mardi 15 juin 2021

Los buenos sentimientos no crean necesariamente buenas fotografías

 


20 de mayo de 2021, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)


Nancy Burson, Trump as five different Races, 2016.

La Segunda Bienal de fotografía de Oporto (hasta el 20-27 de junio, según las exposiciones) tiene por objetivo «reconocer los desafíos ecológicos y sociales» y «contribuir a la expansión de perspectivas artísticas alternativas» en los dos sentidos. ¿Excelente idea, cierto? Pero el resultado fotográfico tiene que estar a la altura. De los quince lugares de exposición que cuenta la Bienal de Oporto (algunos solamente abren con cita previa) he visitado siete (y en 2018 en Arles vi una octava exposición, a la cual le otorgué el Premio Franz Fanon del colonialismo al escribir: «la falta de espíritu crítico es evidente, sólo les interesa la belleza utópica»). De los siete lugares que visité sólo tres sobrenadan y hablaré de ellos. Los otros cuatro acumulan los tópicos documentales sin talento, con las vistas eternas de paisajes deteriorados (única excepción entre los seis artistas aquí, las fotografías cavernosas de Nuno Barroso, en las cuales se impone una materialidad fotográfica bastante lograda, mucho más interesante que el discurso convencional que las acompaña).

  

Projet Travessia / Susan Meiselas, la peluquería Dominick Donk, 2020/21.


¿Seré más sensible a los valores seguros? ¿O será que estos dos artistas se sitúan claramente por encima de los demás? En el Rectorado de la Universidad presentan dos proyectos, el uno reciente de Susan Meiselas y el otro que data de 2005 de Alfredo Jaar. El enfoque de Susan Meiselas (página web aparentemente inactiva) de la fotografía, como lo demostraba su última exposición en el Jeu de Paume, está basado, entre otras, sobre la relación respetuosa de los sujetos fotografiados que pocos han intentado emular. Aquí presenta un trabajo de los días del confinamiento (hace 16 años trabajó en un barrio pobre de Lisboa): como no podía ir a Oporto a causa de la Covid, dialogó con decenas de afro descendientes que viven en la ciudad para que documentaran su ciudad y sus experiencias a través de una fotografía o un video (y numerosos QR para profundizar). Era obvio que todo saliera en diferentes direcciones, y Meiselas, desde Nueva York, lejos de formatear, dejó libertad a la variedad en la expresión y únicamente supervisó y sugirió. Luego se nos apareció un Oporto desconocido de la mayoría de nosotros, imágenes sencillas de la vida cotidiana, una invisibilidad que muestra en filigrana un racismo «bonachón». Más que un trabajo documental exhaustivo es ante todo una experiencia compartida, una travesía. 

 

Alfredo Jaar, Muxima, film, captura de pantalla.


Al lado, la película Muxima (corazón el lengua kimbundu) de Alfredo Jaar, su primera película en 2005, comprende diez capítulos, diez cantos-haikus sobre Angola: lavanderas, niños, calles (Lenin, Che Guevara, Allende), un palacio portugués en ruinas y sus estatuas decapitadas, un cine al aire libre, vacío al atardecer (arriba), un desactivador de minas en un campo (lo entendemos en la explosión final), un hospital con enfermos del Sida, padres de personas desaparecidas, vistas de ríos, pueblos y la capital chic e iluminada; todo un caleidoscopio lastimero estructurado musicalmente con la canción Muxima en varias versiones de Liceu Vieira Dias, uno de los fundadores de MPLA. Detrás de ese derroche de imágenes no tanto documentales y lineales sino que construyen una visión multiple de Angola, emergen obviamente todos los males del país: neocolonialismo, estigmas de las guerras colonial y civil, peso del petróleo y del acaparamiento de las riquezas, sistema de salud deficiente, duelo imposible de los desaparecidos. Como en Arles hace ocho años, Jaar no muestra frontalmente sino que sugiere, indica, muestra del dedo; podemos mirar a otro lado, criticar el montaje, pero este video fue para mí la experiencia más fuerte de esta Bienal. 

 

Salvatore Vitale, de la série How to Secure a Country, 2014/19.


