mardi 11 juin 2019

« El desnudo orientalizante», de Colette Juilliard, una crítica por Malika Dorbani

07 de junio de 2019, por Lunettes Rouges


(artículo original en francés, aquí)


Eugène Delacroix, Femmes d’Alger dans leur appartement, 1834, Louvre

Leí con cierta estupefacción el libro «Le nu orientalisant de Delacroix à Picasso : La sultane chante les blues» (El desnudo orientalizante de Delacroix a Picasso: La sultana canta blues) de Colette Juilliard (y especialmente su ataque contra Edward Saïd), y le pedí a Malika Dorbani ex Conservadora del Museo de Bellas Artes de Argel y autora de «Femmes d’Alger dans leur appartement, d’Eugène Delacroix» (Mujeres de Argel en su apartamento, de Eugenio Delacroix) éditions du Louvre, mucho más competente que yo sobre el tema, que escribiera una crítica que les presento. El libro de la señora Juilliard tiene, curiosamente, como ilustración de portada, El Sueño de Courbet, un cuadro que sin duda ejemplifica, según la autora el «desnudo orientalizante».

Gustave Courbet, Le Sommeil, 1866, Petit Palais

El editor anuncia que el objetivo de la colección «El cuerpo en cuestión» de Harmattan, es estudiar el tema del cuerpo sin limite de tiempo, de espacio y de problemática, privilegiando temas originales y raros, épocas inexploradas y autores sin experiencia en la cuestión. Sin embargo, el libro aprueba su epígrafe a través de una antología y unas críticas sesgadas aunque eruditas, sin tomar distancia con el cuerpo femenino, y que van de Denis Diderot a Jean Clair. Si se tienen en cuenta expresiones tales como «bienpensantes», «desflorar» o «pídola», las conclusiones precipitadas y la invitación a atenerse a Google para admirar las reproducciones de las obras mencionadas en el libro, se queda uno algo desconcertado. 

Del siglo XVIII, la autora solo recuerda la tendencia libertina, y por consiguiente lo acusa de haber «desflorado» el cuerpo, algo que parece más bien expedito. Su atribución de los desnudos femeninos de Botticelli y de Giorgione al Academicismo es anacrónico, la Academia nació después de sus muertes, y mucho después de la de Tiziano, quien sigue tratando el desnudo naturalista, alegórico y mitológico como concepto y como parangón de la belleza formal heredada de los griegos y de los romanos. 

Ese tipo de desnudo perduró en el siglo XVIII. Es verdad que Diderot se negaba a que se le añadiera sentimiento, pero deducir que él consideraba la pérdida de la virginidad como estrictamente corporal, es ir un poco rápido. No temería más bien extraviarse en calidad de portador de gracia, virtud y verdad inherentes al arte clásico y pronto neoclásico, y en calidad de fuente de placer estético, como de Poussin a Ingres, en beneficio del deseo y de la tentación que otro concepto de desnudo podía despertar. 

Que el libertino siglo XVIII preparó él solo la sensibilidad francesa para que asimilara el regreso de la Expedición de Egipto, es decir el entusiasmo por lo oriental, y todo, es reducido, sin rodeos, a la odalisca. Si entendemos bien, ¿es este emblema, esta fuerza corporal y sensual la que derrotó el alma francesa? ¿Cómo podía el Oriente declinante y llamado entonces «Hombre enfermo», mantenerse tan fuerte frente al auge de los imperios europeos? Una mirada más aguda hubiera visto que el Orientalismo no era entonces una influencia ni siquiera moral, del oriente, sino la representación de su derrota, y que cuando ya no fue una búsqueda individual y romántica de un nuevo ideal, se convirtió en agente doble. En Francia, por ejemplo, sirvió para obstaculizar las corrientes artísticas no académicas de la segunda mitad del siglo XIX y, después, para hacer el inventario, por medio de becas y de instituciones, de los elementos naturales, humanos y culturales de las colonias, supuestamente, para salvaguardar y enriquecer el patrimonio del Imperio.  

La fábula empieza cuando el desnudo no es visto como un arte de repertorio del que se extraen, desde la tierra madre de la prehistoria, los modelos necesarios para la invención, la ruptura y la evolución de las formas. Cuando olvidamos que sigue, Orientalismo o no, envolviéndose o cubriéndose según los gustos, la moral y los convencionalismos. 

La odalisca designaba, en su contexto original, a la doncella, esclava, sirvienta, o cautiva, en efecto ni desnuda ni acostada, ni lasciva, ni impasible, ni encerrada, ni «hinchada con lokum» como estipula el libro, sino al servicio de un harem que no era otra cosa que una reunión de esposas y de concubinas. 

