2 de enero de 2020, por Lunettes Rouges
Christian Boltanski, La Dernière danse, 2004 (en primer plano, Les Regards, 2011) |
En la exposición de Christian Boltanski en Pompidou (hasta el 16 de marzo), solo vemos muertos. El único vivo es el artista, salvo error, y su hermano, representado escupiendo su sangre y prácticamente agonisante en un video de juventud, desde la entrada (L’Homme qui Tousse, 1969 -El Hombre que Tose-). Es verdad que no hay cadáveres, salvo algunos, disimulados detrás de un velo negro que no nos atrevemos a levantar (Les Concessions, 1996 -Las Concesiones-), y por todas partes, desaparecidos. Algunos son evocados de manera simplista, con solamente las fechas de nacimiento y muerte (Mes Morts 2002 -Mis Muertos-) pero la mayoría son retratos de desaparecidos o presumidos como tales: les Suisses Morts (1990) -los Suizos Muertos-, claro, le Grand-père (1974), -el Abuelo-, los verdugos y las víctimas reunidos (Menschlich, 1994 y Les Portants, 2000), les Tombeaux (1996)- Tumbas-, la Dernière danse -la Última danza- (dos jóvenes rumanos judíos bailando antes del naufragio de su barco para Palestina, 2004, aquí arriba) y, en frente, ocurrencia rara, los padres del artista (Sentimental Père-Mère de C.B., 2000), se ven apenas detrás de las bombillas de color.
Christian Boltanski, Crépuscule, 2015 (el 9/11/19) |
Es difícil escapar de la omnipresencia del dolor y de la muerte. Hasta los recuerdos que podrían ser agradables se coloran de tragedia, evocan duelos y desaparecidos, ya sean los niños del Club Mickey en 1955 (1972), la famille D. entre 1939 y 1954 (1971) o lo empleados del Grand Hornu entre 1920 y 1940 (1997). Les Véroniques (1996) parecen ataúdes, los Reliquaires (1990) monumentos funerarios. En la obra Crépuscule (2015, aquí arriba, antes del principio de la exposición), cada día se apaga una bombilla: al final de la exposición, la pieza se pondrá oscura, la muerte estará presente. El tiempo pasa, la existencia es inestable. La exposición se intitula «Faire son temps» (algo así como Cumplir o completar su ciclo), un título dolorosamente ambiguo. Les battements de Coeur (2015) -latidos del Corazón- son en verdad la señal de una vida, pero escucharlos hace pensar en un acto médico, lo que no es una casualidad, busca detectar alguna malformación, una posible enfermedad mortal; y su archivo en una isla japonesa creó un lugar de peregrinación y de nueva conexión con los parientes difuntos de quienes acabamos de escuchar el corazón.
Christian Boltanski, Entre-temps, 2003 (y a la izquierda vista parcial del Club Mickey, 1972) |
La escenografía de la exposición es espectacular (tal vez demasiado; el Départ et de l’Arrivée, 2015 no era necesario): se pasa una barrera (en la cual se proyecta la cara del artista: Entre-temps, 2003, aquí arriba), seguimos por un pasillo oscuro, luego por un laberinto de velos blancos agitados muy suavemente por ventiladores (Les Regards, 2011 -Las Miradas-), se llega a la luz en donde los Suizos muertos montan la guardia ante el paisaje parisino, de ahí se pasa a la búsqueda del canto de las ballenas (Misterios, 2017) pero nos chocamos con un esqueleto de ballena encallada (abajo), luego entramos de nuevo en la oscuridad hasta el montón de ropa (pequeño comparado con el del Grand Palais) del Terril Grand Hornu (2015) antes de fijarnos en los dos videos luminosos Animitas (2014 y 2017): recuerdan las estelas en las orillas de las carreteras en donde alguien ha muerto por accidente. La exposición es en sí una obra: no se visita, se está adentro.
Christian Boltanski, Misterios, 2017 |
Casi todo es fúnebre pero nada es violento (excepto el video del Hombre que tose). Se instala una forma de familiaridad con la muerte que ya no parece un traumatismo brutal, sino que se vuelve casi una compañera esperada y aceptada. Probablemente un joven o una joven reaccionen de manera diferente, pero a mí, que soy menor que él 4 años, esta exposición me tranquiliza.
Fotos 1&3 del autor; foto 2 cortesía del Centro Pompidou.
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