27 de agosto de 2025, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
No conocía los dos textos de Jean Genet sobre Rembrandt (L’Arbalète Gallimard los publicó de nuevo en 1995 luego en 2016), únicos vestigios de un proyecto de libro que no terminó: un artículo publicado en el Express en 1958 y dos textos rescatados de la destrucción de sus manuscritos en 1964 después de la muerte de Abdallah. El segundo, que actualmente se intitula «Lo que queda de un Rembrandt cortado en cuadritos regulares y tirado por el retrete» formulado en dos columnas: la primera a partir de un encuentro en un tren que hace que Genet afirme que todo hombre es parecido a cualquiera otro y «cada hombre siendo yo mismo, pero aislado, temporalmente en su corteza propia.» La columna de la derecha afirma que Rembrandt no pinta prácticamente sino personas idénticas, indiferenciadas en «una transparencia infernal e infinita.» Es un texto rico desde el punto de vista literario y que se sujeta a la lectura del artículo de 1958, el cual se sitúa lo más cerca posible de la obra de Rembrandt que Genet fue a ver repetidas veces en Londres en 1952, en Ámsterdam en 1953, en Munich, Berlín, Dresde y finalmente en Viena en 1957. Genet habla detenidamente y con elocuencia de los autorretratos de Rembrandt, vulnerable, inquieto, «en búsqueda de la verdad que se le escapa», distante de todo. Después de la muerte de Saskia muestra los dramas, las heridas, la decrepitud de sus personajes (únicamente Titus y Hendrickje parecen a veces más sosegados): después de 1642 Rembrandt abandona lo fasto y lo decorativo, sus veracidades anteriores, para dirigirse hacia una exaltación de la pintura. No sé lo que hubiera podido ser un libro entero de Genet sobre Rembrandt, pero este corto artículo es una joya.
En 2005 la exposición Munch por él mismo en la Royal Academy de Londres, fue para mí un descubrimiento que me reveló el universo de un pintor que entonces conocía poco y en especial el de sus autorretratos. Veinte años más tarde la National Portrait Gallery en la misma ciudad presentaba Retratos, (se acabó el 15 de junio) y el catálogo (en inglés) redactado casi en su totalidad por Alison Smith es una obra de referencia sobre este aspecto de la obra de Munch y sobre su talento de retratista (pintó más de 400 retratos). Es por supuesto, la ocasión para presentar tanto el aspecto sicobiográfico de Munch como la faceta estética (en especial el estilo más bien brutal y poco favorecedor de sus retratos). El libro (como la exposición) está dividido en cuatro categorías: su familia, bohemia y juventud, coleccionistas y mecenas (sin lugar a dudas la sección mejor trabajada), y amigos y «guardianes»; tiene bastantes informaciones biográficas y contextuales. Parece que los autorretratos no ocupan sino un lugar modesto (el catálogo no tiene la lista de las obras expuestas y tenemos solamente 4 reproducciones de las 78 del libro), es en realidad un tema aparte. Deploré la escasez de retratos de mujeres amigas o amadas (5 en total), incluyendo las modelos de sus últimos años: el vínculo verdadero de Munch con las mujeres sigue siendo un punto ciego de los estudios sobre él.
Otro catálogo (en inglés; existe en italiano) sobre Edvard Munch, de una exposición en Milán el año pasado. Sin hablar de la cantidad de reproducciones, ¿qué más decir sobre Munch? Un ensayo (del bibliotecario del Museo Munch) sobre los vínculos que tuvo con Italia (el tío Peter Andreas, un viaje catastrófico con su amante Tulla Larsen, unos viajes tardíos más serenos, algunas inspiraciones clásicas, por ejemplo para los frescos de Aula): un trabajo que no va muy lejos y se siente la dificultad del autor que exagera la línea. Otro ensayo toma de nuevo temas estudiados cantidades de veces en otras partes (de una experta en la materia y comisaria de la exposición): su percepción, el manifiesto de Saint Cloud, su dominio de la sombra (por ejemplo Pubertad). Pero hay tres bonitos textos: uno sobre el cuadro Visión, entre metafísica y realismo; uno de la escritora italiana Melania Mazzucco sobre los Muerte de Marat y las relaciones (más o menos misóginas dice, pero yo no estoy de acuerdo) de Munch con las mujeres y es una pena que la autora califique sus relaciones amorosas con Oda Lasson, Dagny Juel y especialmente con Aase Carlsen de «más eróticas que sentimentales» página 69). Y para terminar un bonito texto muy personal de la noruega Hanne Ørstavik, que mezcla recuerdos de infancia y fascinación por el cuadro Cuatro chicas en Asgardstrand, en una búsqueda identitaria conmovedora. De hecho, es a través de la literatura que se puede avanzar todavía mejor en la percepción de Munch. Recibido en servicio de prensa.
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