Al hacer de la odalisca concepto y emblema de un Oriente influyente y de una Francia moralmente frágil, al datar el Orientalismo en 1810, el libro da la impresión, por consiguiente, de que ignora su historiografía y a los humanistas del siglo XVI, en época de Francisco I, las curiosidades del XVII, en época de Luis XIV y de Colbert, a los enciclopedistas del siglo XVIII y las Mil y una noches de Antoine Galland, además del Romanticismo de la primera mitad del siglo XIX. Al otorgarle su «demolición» a Edward Saïd, la autora aparta de la historia a los artistas modernos como los de la Escuela de Argel y a los artistas contemporáneos, especialmente a los árabes. 

Las palabras Oriente, Islam, Corán y Arabia son utilizadas en este libro como sinónimos sin matiz. Que el Orientalismo profanó sus sanos interiores sin haber entrado y desnudó a sus mujeres sin haberlas visto. Si no hizo sino imaginarlas, ¿podremos enjuiciar su imaginario e ignorar el desfase objetivo entre lo real y el diálogo de taller entre el artista y sus modelos? Que su sacrilegio fue aún mayor considerando que el arte les era desconocido e incluso prohibido, y porque los árabes y los musulmanes no se reconocen en ello a posteriori. Los pintores de miniaturas turcos y persas, los adornistas marroquíes y aquellos que ellos inspiraron, como Delacroix, Moreau o Matisse, y que el autor cita, deben estar retorciéndose en sus tumbas. 

Al hacer del desnudo y del masculino que lo desea y lo amenaza, el único tema y el único ángulo de análisis de la Matanza de Quíos, este libro olvida la abstracción que Delacroix hace del detalle anecdótico y de su parcialidad en favor de la causa de un pueblo que lucha por su libertad. Los cuerpos, parte de un todo, contribuyen a transcender la actualidad en nombre de la idea. El objetivo del pintor era únicamente pictórico y estructural, y no un asunto de moral del cual hubiera sido cómplice o enemigo. Delacroix ni encerró ni «desencerró» a la mujer. Cuando libera su cuerpo, es del dibujo y del contorno tan apreciados por David e Ingres, es con la pincelada, el color y la luz. Si él analiza la realidad y solamente toma detalles es para sintetizarla en un todo homogéneo y no para contarla, a propósito de lo cual Baudelaire no se equivocó al llamarlo Modernidad. 

En este libro, Oriente, harem, cautividad, muerte, son confundidos y reducidos también al desnudo como ilustración, sentidos, representación y destino de la mujer en Islam. Aunque en la época el tema de la mujer era sumamente romántico y moral, pensar que Chassériau fue más sensible a su condición, es achacarle demasiado compromiso. 

Si a algunos pintores les gustó tanto el Oriente y se inspiraron en él, es, evidentemente y ante todo por su luz, su color, su diferencia, por la ilusión que daba de extraerse del tiempo y la nostalgia consecutiva. La sensualidad, la lascivia, el deseo, el exotismo, el encierro, la tiranía, no son propios del Oriente. La vergüenza de Adán y Eva, la no figuración, lo prohibido, tampoco son monopolio del Islam. 

Que el realismo de Courbet y el modernismo de Manet eran falsos e hipócritas, de tanto que disimulaban su tendencia orientalista traicionada por los accesorios retóricos. Africa no tiene casi nada que ver con Las señoritas de Avignon. Si el orientalismo de Matisse es más franco, es sobretodo por haber entendido e incorporado una dimensión más profunda que lo visible; da la impresión que la esencia de la visión de Pierre Schneider pasó desapercibida. 

Es verdad que Gérôme rompió con el clasicismo y las búsquedas de orden estético. Él mismo reconocía la dificultad para quedarse de mármol ante los desnudos eróticos y sensuales, pero ¿no será el uso de la fotografía como documento el que, quizás, haya permitido la ambigüedad? También es verdad que muchos artistas se sirvieron de la odalisca desnuda como de un pretexto para los fantasmas y el voyerismo, y como medio para alcanzar la celebridad; pero cuando el tiempo haya despejado la fábula y los esquemas, quizás veamos el ideal oriental de la misma manera que vemos el ideal que le dio vida al Renacimiento, al Clasicismo, al Barroco, al Neoclasicismo, al Modernismo y a la  Contemporaneidad, quizás, los «bien-pensantes» fustigados en este libro dejen de azotarlo con la censura y la prohibición con efecto retardado. 

Malika Dorbani

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