mardi 19 juillet 2022

El perizonium, entre rigor y poesía (Jacqueline Salmon)

 


17 de julio de 2022, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)


Jacqueline Salmon, El punto ciego, Variación sobre Cranach


El perizonium es la tela que rodea la parte baja del vientre de Cristo durante la Pasión y que por lo tanto disimula su órgano sexual. Está (casi siempre) presente y nunca nadie ha hablado de ello: es un punto ciego, un hueco en la imagen, una evidencia que salta a la vista, cuya ausencia sorprendería et incluso chocaría y que sin embargo nunca se mira. Casi nada en los tratados de iconografía religiosa en mi biblioteca (Toscano, Schiller), nada en la obra de Daniel Arrase, por tanto tan atento con los detalles reveladores. Sólo Malonus (cuya Historia de imágenes y pinturas sagradas desarrolla en detalle los preceptos del Concilio de Trento que había insistido sobre la decencia) dedica un capítulo sobre la pintura de la crucifixión de Cristo en el cual escribe que fue crucificado probablemente desnudo, como era la costumbre en el Imperio romano (así son representados siempre los ladrones), y que posiblemente María le puso alrededor de los riñones el velo que le cubría la cabeza. Molanus escribe que por deferencia y pudor generalmente se le representa velado pero no dice que sea un precepto explícito; vemos además en Malonus la reproducción de un grabado de Hans Burgkmair, en el cual Cristo está desnudo en la cruz. Miguel Angel lo representa desnudo varias veces (como este crucifijo), y muchas de sus obras fueron sometidas a la ofensa de un braghetonne para cubrir esas indecencias. Hay que recordar que dos libros fueron dedicados especialmente al sexo de Cristo, pero el perizonium no es sino un detalle, un adorno, incluso un impedimento: Phallophanies de Alexandre Leupin, y The Sexuality of Christ in Renaissance Art and in Modern Oblivion, de Leo Steinberg. Es entonces un tema que en cuanto a la estética ha estado ausente y en todo caso dejado de lado y que en teología parece que no ha sido planteado sino para subrayar la encarnación divina, el Verbo hecho carne. 


Jacqueline Salmon, El punto ciego, vista de la exposición, Museo Réattu



Es precisamente con el título «El punto ciego» que Jacqueline Salmon está realizando desde 2016 un proyecto de investigación y de fotografía sobre el perizonium, y el estado actual de su trabajo se expone en el Museo Réattu de Arlés hasta el 2 de octubre: en medio de una edición de los Encuentros de calidad general regular esta exposición se distingue, y como yo, la mayoría de las personas que ví durante la semana la ponían ampliamente a la cabeza. Jacqueline Salmon es una persona metódica y rigurosa; recuerdo sus cartografías meticulosas de hace doce años. Descubrió el perizonium a través de una investigación sobre el drapeado y lo ha perseguido desde hace seis años a través de Europa, visitando museos, iglesias, galerías de anticuarios, y también fuera de Europa, a través de catálogos y páginas internet (entre ellas esta, fascinante y obsesivo), también ha hecho o recogido cantidades de fotografías. Se impuso reglas sobre el periodo (de los siglos VIII al XX), sobre el origen (las obras europeas; ojalá que en una próxima fase cubra el barroco brasileño), sobre el medio (pintura, escultura, manuscrito ilustrado, dibujo, grabado) y sobre el tema (la Pasión de Cristo). Dotada de las reglas, primero recogió y compuso cuadernos (y una pequeña parte de su recolección está en las vitrinas de la exposición), luego fotografió (alrededor de doscientas fotografías en la exposición presentadas cronológicamente en el laberinto complejo del museo). 

 

Jacqueline Salmon, El punto ciego: Bonaventura Berlingheri, Cristo crucificado, 1260-1270, Roma, Palazzo Barberini


Y es ahí en donde intervienen su talento y su poesía: no es un trabajo serio pero frío de documentación iconográfica, es un enfoque artístico total que cada vez define el marco y excluye salirse del cuadro, se concentra sobre la parte baja del cuadro, no muestra nunca la cara de Cristo y si puede, tampoco los brazos. Pero se ven con frecuencia manos, las que lo sostienen, incluso que lo acarician; rara vez otras caras. Y en encuadre es fundamental: miles de persona han visto esta estatua de Luvaina, pero fotografiarla así, de espalda difuminando la corona de espinas y las marcas de flagelación le dan un aura y una sensualidad evidentemente femenina que son únicas. Así Jacqueline Salmon expone su razonamiento, el resplandor de un flash, el reflejo de una ventana, todo lo que nos muestra que una fotógrafa intervino para transformar una forma bruta en obra de arte. Vemos las fisuras y las grietas de las obras, su materialidad. 


Jacqueline Salmon, El punto ciego: Colijn de Coter, La Santísima Trinidad con Dios el Padre sosteniendo a Cristo, Louvre-Lens


Existen todo tipo de perizoniums (perizoma) y, en lugar de una presentación cronológica, un enfoque temático hubiera sido posible. Tomo prestado a la introducción de Sébastien Allard en el catálogo un intento imposible de tipología: las trasparencias sutiles, las voluptuosas extravagancias que desafían la gravedad, las escenas silenciosas, las violencias expresionistas, la opulencia de los blancos y la coloración diáfana, rosada o azulosa. Existen perizoniums anudados y otros pegados al cuerpo por el viento y que flotan de manera absurda (Cranach, arriba), existen, aquí arriba, que la mano de Dios Padre mantiene firmemente sobre el sexo de su hijo temiendo que caiga. Algunos son sanguinolentos como por la menstruación. A veces como en Luvaina, el cuerpo de Cristo parece femenino, andrógino; a veces al contrario su masculinidad surge de todas partes y dibujan un seudo penis sobre el abdomen (arriba). 


Portada del libro, con Jacqeline Salmon, Variaciones sobre la Crucifixión, Zurbarán / Cano



No es verdaderamente un catálogo de la exposición (Silvana, 320 páginas), sino más bien un inventario parcial de su cosecha, con 125 planchas, cada una con un montaje de varias fotos (recibido en servicio de prensa). Aquí aparece mi primera crítica: las leyendas de las imágenes están al final del volumen (páginas 287 à 309), lo que vuelve complicadas las idas y venidas entre imágenes y leyendas: un cuaderno amovible ¡hubiera sido más práctico! La introducción de Sébastien Allard es estupenda, un texto del comisario de la exposición Andy Neyrotti que describe el proceso que la artista siguió, un texto del historiador del arte Jean-Christian Fleury (su marido) sobre la investigación y su enfoque y un ensayo incomprensible del psicoanalista Guy Le Gaufey al cual hubiera sido bueno adjuntarle las reflexiones de un teólogo. Exposición dentro de unos meses en París en la galería Eric Dupont.



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