jeudi 13 juillet 2023

Arlés 2 : las buenas intenciones

 


7 de julio de 2023, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)


Éric Tabuchi & Nelly Monnier, Atlas de las Regiones naturales, volumen 4, casas en el Velay



Como es el caso desde hace dos o tres años, los Encuentros de la Fotografía se han estado volviendo militantes, principalmente en torno a los temas del clima y de la mujer, y está muy bien. O mejor, sería buenísimo sino fuera pretexto a una superabundancia de trabajos fotográficos bien intencionados pero de calidad mediocre, simplistas, foto-periodísticos básicamente, sin profundidad ni reflexión y sin talento, que denuncian a diestra y siniestra, la polución y la sumisión, sin ir más allá de la imagen. La palma se la merece sin duda la artista que tiene la rúbrica de «sucesos en Camargue» : según su investigación, 29 animales atropellados entre los cuales tres orugas, dos ratas y un ratón se merecen todos un memorial. Entonces en medio de toda esa sopa fotográfica es una felicidad encontrar a dos artistas (es verdad que relegados en los barracones detrás de la estación) que hacen un trabajo pensado, construido y serial sobre el paisaje. Éric Tabuchi y Nelly Monnier emprendieron un trabajo sistemático que linda con lo absurdo: por propia iniciativa documentan los paisajes franceses, principalmente las arquitecturas, hasta el agotamiento, en un Atlas de las Regiones Naturales. Hasta hoy van 20 000 fotografías, cuatro grandes volúmenes que representa tal vez el 10% del país, territorio por territorio, tema por tema. La presentación produce vértigo y a veces uno sonríe frente a torres de agua o casas barrocas. El cielo es gris, no se ve ni un ser humano, se busca lo imposible. La melancolía que se desprende de aquel «Sol  gris» es mucho más conmovedora que muchos trabajos banales sobre el clima. 


Philippe Calia, serie The Ajaib Ghar Archivo


Otro ejemplo, por desgracia, de banalidad fotográfica, es el Premio Descubrimiento. A ver quien documenta mejor, de la manera más simplista posible y más directa, las semillas en peligro, el lugar de las mujeres y los crímenes sexistas, sin la menor distancia. Se distinguen Vishal Kuramaswamy que hace un buen trabajo sobre la muerte, Samantha Box y sus «implantes» caribeños, y especialmente Philippe Calia que hace una reflexión interesante sobre la mirada del espectador en el museo (en el caso en al India): ¿Cómo orientan nuestra mirada e incluso la ciegan con la sacralización de los objetos en aquellos centros del poder y del condicionamiento cultural? Y ante todo, ¿Cómo podemos sublevarnos contra el condicionamiento, al igual que el niño, aquí arriba, que su madre y el guardia quieren controlar (un texto al lado dice «iré a Inglaterra a recuperar el Koh-i-Noor que nos robaron»)? Es claro que intelectualmente está a leguas del simplismo que reina en el ambiente. Pero apostemos a que no será él quien gane el Premio. 


Annika Elisabeth von Hausswolff, série Oh, Mother, what have you done?



En fin, para seguir con los estereotipos, en la iglesia Santa Ana presentan a 17 fotógrafas nórdicas. Se empieza con las declaraciones de hombres y mujeres políticos de aquellos países: se insiste sobre el estado de bienestar y en especial sobre la igualdad entre hombres y mujeres. La mayoría de los fotógrafos lo celebran, al tiempo que creen que podría funcionar mejor: el papel de los padres, el sistema de salud, las mujeres habitantes de la calle, los derechos de los samis. Casi olvidaríamos que algunos de esos países están gobernados por la derecha extrema, poderosa por todas partes (sin ni siquiera hablar de Breivik); y varios de esos países tratan a los inmigrantes como si no fueran humanos y respaldan la islamofobia. De todo eso, aquí, nada, o casi nada aparte de una visión de un mundo color de rosa en aquellos paraísos pequeños, con el patrocinio «feminista interseccional» casi exclusivamente blanco. La única obra «blanca» que molesta un poco en medio de ese consenso, son unas mujeres esposadas sin saber qué crimen han cometido y fotografiadas de espalda (es importante por la presunción de inocencia, claro) de Annika Elisabeth von Hausswolff (de quien ya había apreciado el humor mordaz). Afortunadamente las que hacen la diferencia son algunas fotógrafas originarias de la inmigración y que le dan un poco de dignidad a la exposición. La ghana-finlandesa Yeboyah dice a través de videos, la alegría y el orgullo de ser negra en ese país; su madre Raakel Kuuka, fallecida recién, glorifica a su hija mestiza al fotografiarla vestida con el traje nacional finlandés, una buena forma de reírse del racismo. Ikram Abdulkadir, keniana residente en Suecia, afirma su color de piel y su religión con orgullo: un testimonio de resistencia colectiva. Jeannette Ehlers, danesa-trinitense, revisita una vieja fotografía racista que ridiculiza a una empleada doméstica y recuerda a las mujeres de las antiguas colonias danesas en el Caribe. Y es, más o menos, todo.


Yeboyah, Elovena Visual EP, 2019, captura de pantalla video



Sería cruel hacer la lista de todos los ejemplos de la banalidad bien intencionada que hay, dentro de la cual los fotógrafos parecen no darse cuenta de que la simplicidad frontal de su trabajo perjudica la causa que desean defender, pues desde las primeras imágenes crean una sensación de lasitud. Meterse con la presumida culpabilidad del espectador (esas imágenes no son interesantes, pero no me atrevería a decirlo pues me tratarían de ...) no funciona verdaderamente frente a las miradas críticas. 



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