revista presenta también a muchos artistas quienes de una u otra manera tienen su lugar en este nuevo movimiento: en este momento hay una exposición en Montreuil sobre el mismo tema, con nombres que conocemos: Sylvie Bonnot, Laurent Lafolie, Laure Tiberghien o Dune Varela, también un trabajo específico del apasionante Hideyuki Ishibashi (tiene un múltiple con encarte en la revista), una búsqueda interesante sobre las formas de Valia Russo y el replanteamiento, bastante creativo, de unos doce alumnos de la Escuela Duperré sobre los fantasmas de la casa de Daguerre (y también, menos convincente, el «conglomerado de formas» bastante confuso de William Basseux, en cambio la exploración ártica de Hélène Gaudy cuyo libro sobre las fotografías que encontraron de milagro, es muy interesante). 


Recibido en servicio de prensa : difusión les presses du réel

jeudi 20 novembre 2025

El nombre de Madeleine (Marie-Guillemine Benoist)



17 de noviembre de 2025, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)


Marie-Guillemine Benoist, Retrato de una negra / de una mujer negra / de Madeleine, 1798/1800, óleo sobre lienzo, 81×65 cm, Museo del Louvre



Retrato de una negra. Una negra. No tenía nombre.

Era simplemente una negra, una sirvienta, una antigua esclava que seis años antes había obtenido la libertad gracias a la ley de abolición votada por la Convención, el 4 de febrero de 1794 (hecho único en el mundo, Napoleón restableció la esclavitud en 1802 que no fue abolida definitivamente sino en 1848 por la Segunda República). Una mujer libre por escrito pero dependiente y ligada a sus amos. August Benoist-Cavay, originario de Anjou, y su esposa criolla Catherine Vidal, colonos de Guadalupe, que se la trajeron con ellos cuando vinieron a Paris entre diciembre de 1797 y noviembre de 1799. Se habían casado en 1790 y no tuvieron hijos (Catherine Vidal tenía 3 años más que su marido que tenía 33 cuando se casaron; además estuvieron separados varias veces a lo largo de su unión), y en su contrato de matrimonio Catherine Vidal aportaba, además de un diamante de un valor de 1200 libras, «dos negras de Guinea, Alzira, de unos 19 años, 2000 libras, y Dely de unos 18 años, 2200 libras» (el nombre «negro de Guinea» era una palabra genérica y no significaba una llegada reciente, y por tanto sin escarificaciones, como pretende Anne Lafont). Él, que era jefe de la administración de Guadalupe, era, según dicen, un «hombre honesto, de buenas costumbres y amigo de la paz, estimado y apreciado por los habitantes». Vuelve a Guadalupe en 1798 y regresa a Paris en febrero de 1799 en donde había dejado a su esposa y sirvienta. 

Negra de la casa, como se decía entonces, nacida hacia 1722, se había librado del duro trabajo de la plantación. Dócil, discreta, atenta, limpia, tenía, sin lugar a dudas, «todo para gustar». ¿Decidieron traerla con ellos a la Metrópoli porque sabía cuidar bien la cabellera de la Señora y también sus trajes? ¿O su belleza le había encantado al Señor, que como era a menudo la costumbre, se le metía en la cama por la noche más o menos discretamente, con el consentimiento implícito de la Señora? ¿Y fue él quien insistió para que posara así desnuda? 


Anne-Louis Girodet, Retrato de un negro / de Jean-Baptiste Belley, 1797, óleo sobre lienzo, 158x111cm, Museo de la Historia de Francia, Versailles


En el siglo XVIII en Francia (al contrario de Portugal), había pocos negros, ni africanos ni antillanos. Sí, en todo caso en Paris, ya no eran objetos de la curiosidad y conservaban un potencial exótico evidente. En pintura, salvo el Rey Mago Baltazar, el modelo negro era en general un negrito cuya piel color de ébano hacía resaltar la elegante blancura de su ama. Eran raras las representaciones individuales de hombres negros: algunos dibujos de Watteau, algunas terracotas de Pigalle, un lienzo de Rigaud: todos eran tipos, representaciones genéricas, más que retratos de seres de verdad con motivo de mostrar la personalidad, el carácter, el alma del modelo. Sin duda alguna el primer retrato verdadero de un hombre negro, es el del ciudadano Belley, diputado de Santo Domingo, pintado por Girodet en 1797: el acceso de un hombre negro al estatuto de diputado de la Convención se expresaba glorificándolo a través de la pintura, reconociéndolo a través del arte. Es con Delacroix, Géricault y muchos otros que en el siglo siguiente el hombre negro será auténticamente un tema de pintura. 


