vendredi 31 janvier 2020

Potential History. Unlearning Imperialism (Ariella Aïsha Azoulay) 2/2

10 de enero de 2020, por Lunettes Rouges




Walker Evans, Perfect Documents, African Art, The Metropolitan Museum of Art, 1935

Otro aspecto del libro Potential History / Unlearning Imperialism de Ariella Aïsha Azoulay (Verso 2019) y de su exposición Errata en la Fundación Tapies en Barcelona (hasta el 12 de enero) está relacionado además de la fotografía con el arte, los museos y los archivos. Desde el principio dice que el arte ha sido uno de los terrenos preferidos del imperialismo (p.58): no solamente los objetos de arte fueron saqueados y las culturas fueron así desposeídas y se empobrecieron, sino que además el hecho de reducir objetos polisémicos a obras de arte, con el derecho de disecar y estudiar los mundos de otros pueblos como si fuera una materia prima (p.5), fueron violencias imperiales que se beneficiaron con la complicidad de los museos, los archivos, las universidades, elementos mayores de la racialización y de la destrucción del mundo (p.29). Los museos no son neutros ni objetivos, son (al igual que ICOM y UNESCO) agentes del poder imperial (p.64), y la violencia de las prácticas de colección, clasificación, estudio, catalogación, indexación es una violencia imperial. Azoulay dice por ejemplo de qué forma (p.176) Carl Einstein en su libro y Alfred Stieglitz en su galería 291, y en el mismo momento, despojaron las máscaras africanas de sus hilos de rafia, de sus trozos de tela, de sus clavos y alfileres, para desprenderlos de su contexto original y convertirlos sólo en objetos de arte, que luego Walker Ewans (aquí arriba) y otros, fotografiaron para presentar aquellos objetos desnudos y castrados, como «documentos perfectos» y transformarlos en objetos de museo (pensé en la manera como Gertrude Käseiber, en el mismo momento, despojaba de sus atractivos a los indios de circo para fotografiarlos). Habría que mirar esos objetos no como los presentan en los museos sino como si pertenecieran todavía a sus comunidades: objetos sobre los cuales están inscritos los derechos de las comunidades violadas (p.30).

Books not in their Right Place, vista de la exposición, f. del autor

El saqueo está asociado con el arte, no es un detalle histórico; se trató de la destrucción de un mundo y la violencia está inscrita en los objetos, haya o no habido complicidades locales con los pueblos saqueados. Pero también hubo saqueos en Occidente: Azoulay menciona (p. 85) el hecho de que los tesoros culturales judíos expoliados por los nazis no les fueron restituidos a las comunidades pues fueron juzgadas poco calificadas para conservarlos, y el 80% fue a Israel (National Library) y a los Estados Unidos (Library of Congress) como tesoros de la diáspora; es como si fuera una expulsión suplementaria del judaísmo europeo. La parte «Books not in the right place» en la exposición recuerda que aquella expoliación privó a las comunidades de un millón de libros. 

Estatuilla Pende de Maximilien Balot, 1931, no está en la exposición

Pero lo esencial trata de la expoliación de obras de arte en el tercer mundo. Su película Un-Documented – Undoing Imperial Plunder (35′) insiste sobre la diferencia entre los objetos africanos en los museos, que están «documentados» y los migrantes provenientes de los mismos países, que, están indocumentados: ¿sus derechos no están inscritos en los objetos (al igual que la violación de las alemanas estaba inscrita en las fotos de Berlín), mientras que el poder imperial quiere desasociarlos? Entre los ejemplos que da el libro tenemos el de la estatuilla de Maximilien Balot, administrador belga recolector de impuestos, asesinado por los Pende en el momento de su revuelta en 1931, es un ejemplo revelador: una vez asesinado el administrador, los Pende produjeron una escultura anti colonial cuyo objetivo preciso quedó desconocido, pero que en realidad protege su estructura social y para ellos es una forma de resistencia. Estuvo escondida durante 40 años y se convirtió en un objeto de arte museal cuando el Virginia Museum of Fine Arts (p.66-75) lo adquirió. Pero antes era un objeto cultural, religioso, guerrero, mágico. No todo debe ser imagen, no todo debe ser mostrado, desvelado. Analiza las caricaturas de Charlie Hebdo que critican el Islam y también el saqueo de Napoleón en Egipto (p.129-139), Azoulay los considera como privilegiados imperiales que invaden los espacios en los cuales se percibe la imagen diferentemente: la libertad de expresión solo le está limitada a algunos y no es neutra (p.135). El arte no es un objeto sino una forma de preocuparse por el mundo (p.108). 

