mercredi 29 avril 2015

¿ Y es que los hombres nunca se bañan ?

22 avril 2015, par Lunettes Rouges


(artículo original en francés, aquí)


Nicolas Bazin, según Jean Dieu de Saint-Jean, Dama notable desvestida para el baño, 1686, grabado, 37.7x39.7cm, Carnavalet




Le exposición sobre el aseo en el Museo Marmottan (hasta el 5 de julio), Nacimiento de lo íntimo, oscila entre historia de costumbres (apasionante) e historia del arte (desigual), y calla la inclinación que sorprende a lo largo de las salas : aquí sólo se habla de aseo femenino. Fuera de un Poncio Pilatos de Dürer lavándose las manos (nada que ver con el tema del aseo y lo intimo) y un Marte según el Primaticcio recibiendo a Venus en su tina para un baño entre dos, seguramente más sexual que limpiador. Sólo tenemos a un caballero haciéndose su aseo, de Adriaen Pietersz van de Venne (1660), sin ni siquiera un centímetro cuadrado de destape, y que se está peinando tranquilamente. Es el único : todos los demás hombres presentes en cuadros, grabados, esculturas o fotografías escogidos por los comisarios son a veces auxiliares (peluquero, carga-tinas) y a menudo intrusos o viajeros, como el galán aquí arriba que finge pudor escondiéndose la cara sin dejar de mirar ante el espectáculo intensamente erótico de esta dama lavándose los pies (Nicolas Bazin según el bien llamado Jean Dieu de Saint-Jean, 1686) o el joven mensajero aquí abajo al que le cuesta muchísimo disimular su emoción ante el aseo de esta dama sorprendida durante sus abluciones intimísimas. Esa inclinación totalmente sexista no deja de sorprender : ¿ son los comisarios ? o es que (pero no creo) ¿ no encontraron nada que pudiera conducir hacia un poco de paridad ? Entonces es una exposición que privilegia fuertemente la mirada masculina sobre el cuerpo femenino, en linea directa con los estereotipos culturales y artísticos bien establecidos, y aquí, para nada se cuestionan. 





Anon, El aseo intimo, hacia 1765, grabado, 17.2x12.8cm, Carnavalet



Mi otro motivo de sorpresa es que el campo cultural se limita práctica y exclusivamente a lo íntimo europeo judeo-cristiano. Podríamos avanzarnos diciendo que el cristianismo es una religión de la suciedad, una religión que rechaza el cuidado del cuerpo pues éste es fuente de vanidad y de pecado; una religión que además santifica a ciertos anacoretas por no haberse bañado durante décadas. Mientras que la antigüedad greco-romana fue una civilización de termales y cuidados del cuerpo, mientras que el Islam era una cultura de abluciones y de hammans, mientras que la sociedad japonesa ensalzaba desde siempre una limpieza corporal irreprochable, no es sino recién (probablemente paganizándose) que nuestro judeo-cristianismo ha aceptado al aseo como signo de respeto individual del cuerpo y como necesidad social. Es una pena que esta exposición, aparte de ciertas rápidas alusiones a la antigüedad sea tan europeocentrista (diré incluso francesa, pues las tres cuartas partes de las obras presentadas son francesas) : nos hubiera gustado ver algunas obras típicamente japonesas o algunos cuadros típicos del Oriente, para aclararnos mejor las diferentes relaciones con los cuerpos (recordando el horror con el cual los egipcios en la época de Bonaparte, o los japoneses después de la apertura de la época Meiji consideraban a esos europeos sucios y malolientes).



François Boucher, serie Randon de Boisset, 1742 ou 1760, 52.5x42cm, Karlsruhe y col. part. 




