
Estamos viviendo en un mundo aterrador: genocidio, guerras, desastres climáticos, racismo, discriminación, macartismo, ... (y el papa Francisco se nos fue...). Y si es aterrador para un hombre blanco, setentón, heterosexual, de categoría socio profesional elevada, lo es mucho más para una persona etnificada, pobre, inmigrante, homosexual o transexual. Gaya de Medeiros es una bailarina y coreógrafa brasileña transexual que vive en Lisboa. Su película Una pepa de aguacate fue premiada en el Festival de Clermont-Ferrand en 2023, yo asistí (y participé muy modestamente) a su espectáculo Pai para jantar (Un padre en la cena) en 2023. Su último espectáculo, Cafezinho (Cafecito) acaba de ser montado en Lisboa y Oporto. En escena cuatro bailarinas (Gaya, la bailarina estrella de cincuenta años Paulina Santos, la actriz de 27 años Helena Baronet originaria de Mozambique y la bailarina y teórica de la danza Lívia Espírito Santo), tres músicos (el bajista de 60 años Chico Rebelo, el compositor de 22 ans Ricardo Almeida, y el percusionista Iúri Oliveira). Siete performadores que durante una hora interpretan esta obra sobre la esperanza al borde del precipicio.

¿Cómo sobrevivir? ¿Cómo controlar la angustia? ¿Cómo domar la muerte, luchar contra el tiempo, el envejecimiento e incluso atreverse a celebrarlo? ¿Podemos esperar construir remansos de paz, de amor, y compartir? ¿Todavía podemos conservar la esperanza contra viento y marea? Es lo que bailan estas cuatro mujeres, es lo que tocan estos tres hombres, es lo que la coreógrafa nos quiere regalar, se trata de ayuda mutua, de empatía, de misericordia (no la artificial y burguesa que se encuentra a unos kilómetros del teatro, sino la popular y cristianega, de Caravaggio). Tal como aquel cuerpo cargado por sus compinches bajo una luz crepuscular.

Cada una de las cuatro bailarinas llega con su historia, sus dolores, sus penas, y, con una forma como de idiorítmia, ponen sus preocupaciones en común e intentan construir un espacio de alivio, seguro y vivificante. Se conectan, se armonizan y entran en transe: ante las bailarinas que vibran juntas con un fondo de placas de metal que tiemblan al unísono, uno se pone a pensar que no es indiferente el hecho de que Gaya, siendo un jovencito en Belo Horizonte, haya descubierto la danza durante las liturgias evangélicas en las que los cuerpos de los fieles eran como poseídos por la palabra divina. Los cuerpos afirman una resistencia poética: aunque sus deseos sean contradichos, tirados al suelo, echados hacia atrás; manifiestan una voluntad irreprimible de avanzar. De esa forma evocan todos los condenados de la tierra, esclavos, colonizados, palestinos, minorías sexuales...

Ocurre en un café, un lugar ruidoso y lleno de humo al que se va para encontrarse con la gente, hablar, reír, bailar, coquetear, pelearse, rehacer el mundo (como en tantas escenas de películas, la más pertinente siendo sin duda Bande à part). Gaya de Medeiros se liberó de Pina Bausch y del Café Mūller, aunque aquí también, una silla perturba el juego en medio de espirales de humo con una desconcertante luz violeta. Se liberó del ambiente depresivo, de la incomunicabilidad en la pareja, de la crueldad y la desesperanza de las que Pina Bausch fue el estandarte. Al mezclar la edad de los actores se liberó de la angustia de envejecer que habitaba a Pina Bausch (recuerdo también Kontakthof, igual de desesperante en sus dos versiones, para viejos o para adolescentes). También lamentó la muerte de Pina Bausch y de su propia madre, superó su miedo al fracaso y la ansiedad de decepcionar, de no estar a la altura. También superó la problemática de identidad de género que inspiraba sus espectáculos anteriores y aquí incluye una dimensión más amplia.

Es un espectáculo tierno y violento, rítmico y sensible, conmovedor y tenso, de allí no se sale indiferente. Transmite el deseo de comunión, de pacificación y esperanza. A pesar de la cercanía del abismo.
Imágenes : capturas de pantalla de los diferentes videos del espectáculo encontrados en internet.
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