En el Centro Portugués de la Fotografía, antes una cárcel, ocho artistas presentan conjuntos con dominante política. Algunos son simples documentales, interesantes pero sin gran profundidad, como el que trata de las guerrilleras naxalites, o la compilación de imágenes sobre las inundaciones (la exposición de Mendel en Arles fue mejor gracias a las fotos desteñidas): imágenes demostrativas que apenas incitan a reflexionar con mayor profundidad. La pieza de Simon Roberts sobre el vocabulario del Brexit es demasiado simplista como para atraer la atención más de un minuto; la instalación de Stanley Wokulau-Wanambwa muestra imágenes del poder pero se limita a la raza y al género y se olvida de hablar del poder económico y de la lucha de clases (me dirán ustedes que no es el único, nada más ver el estado de la izquierda en Francia). Son más interesantes los pensamientos de Lisa Barnard sobre el oro (pero no es fácil ver la linea conductora), las aplicaciones de vigilancia e identificación facial de los uigures en el trabajo de Maxime Matthys y los juegos experimentales estereotipados que Nancy Burson conoce bien (Trump negro, asiático, hispano, medio oriental -para no decir árabe- e indú, arriba). Para mi, la mejor exposición de ese conjunto es la de Salvatore Vitale, un siciliano que vive en Suiza, es sobre la seguridad en Suiza y precisamente puesto que es un trabajo que no es simplista ya que sugiere en lugar de imponer, la puesta en escena de sus temas invita a pensar y a comparar. Es una investigación que denuncia de manera fina y sutil, precisamente, lo que le falta a esta Bienal; y es también el tema más preocupante, me parece, más que el lenguaje del Brexit o el feminismo naxalite. Aquí arriba una imagen aparentemente banal y sin embargo muy reveladora: tema difícil de ilustrar (documentos, computadores, carteles) y el artista solamente puede proceder a través de alusiones. 


Vasco Célio, de la serie Tochas, 2012/17.


Para terminar, un espacio apartado en un barrio pobre, en unos depósitos que arreglaron para hacer exposiciones, la bienale envía hacia una exposición en donde las vistas verticales de Miguel Teodoro llaman la atención. Y al lado, en el mismo espacio descubrí una exposición excelente (fuera de la bienal) de Vasco Célio, Tochas (hasta el 19 de junio). Hace dos siglos cuando los portugueses se sublevaron contra la dominación británica, una flota inglesa fue a patrullar a lo largo de Algarve. Para disuadirlos y que no desembarcaran, los habitantes de la pequeña ciudad de São Brás de Alportel (en donde había nacido 800 años antes el poeta Ibn Ammar) pusieron una gran cantidad de antorchas encendidas alrededor de la ciudad para crear una ilusión de cantidad y la Royal Navy se devolvió (pero puede que sea una leyenda). A causa del elevado costo de la cera el evento se conmemora el Domingo de Pascua con una procesión de hombres que llevan antorchas de flores. Folclor, dirán ustedes. Excepto que Vasco Célio aplica aquí un protocolo fotográfico riguroso: pose fija de los hombres (con los niños no tanto), vestido y corbata de burgués o de proletario endomingado, corbata al viento, dignidad orgullosa y marcial, fondo sucio de la pared de la iglesia encalada, ampliaciones de tamaño natural. Es como si fuera una procesión en las paredes del lugar, ocho retratos (uno de camisa de cuadros, desentona un poco), se leen tanto el fervor común como la diferencia de estatuto social, del burgués y del dandi al hombre de pueblo en poliéster y sin corbata. No hay mujeres, claro. Hace pensar en Sander, pero más modesto. Célio hizo más de 500 retratos, impresos en carteles pequeños que se venden a 2€ cada uno. Me impresionó esta exposición pues une una mirada social y etnológica con un rigor formal, procesal, cosas que vi poco en otros lugares de esta bienal más enfocada hacia los buenos sentimientos que hacia la buena fotografía (y, según el programa, me temo que Los Encuentros de Arles este año, cuya exposición emblemática es esta y que le dan gran importancia a la corrección política, sean por el mismo estilo; no estoy seguro de ir...)


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