mardi 18 juillet 2023

Arlés 4 : el espectáculo y la belleza

 


9 de julio de 2023, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)


Vista de la exposición Constelación Diane Arbus à en LUMA. Prohibido fotografiar: image procedente de la página de LUMA, (c) Adrian Deweerdt


Esta es probablemente la exposición más sorprendente (LUMA): ¿cómo pueden hasta ese punto preferir el espectáculo a la calidad? ¿cómo pueden rebajar así la obra de una artista a favor de la escenografía? Es evidente que Diana Arbus es una gran artista, evidente que ver reunidas 454 de sus fotografías (todas son impresiones recientes hechas por el único autorizado por la familia, Neil Selkirk; salvo error, no hay ninguna impresión original) debería de ser una experiencia extraordinaria. Pero hay dos problemas grandes. El primero es que quieren hacer una «instalación inmersiva» y una «presentación aleatoria»: nada igual para impedir toda reflexión y coherencia. Le prestan un librito (devolverlo a la salida) con las cartelas de las fotos numeradas pero en la instalación no hay ni plan ni recorrido. Imagínense que después de haber visto una de las imágenes de las campistas de Lakecrest, la 136, quiera usted ver las otras (127 a 135): pues le toca errar como ánima en pena buscándolas durante horas. Está claro que para darle gusto al montón («reservación fuertemente recomendada»), la exposición le da mayor cabida a los freaks: discapacitados físicos y mentales, travestis, prostituas(os), nudistas, mujeres de piel de caimán, hombres de tres piernas, fetos siameses enfrascados: aunque no es lo peor. Y, segunda catástrofe, la instalación aquí es una puesta en escena de desfile de modas en el Palacio de los Espejos, toda la pared del fondo cubierta de espejos y de muchísimas fotos cuya parte posterior es también un espejo: nada mejor para perturbar la mirada, instalar la confusión y perturbar al espectador. Recuerden el nombre de la escenógrafa de esta catástrofe, Jasmin Oezcebi, y del comisario Matthieu Humery. Un espectáculo dentro de su horror consumista. Uno recuerda la bellísima exposición en el Jeu de Paume, la de V&A y la irreverente de Pierre Leguillon sobre papel periódico, y más se aterra. Y, claro, está prohibido fotografiar.


Saul Leiter, sin título, años 1950


Otra exposición espectacular que no le rinde justicia al artista, pero con menos exageración, es la de Saul Leiter. Es una felicidad ver sus fotografías, fijarse de qué manera le da importancia al segundo plano (aquí a través de una ventana con escarcha), en donde disimula las caras (quizás una herencia de su cultura) y juega con los fragmentos, las vistas incompletas, las miradas oblicuas. No se cansa uno nunca. 


Saul Leiter, Jay, foto tomada en 1958. Impresión años 70. Aguada y acuarela sobre impresión años 90


¿Y porqué diablos haber querido también presentar sus cuadros que no son para nada interesantes? Es verdad que él se creía pintor, pero si hubiera sido solamente pintor su nombre hubiera sido olvidado hace tiempos (por lo menos Cartier-Bresson si era bueno). Nada más revelador que ver, dos veces, me parece, juntas, una fotografía de él y la misma cubierta de aguada y acuarela: se pierde cualquier volumen, cualquier composición; las texturas de la piel, del cojín o de la pared se borran, se pierde la complejidad, se vuelve soso. ¡Qué extraña la decisión del curador de rebajar de esa forma su talento!


Roberto Huarcaya, vista de la exposición Amazogrammes


Esa lógica del espectáculo la encontramos en bastantes exposiciones, la que compone conjuntos de símbolos gráficos impresionantes por la técnica pero sin interés, la que vuelve a pintar unas serigrafías de paisajes de Camargue, las que juegan de manera estéril con la realidad virtual del cuerpo y algunas otras con imágenes más espectaculares que significativas. Por fortuna vemos algunos fotógrafos cuyo trabajo se sitúa en torno a la belleza formal: sin discursos, sin fanfarronería pero con imágenes alucinantes. Por ejemplo las fotografías de insectos de Céline Clanet, sencillas y potentes y las hermosas impresiones de Dolorès Marat. Las fotografías de gruta de Juliette Agnel presentadas en la penumbra de los Cryptoportiques, los fotogramas en la jungla amazónica de Roberto Huarcaya: allí en donde la cámara fotográfica clásica no puede dar cuenta de la majestad húmeda de la selva (fracaso al que se enfrentó antes de él Guido Baselgia), hay que hacer uso del fotograma artesanal: emulsiones orgánicas, papel de 30 metros estirado en la selva, que abraza los árboles, y lavado con el agua impura del río: un trabajo que recuerda Aya, de Yann Gross y Arguiñe Escandón en la Fundación Rivera-Ortiz.


Philippine Schaefer, Chrysalide, fotograma, 2023


En la misma fundación el fotograma es también un medio para que Philippine Schaefer exprese la sensualidad de su cuerpo de manera diferente: el contacto del cuerpo con el papel fotosensible, ya sea en blanco y negro o en color, introduce una dimensión táctil, una conexión física y al mismo tiempo una sensación erótico-onírica. Son experimentaciones (también con plantas) que ella denomina Crisálida, como símbolo de re-nacimiento y transformación que recuerdan a Floris Neusüss o a Yves Klein, con la diferencia de que la artista trabaja con su propio cuerpo, lo presiona contra la superficie y lo atenúa. La imagen horizontal, en tres partes es un desdoblamiento de negro a blanco, de izquierda a derecha, de positivo a negativo: es al mismo tiempo inhumación y resurrección. 


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