23 de febrero de 2025, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
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Francisca Rocha Gonçalves, Interfêrencias no Tejo, 2025, vista de la exposición, foto del autor |
Una luz azulada, una escultura de gomaespuma que combina un cubo y tentáculos, un suelo inestable y sonidos. Unos sonidos que con frecuencia son suaves y fluidos, y de vez en cuando brutales y oficiosos. La instalación (en el CAM hasta el 19 de mayo) de Francisca Rocha Gonçalves, artista portuguesa residente en Berlín y especializada en ecología acústica, reproduce sonidos captados en las profundidades del Tajo en Lisboa, con la ayuda de un equipo de especialistas en acústica y biólogos marinos. Se oye el ruido de las olas, movimientos de arena y guijarros y también conciertos de peces y camarones que comunican entre ellos, los murmullos de las corvinas y de los acoupas reales cortejando, y los cantos de los peces-sapo (que silban y gimen para atraer a las hembras y al mismo tiempo espantar a los otros machos): toda una sinfonía acuática que se escucha tan raramente (recordamos a Painlevé que con su investigación-creación estuvo entre arte y ciencia, descubridor no de sonidos sino de bailes acuáticos). Luego, de un momento a otro aquella armonía paradisiaca se interrumpe brutalmente con poluciones sonoras, el paso de un barco que viene a interrumpir ese equilibrio.
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Francisca Rocha Gonçalves, Freeze: Frêquencias que Formam Ecossytemas, 2025, performance, foto cortesía CAM. |
Más allá del significado ecológico y de nuestra sensibilización a la polución sonora acuática, la instalación es en sí una experiencia física: no solamente sentimos alivio en los ojos con la penumbra azulada y encanto en los oídos, sino que el cuerpo entero vibra al unísono, el diafragma se contrae, las manos tiemblan. Nos podemos sentar en la gomaespuma un poco firme de la escultura tentacular pero es mucho más sensual recostarse en un rincón, sobre el suelo elástico e inestable como si estuviéramos en la arena. Cerrando los ojos, dejándonos ir, podemos entonces retroceder y abandonarnos suavemente al fantasma freudiano del regreso al vientre materno: es una experiencia sensual y femenina. Hasta que pase el próximo barco...
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Diana Policarpo, Ciguatera, 2022/25, vista de la exposición, foto del autor |
La pieza vecina (hasta el 28 de julio) tiene en cambio, un aspecto muy masculino. De entrada: en la penumbra, en dos niveles, resguarda dos rocas enormes (ficticias) macizas e imponentes. Unas diez pantallas video pequeñas van metidas en las rocas y en la más grande un alero protege una pantalla más grande; cada pantalla cuenta un relato a la vez científico y de ficción en torno a las islas Salvajes, con un amplio abanico de discursos (es tal vez demasiado si uno se obliga a mirar todo) sobre el pasado colonial, el presente ecológico amenazado, el futuro espacial. La artista Diana Policarpo exploró durante tres semanas las islas, difíciles de acceso, casi desiertas, con suelo de aspecto marciano, que son objeto de un litigio entre España y Portugal, y que están dotadas de una rica biodiversidad marina. Su instalación inmersiva (ya la mostraron en Venecia en 2022) es una eco-ficción que alerta sobre el peligro de la ciguatera, una intoxicación alimentaria transmisible al hombre: la investigación sobre esta enfermedad se transforma en escultura, investigación y creación se reúnen.
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