Anónimo, La Moruna de Moret, hacia 1700, Museo Charles Friry, Remiremont


En cuanto a la mujer negra que en el siglo siguiente estimulará tantos fantasmas exóticos y eróticos, parece totalmente ausente del arte francés e incluso europeo. Hacia 1700 no hay sino tres retratos mediocres de Hermana Luisa María de Santa Teresa en la abadía de Moret, una religiosa de quien se murmuraba que era el fruto de los amores adúlteros de la Reina Maria Teresa con un paje negro de la corte de Versalles (o de Luis XIV con una comediante negra, decían otros). 

El cuadro está firmado por « Laville-Leroult (esposa) Benoist ». Marie-Guillemine Laville-Leroult, nacida en 1768 es hija de uno de los últimos y efímeros ministros de Luis XVI. Se casó en 1792 con el banquero Pierre-Vincent Benoist, hermano de Auguste Benoist-Cavay: la que pinta aquí es entonces la empleada de su cuñado. Su marido está del lado de la corona y tiene que exiliarse durante la época del Terror (1793/94), poco después de su matrimonio; bajo el Imperio (1804-1814), y muy cerca de la Restauración de 1815 hará una bonita carrera hasta ser ennoblecido en 1828 por el rey Carlos X. Para no ser un obstáculo en la carrera de su marido, Marie-Guillemine Benoist dejará de pintar cuando lo nombran en el Consejo de estado. Marie-Guillemine fue formada por Jacques-Louis David, el maestro del neoclasicismo que fue pintor oficial de Napoleón, y también por Élisabeth Vigée-Lebrun, una de las primeras artistas reconocidas en Francia. Expuso desde 1784, a los dieciséis años, y tuvo cierto éxito especialmente como retratista. En la víspera de la Revolución ya era reconocida como una joven artista con talento. Sin haber pintado durante el Terror, retoma una gran actividad después del nacimiento de su segundo hijo, Denys, en 1796.

¿Porqué pinta ella el retrato de una negra? Ignoramos su opinión personal sobre la esclavitud pero sabemos que su marido estuvo a favor de su restablecimiento en 1802 por razones económicas, dice entonces. Procedente de un medio conservador, incluso contra-revolucionario, es poco probable que ella haya pintado ese cuadro como manifiesto político o antirracista, sobre la emancipación de los esclavos y el feminismo. Podemos suponer que la atrajo la gracia de la joven, con sólo seis años menos que ella, que debió verla con frecuencia en casa de su cuñada, que se puso a mirarla como a una persona y no como a una simple empleada y que el desafío de plasmar en pintura los tonos de una piel negra la motivó, además del deseo de pintar un tema inusual. El cuadro debió de ser pintado durante le verano de 1798 en el castillo familiar de la Motte cerca de Angers, o un poco más tarde en Paris. 

Retomemos la descripción del cuadro de la página del Louvre:

«El modelo femenino de entre 20 y 40 años, es representado de medio cuerpo en formato cortado delante de una pared gris sin indicación de profundidad espacial. La cara y los ojos están dirigidos hacia el espectador, el cuerpo de la joven está ubicado lateralmente, sentado en un sillón de tipo cabriolet de estilo Luis XVI de madera dorada y cubierto con tela verde fijada con clavos de tapicería. El espaldar y el brazo derecho del sillón están casi cubiertos por un chal azul grande puesto encima. La joven está peinada con una pañoleta blanca enrollada y anudada arriba de la cabeza, una punta dejada libre cae a lo largo de la mejilla izquierda. Se ve una candonga de oro en su oreja derecha. Los brazos y el pecho están casi completamente desnudos: la modelo parece haber desatado y abierto su camisola blanca que se sostiene todavía en el talle con un cinturón de textil rojo. Tiene las manos cruzadas sobre el regazo. La firma de la artista se encuentra sobre el fondo gris, justo por encima de la mano derecha de la modelo».  