Dicho todo esto, al visitar la exposición, no solamente se alegra el ojo ante todas esas bellezas desnudas y numerosas, sino que se afila el espíritu ante la evolución de la relación con lo íntimo desde el Renacimiento (prácticamente nada sobre la Edad Media) hasta el siglo XIX, y su anclaje social, véase filosófico, en cuanto a la relación con el cuerpo. Tenemos algunas obras maestras de la pintura, como la mujer despiojándose de La Tour. Aprendemos qué es un 'bourdalou' (los sermones de ese predicador - Bourdaloue - eran tan largos que ninguna vejiga de parroquiano resistía, e inventaron ese pequeño recipiente para permitirles que aliviaran sus necesidades lo más discretamente posible sin perderse una jota de la palabra divina). Descubrimos las 'descubiertas y cubiertas' ovales que François Boucher pintó para Randon de Boisset, una escena decente escondiendo otra más atrevida : ese fue un artificio inventado por el pintor, quien daba a su pintura un aspecto pícaro, una dimensión social verde hecha para gustarle al cliente quien podía así aunar respectabilidad pública y erotismo disimulado. Un gesto de Boucher que es exactamente lo contrario del de Courbet, quien, a pesar de lo que hayan pretendido algunos, nunca escondió así el Origen del Mundo, al querer afirmar, al contrario el aspecto audaz y de manifiesto (y como lo hemos leído, le hubiera costado mucho disimularlo detrás del castillo de Blonay, de 10 años después y que data de su exilio suizo durante la Comuna). Disimular ese cuadro detrás de una tapa, para no mostrárselo a algunos, fue, al contrario de las picardías encantadoras de Boucher, un gesto social y no artístico; lo hicieron, no el artista radical sino sus propietarios y vendedores, preocupados por las convenciones sociales : el primer comprador, Khalil Bey, lo puso detrás de una cortina verde (Philippe Sollers), luego el marchante La Narde (Edmond de Goncourt) detrás de un Masson encargado para la ocasión. Las relaciones con el sexo, el deseo, la intimidad, de Boucher y de Courbet son diametralmente opuestas.




Eugène Lomont, Jeune femme à sa toilette, 1898, 54x65cm, Musée Beauvais




Después, a partir de Degas, nos encontramos en terreno conocido, y el discurso social del aseo y lo intimo pierde algo de su fuerza para beneficio de una gran cantidad de mujeres en el baño, como otra exposición temática, suntuosa, pero algo desconectada que trata otro argumento : cuadros magníficos de Manet, de Berthe Morissot y de Suzanne Valadon (¿ fueron ellas las primeras mujeres que pintaron a sus semejantes en el baño ? lástima que la exposición no se demore sobre la mirada femenina), de Toulouse-Lautrec, y de Bonnard, claro, luego de Picasso. Como es muy diferente de todas esas bellas escenas sensuales y carnales, me atrajo el extraño cuadro de Eugène Lomont de 1898, asombrosamente sobrio, frío y misterioso que al principio creí que era un Hammershoi.




Erik Dietmann, La Coiffeuse, 1963, bois et sparadrap, 136x70x45cm, Pompidou



En cuanto al periodo contemporáneo, no hay prácticamente nada : indudablemente el aseo ya no es un tema de interés, ¿ hoy lo íntimo habrá perdido realmente toda su importancia ? Sólo nos presentan un Erro malo, algunas fotos publicitarias, un banal Bettina Rheims. La única obra realmente importante esta relegada en un rincón apartado, de difícil acceso, es este peinador de Erik Dietman, cubierto de esparadrapo como para curar una herida de lo íntimo, una nostalgia melancólica de la relación con un cuerpo caducado. Me hubiera gustado ver más bien como símbolo de una feminidad modernizada, esta foto de Simone de Beauvoir desnuda, de espalda, que tomó Art Shay, que solo reproducen en el catálogo, o el autorretrato fotográfico de Gloria Friedmann en su cuarto de baño, que el catálogo evoca diciendo que frustra el voyerismo, pero que infortunadamente no reproduce.




Art Shay, Simone de Beauvoir après son bain, Chicago, 1950, 33x21.6cm



El catálogo que reproduce bastantes obras que no están en la exposición, propone un interesante análisis de la evolución de las costumbres, más que un estudio de la historia de la representación : es ahí sobre todo que se situa el punto débil de la exposición. Mirando otro libro en la librería del museo (Pascal Bon, Indiscreción, mujeres en el baño), encontré este cuadro que data de 1823 del pintor estadounidense (si, es un hombre) Raphaelle Peale : cuyo subtítulo es " A Deception"...





Raphaelle Peale, Venus Rising from the Sea - A Deception, 1822,


Foto Lomont cortesía del museo.







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