7 de febrero de 2025, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
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Vista de la exposición de los tres San Francisco de Zurbarán (de izquierda a derecha: Boston, Barcelona y Lyon) |
La exposición que presenta el Museo de Bellas Artes de Lyon (hasta el 2 de marzo) no es una exposición monográfica de Zurbarán sino una variación en torno al San Francisco de Asís de sus colecciones y que presentan con dos de sus semejantes, casi contemporáneos; el del Museo nacional de arte de Cataluña en Barcelona y el del Museo de Bellas artes de Boston. El acercamiento de los 3 lienzos en la misma sala es bastante impresionante, las diferencias entre ellos son mínimas y son más un tema de erudición que de estética. Se trata de San Francisco muerto pero con semblante de vivo, tal y como lo habría descubierto el papa Nicolás V, 223 años después de su muerte, en una cripta de la basílica de Asís; lo reconoció por el estigma en el pie. Ya no se trata del San Francisco de Giotto, amante de las flores y de los pájaros, totalmente ausente de esta exposición, aunque hubiera facilitado una puesta en perspectiva interesante, sino de un asceta penitente, sombrío y trágico, una estética tridentina, como dice Louis Réau. Una citación de Huysmans en la pared lo explica estupendamente: «El rostro parecía modelado, tallado en la ceniza, y la boca entreabierta y lívida bajo unos ojos en éxtasis, blancos como si estuvieran rendidos. Uno se pregunta cómo aquel cadáver que solo se mantenía en los huesos, podía tenerse de pie, y el pavor surgía al imaginar las exorbitantes maceraciones, las horribles penitencias que habían extenuado aquel cuerpo y labrado los rasgos dolorosos y encantados de aquella cara. Esta pintura provenía evidentemente de la dura y terrible mística de San Juan de la Cruz, era arte de torturador, el delirium tremens de la éxtasis divina en este mundo: sí, pero ¡qué énfasis de adoración, qué grito de amor asfixiado por la angustia que brota de este lienzo!» La historia del descubrimiento del lienzo lionés por el arquitecto Jean-Antoine Morand en el convento de las Colinettes en la Croix-Rousse es entretenida: las monjas, atemorizadas por ese cuadro lo habían relegado en un altillo y el perro de Morand que acompañaba a su dueño se puso a ladrar con desespero al ver el cuadro.
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Zurbarán, San Francisco rezando, 1659, Museo del Prado, Madrid, detalle |
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Zurbarán, San Francisco meditando, 1635-39, National Gallery, Londres, detalle |
Esta pequeña historia es reveladora de la segunda mitad de la exposición: bastantes anécdotas, incisos, obras menores en torno a san Francisco o Nicolás V, con una disposición desordenada y oscura, y entre las cuales la atención se disipa. Pero también hay, por suerte, algunas obras magistrales de Zurbarán y de su taller, por ejemplo un hermoso Velo de la Verónica al igual que el trampantojo de un cordero eucarístico inmaculado con un vellosino muy realista (parecido a éste), y un San Francisco contemplando un cráneo, es una composición equilibrada entre el pedestal del traje y la elevación de la capucha. Dentro de la cantidad de San Francisco que pintó Zurbarán (unos cincuenta) es fascinante interesarse por las telas del hábito de sayal del santo: hay efectos complejos de volumen y luz, pliegues profundos, costuras y remendados. Dos ejemplos aquí arriba.
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Éric Poitevin, S.T., 2021, seis ejemplares, 20x110cm, Museo de Bellas Artes de Lyon. |
La segunda mitad de la exposición trata de la posteridad de este cuadro, primero las diferentes copias del siglo XIX y principios del XX, sin gran interés, pero luego hay una sección abundante sobre arte contemporáneo en donde no se encuentra nada espléndido. Algunas obras modernas y contemporáneas que presentan son de calidad mediocre pero tienen, en efecto, cierta cercanía con los San Francisco de Zurbarán, un gran número de ellas están allí únicamente porque representan a un hombre con capucha en la cabeza. Quieren atraer al mayor número y así tenemos al Sâr Peladan de Alexandre Séon, al martirizado de Abu Ghraib de Andres Serrano, al inevitable Xavier Veilhan o al encapuchado con mariposa de Owen Kydd, sin hablar de los trajes de Madame Grey o de Balenciaga. Extraña en particular la joven desnuda bajo la bata de pintar que toma la pose de San Francisco meditando y que lleva en las manos un cráneo de plástico, de Eve Malherbe (frente a esta supuesta evocación bastante torpe de la pobreza y precariedad de la artista, pensé en el autorretrato en San Antonio de Aurélia de Souza, primera pintora que se representa de hombre, la primera que se atrevió a franquear la barrera de los géneros). De esta selección un poco ridícula se destacan, por suerte, algunas obras más pertinentes, en especial la de Pierre Buraglio, y sobre todo esta serie de fotografías del mismo tamaño del cuadro, de Éric Poitevin, que utiliza el blanco y negro, los degradados y los contrastes entre un negro oscuro y una blancura extrema.
Una exposición decepcionante acompañada de un catálogo hermoso y muy bien documentado que lleva reseñas muy completas de las obras incluyendo las obras menores, los ensayos son interesantísimos en especial los de Maria Cruz de Carlos Varona y Javier Portús Pérez. Se pueden ahorrar los 12€ del libro de Florence Delay «de la Academia francesa», Haute couture -Alta costura-, sobre los hábitos de unas veinte santas de Zurbarán, es una serie de descripciones y de chismes sin interés. Todas las fotos son del autor.
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