dimanche 6 février 2022

¿Afropean?

 


1 de febrero de 2022, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)


The Eyes, B Face, portada con foto de Rémy Bourdeau, Boiler Room Peckham Festival, 2019


En otra época, cuando yo vivía en Estados Unidos, era perfectamente lícito decir «colored» (como en NAACP) o «black» (como en Black Panthers), y más raramente «negro», que ya empezaba a ser considerado como peyorativo (pero no insultante como lo era «nigger», mientras que «nigga» era un término para uso exclusivamente interno), y a partir de los años 90 se tuvo que empezar a decir «afroamericano» y luego «africano americano», de lo contrario uno era mal visto: una evolución del vocabulario bastante reveladora. Ahora, he descubierto la palabra «afropeano», mientras que yo estaba acostumbrado al término «afrodescendiente». Acabo de descubrirlo (¿un poco tarde?) en el último número de la revista francesa The Eyes, titulado en inglés « B-Side », es decir la face B del disco, la que lleva las canciones de menor importancia o en todo caso desconocidas. Después de la introducción de Taous Dahmani, el animador de televisión Johny Pitts, autor del libro Afropean: Notes from Black Europe, presenta el número con un ensayo romántico y bastante denso que salta de la belleza de la imperfección a la multi etnicidad. Tal y como lo hacen subrayar varias personas a quienes la revista preguntó «¿Qué significa para usted afropeanidad?», es, por supuesto, un concepto ambiguo, entre etnias y culturas (en donde «criollización» sería quizás el término más apropiado) y bastante reductor, según apuntan Caryl Phillips, quien lo recusa, o Thomas Chatterton Williams, quien lo relativisa. Una buena parte del propósito y de la revista tiene que ver con la música, de la cual no sabría hablarles (Mad Professor, Otchere & Bourdeau, la playlist de Pitts). De paso podemos ver que Zineb Sedira, la única entre todos, demuestra la imposibilidad del conjunto dedicado al diálogo entre culturas. Le hace eco, de cierta manera, el italo eritreo Vittorio Longhi, quien dice que en Italia él es mestizo y en Eritrea «degala», es decir bastardo (una buena parte de los que aquí participan son mestizos). 


James Barnor, A group of friends taken during the wedding of Mr. and Mrs. Sackey, Londres, hacia 1966


Ya sea a través de revistas (entre ellas la interesante Revue Noire, Trace (del emprendedor Claude Grunitzki), o el muy interesante cuaderno The Photocaptionist que mezcla imagen y texto de manera bastante creativa), libros, o portafolios, presentan a unos veinte fotógrafos. Al igual que los autores hay sobre todo anglosajones pero el panorama es bastante amplio, con bastantes novedades: para ser sincero, de los 19 listados en la solapa, solamente conocía a siete. En la mitad de los casos las fotografías son retratos de personas negras: es indudablemente el enfoque más sencillo, el más fácil, para hablar de «negritud» y de «afropeanidad». Liz Johnson Artur acumula un archivo sobre la diaspora africana, Mohamed Bourouissa, primera manera (antes de sucumbir ante el marketing) fotografía a sus «amigos de los barrios»; el alegre James Barnor (con un estilo que se aparenta a veces con el de las fotografías de estudio de Bamako) aparece como pionero. El mejor, quizás, puesto que es el menos documental, es Delio Jasse, quien devuelve la dignidad a sus personajes (aunque me parece que aquí no se ve lo más representativo de su trabajo). Los otros retratistas documentalistas: Anaïk Frantz (Paris bout du monde, con François Maspero), Marvin Bonheur sobre los londinenses provenientes de la inmigración, Claudia Ndebele con su libro sobre los Congoleños en Africa, y Cédrine Scheidig sobre la diáspora africana en Malta. 


Sofia Yala Rodrigues, serie The body as an archive, 2020/21


Muchísimo mas interesantes son los artistas que para afirmar su afropeanidad no se contentan fotografiando a sus semejantes sino que aportan una dimensión estética e intelectual suplementarias (claro que podemos olvidar rápidamente el trabajo grotesco y simplista de Tabita Rezaire). Algunos realizan collages y fotomontajes, como por ejemplo Jazz Grant y sus mundos inventados, Maud Sulter que inserta motivos africanos (máscaras y estatuillas) en sus pinturas y fotografías de Alemania (la reseña olvida esta evocación del nazismo y en especial esta denunciación del genocidio Herrero), un choc de culturas; y resalta Sofia Yala Rodrigues que yuxtapone fotos de ella misma con documentos de archivo, oficiales o privados: un muy buen trabajo de reconciliación dialéctica con la historia, en la que muestra «la dimensión híbrida y fragmentada de su identidad». Es sorprende no encontrar aquí a Frida Orupabo (sobresalió en el último Paris Photo) cuyos ensamblajes remachados con imágenes procedentes de los archivos coloniales son frontales y violentos como ningunos otros. Además se aparenta con Arthur Jaffa, cuyo libro A series of utterly improbable, yet extraordinary renditions, hecho con apropiaciones y montajes es presentado aquí. 


Silvia Rosi, Self Portrait as my Mother in School Uniform, 2019


Dos artistas hacen un trabajo más personal, más profundo, al cuestionar su propia identidad. Silvia Rosi, descubierta durante el premio LensCulture 2002, reenacta fotografías de sus padres a su edad, toma sus poses, sus trajes, sus accesorios: italiana de origan togolés crea así vínculos no solamente con sus progenitores sino también con su cultura de la cual la separaron (lo que no es el caso por ejemplo de Lebohang Kganye quien trabaja en una linea similar).  


Bruno Boudjelal, serie Cuadernos de viaje, 1993-2003


Para terminar, Bruno Boudjelal, franco argelino que fue a Argelia por primera vez a los 32 años, en 1993, el país de su padre del cual este nunca le habló. A través de sus viajes durante diez años, descubre, absorbe, apunta, fotografía. Es al mismo tiempo un regreso a la fuente, una exploración de esa parte de su identidad y un documental sobre la vida cotidiana de los argelinos durante los años de plomo. En sus Cuadernos se mezclan imágenes y escritura, a veces con una simple leyenda («la casa de mi abuelo»), un comentario («toda la noche bailando con mis tías»), un grito («Más de 200 000 muertos, más de 10 000 desaparecidos»), y también una suerte de invasión de la imagen por el texto (en «Piel negra, máscaras blancas»). Para mí es la obra más fuerte del conjunto, la que expresa mejor la pertenencia a dos mundos y la dificultad para reconciliarlos. 


Revista recibida en servicio de prensa.

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