Master Pieces, vue d’exposition

Y ¿qué pasó con la restitución de las obras expoliadas? La restitución no es el desagravio, es paternalista y legalista y no repara la destrucción del mundo del cual esos objetos eran los símbolos. No podemos restituir unilateralmente obras de arte como si nada (p.8-9). Los museos y los conservadores (como esta página reaccionaria) insisten sobre la inalienabilidad y la retención (p.145-146), se oponen a la restitución, separan el objeto de la violencia de su adquisición. A lo sumo aceptan prestarles a los africanos las obras que les robaron: es artwashing (p.83). Walid Raad (p.154-155) realizó una exposición y performancia sobre el tema en torno al arte árabe, y Kader Attia (que participó en una mesa redonda con AA Azoulay) también ha trabajado sobre las reparaciones. Por el contrario, las obras de arte confiscadas en Alemania después de la guerra (lo que la sección Master Pieces muestra en la exposición) le fueron restituidas, no sin debatir, luego de exposiciones en Estados Unidos, pues había que darle de nuevo a Alemania un lugar como poder imperial (p.492-495). 

Enough! Claiming Rights, vista de la exposición, f. del autor

Ese poder imperial que los museos ejercen sobre los objetos de arte, los archivos se lo aplican a los documentos. El archivo no es solamente una institución, es ante todo un régimen que facilita la expulsión, la deportación, la coerción, la esclavitud (y su indenture), el saqueo de la riqueza y de los recursos de trabajo (p.170), es un shutter, un obturador que define quién forma parte de la comunidad y quién no, se sitúa del lado del poder imperial siendo la víctima. El archivo no es neutro, es la base de un régimen de violencia que separa los documentos de sus gentes y de sus mundos. Los archivos estadounidenses niegan los derechos de los esclavos y de sus descendientes, los archivos israelíes niegan el derecho de los palestinos (inmigrantes ilegales infiltrados, cuando quieren volver a su país), los archivos occidentales niegan los derechos de los ex colonizados y de sus hijos. Las vitrinas de la exposición (Errata-Imperial Publications) muestran cómo se inscribe el poder imperial en los libros y documentos. En fin, otra sección, ¡Enough! Claiming Rights, muestra el contraste entre la visión de los derechos del hombre según un conjunto de hojas producidas por la UNESCO en 1950, y, perpendicularmente, la realidad de esos derechos, o mejor de su ausencia cuando los pueblos los reclaman. 

Errata – Imperial Publications, vista de la exposición, f. Roberto Ruiz

¿Cómo concluir? Es un libro denso de 600 páginas, en el cual se enfoca el mismo tema desde diferentes ángulos a lo largo de los capítulos y se necesita una gran concentración por parte del lector (ver este vídeo y este); la exposición es compleja, no se puede ver todo, leer todo ni entender todo ( ver estos siete vídeos cortos y el octavo). Aunque no sea históricamente exhaustivo, el análisis tiende a demostrar que nuestras instituciones más respetables (museos, archivos, universidades) son instrumentos del orden imperial y que nosotros estamos enrolados para ser los perpetradores pues tememos ser las víctimas, al igual que los Pilgrim les temían a los indios y entonces hicieron un genocidio, los esclavizadores temían que los esclavos se sublevaran y los masacraron, los judíos israelíes les temían a los palestinos entonces los expulsaron. Y los ciudadanos que intentan no ser perpetradores son acusados de ser pacifistas, ingenuos, soñadores, incluso traidores e hipócritas, y no son vistos como personas que también reclaman derechos (p.524-525). ¿Cómo resistir? ¿Cómo practicar la historia potencial y rebobinar la historia, cómo desaprender la fotografía, la pericia, la soberanía, el imperialismo para rechazar la violencia imperial? No es un libro de militancia, pero las secciones Imagine que llaman a huelga (como esta) son inspiradoras. Cada uno de nosotros debe reflexionar sobre ello. Es un libro que merecería una traducción al francés. Algunos detalles: la bibliografía es excelente (p.582-622) aunque la quisiéramos todavía más completa (por ejemplo con François Hartog y los regímenes de historicidad); las reproducciones no son de buena calidad y las leyendas no están debajo de la imágenes sino al final del volumen lo que ocasiona un ir y venir desagradable. Pero esos son detalles que se pueden mejorar fácilmente.  

Libro recibido en servicio de prensa.

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