Miremos el cuadro con cuidado. Primero, las marcas de exotismo son bastante visibles: pañoleta en la cabeza, candonga en la oreja, que son alusiones a su condición social. ¿Los colores de la ropa, la tela azul, traje y turbante blancos, cinturón rojo, evocarán discretamente la bandera francesa? En cuanto al acabado de la diferencia racial, es de admirar la gradación de colores en la pigmentación de la piel negra, en especial en el pecho, mientras que los dos otros retratos de negros citados más arriba, el ciudadano Belley y la religiosa de Moret (de quien solamente vemos la cara, y en cuanto a él, también las manos), los tonos son mucho más uniformes. Los brazos son musculosos pero la mano derecha tiene una forma extraña, hay una distancia rara entre el índice y el mayor (la mano izquierda también pero es menos visible), puede ser una malformación que discretamente se disimula aquí. Pero lo que sorprende de entrada en este cuadro es que esta mujer se presenta con una pose altiva que no le corresponde a una sirvienta y mucho menos a una esclava. Recuerda a Marie-Antoinette (Vigée Le Brun), Madame Récamier (David) o la Fornarina (Raphael), ocupa el espacio tradicional de una mujer blanca, como Marie-Guillemine Benoist pinto tantas (y David antes que ella, aquí se inspira claramente). La mirada, dirigida directamente al espectador intriga por su insistencia: además de la pose, es la mirada lo que le da toda su dignidad a esta persona. 

La sorpresa la provoca el seno desnudo: no tiene nada de un seno lactante. Es cierto que podemos evocar a las Amazonas, la desnudez gloriosa de La Libertad guiando al pueblo (Delacroix) treinta años más tarde, o la moda de los vestidos transparentes de las Maravillosas en la época del Directorio (1795-1799). No obstante Madame Benoist nunca mostró un seno desnudo en ninguno de sus retratos de mujeres blancas, por profundo que fuera, algunas veces, el escote. Es una época en la que el desnudo está reservado a los temas mitológicos, históricos o alegóricos, pero (salvo en la obra de Goya con su cuadro secreto La maja desnuda) este no aparece en los retratos. La preferencia de Madame Benoist es sin duda la combinación de cierta transgresión erótica deliberada, cubierta con la idea que más tarde llamarán orientalismo, y una forma de superioridad racial al evocar la desnudez de los «salvajes». Su ambigüedad procede de esta contradicción: presentar a su modelo tanto como un objeto de posesión exótica y como un ser humano sensible. Al contrario del ciudadano Belley, que no solamente no se presenta, o muy poco, erotizado, sino en situación de poder, esta joven negra, cualquiera que sea la dignidad de la pose, es un objeto erotizado y anónimo. Sin haber podido alcanzar el estatuto de individuo de pleno derecho, es ante todo una proyección de los deseos y ambigüedades de la artista, ya fueran admirables o secretos. 

Cuando terminó el cuadro en 1799, Madame Benoist lo expuso en el Salon de 1800, en un lugar de predilección, con el título, «Retrato de una negra». La palabra «negro» se usaba comúnmente en ese entonces para designar a las personas de color, aunque ya fuera un marcador de superioridad racial. A pesar de la reciente abolición de la esclavitud, las distinciones raciales y la jerarquía biológica de las razas estaban todavía muy presentes. Precisamente, en 1798 Girodet empezó llamando el retrato del ciudadano Belley «Retrato de un negro», antes de cambiarlo al año siguiente, posiblemente bajo la presión del principal grupo antiesclavista, la Sociedad de amigos de los negros,  Una gran mayoría recibió la obra de Madame Benoist muy positivamente, reconociendo su talento, su audacia y su determinación para rebasar las fronteras del sexo, de la raza y de la clase social. He aquí un ejemplo de crítica en la prensa de entonces: «Su negra está puesta con ingenio, es decir con una actitud graciosa que no corresponde a las personas de su color; el busto y en especial el brazo están bien dibujados, la tela que envuelve la cabeza está dispuesta con gracia. Se reconoce en la ejecución la manera sabia y el arte de Jacques-Louis David.» En 1818, quizás para compensar que había renunciado a la pintura en nombre de la carrera de su marido, el rey Luis XVIII le compró a Madame Benoist cuatro cuadros para el Louvre y entre ellos éste. 

El cuadro fue expuesto en el Louvre con el título «Retrato de una negra» hasta finales del siglo XX, cuando lo rebautizaron de manera más políticamente correcta «Retrato de una mujer negra». En 2019, el descubrimiento de un documento de viaje de Benoist-Cavay revela que él y su mujer iban acompañados de «Ringa, criado del jefe de administración» y de «Madeleine, sirvienta», y volvieron a bautizar el cuadro. Es probable que después de su emancipación, una de las dos «negras de Guinea» de Catherine Vidal, Alzire o Dely, haya recibido ese nuevo nombre. 

Madeleine: un nuevo nombre, sí, pero sin apellido. 


(escrito para Lurdes)