lundi 7 janvier 2019

Geometrías Latinas (Fundación Cartier)


31 de diciembre de 2018, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)




Valdivia, Estela con figura de buho, -3500 à -1500, toba volcánica, 29.8×18.5cm; col. P. Janssen, Anveres

Es probable que la primera geometría fuera corporal. Antes de ver las geometrías arquitecturales que ocupan el piso bajo de la Fundación Cartier para la exposición 
« Geometrías Sur, de Méjico a Tierra del Fuego » (hasta el 24 de febrero), es probable que haya que bajar al sótano para explorar los orígenes. Las estelas de Valdivia (Ecuador), datadas -3500 a -1500 son aquí las primeras figuraciones de un cuerpo reducido a lineas rectas y oblicuas. Al igual que las máscaras esquemáticas de los Chiriguano-Guaranis de Paraguay que están hechas según una geometría sencilla y sobria.


Guido Boggiani, India Caduveo (Mbaya), Rio Nabiléque, 1887-1901, tarjeta postal, 14x9cm, col. Museo quai Branly

La geometría «primitiva» de los cuerpos pintados o tatuados interesó a numerosos fotógrafos y antropólogos : como las espléndidas pinturas corporales de las amerindias de Tierra del Fuego, fotografiadas por el padre Gusinde en los años 20; los cuerpos de los Kubeos colombianos fotografiados por Theodor Koch-Grunberg; los trabajos de los antropólogos Guido Boggiani (murió en el campo de batalla) o Claude Lévi-Strauss sobre los Kadiweus en Brasil. También es el caso, más recientemente, con fotógrafos contemporáneos interesados por esas culturas, como las fotografías de los Kapayos, mujeres con el rostro pintado por Claudia Andujar u hombres con el cuerpo maquillado por Miguel Rio Branco.


Bruno Barras, Wahé (Panteón Ishir), 1988-90, fieltro y tempera sobre papel y cartón, 22x31cm, col. Museo del Barro, Asunción

Pero el amerindio no es solamente un objeto de fotografía, (algunas veces) es 
también actor. Es así que varios paraguayos, Bruno Barras, Flores Balbuena (Ogwa) o Bruno Sánchez (Tamusia) dibujan cuerpos, de humanos o de espíritus, con la misma simplicidad geométrica, algunos trazos, pocos colores, motivos simplificados; el conservador Ticio Escobar presenta su obra en el catálogo con un ensayo inspirado y potente. 


Solano Benitez y Gloria Cabral, instalación en la Fundación Cartier

Después, la exposición le da el mejor sitio a la geometría arquitectural. Nos recibe una gran estructura en forma de castillo de cartas, hecha de triángulos y rombos de un aglomerado de concreto y de piedras ocres, grises y rosadas (piedras recicladas de la demolición de un edificio anterior), es un zigzag impresionante de solidez y ligereza que al mismo tiempo cierra el espacio pero deja que la mirada lo atraviese. Es una creación de las arquitectas militantes paraguayas Solano Benitez y Gloria Cabral. (Indudablemente, seria interesante conocer mejor Paraguay).  


Freddy Mamani, vista interior de uno de sus edificios, El Alto

Después de esas lineas puras y sencillas, caemos en el exceso y el kitch : las construcciones del boliviano aymara Freddy Mamani (a quien está dedicada toda una sala decorada con abundancia) aparecen desde la primera mirada como el colmo del «mal gusto kitsch». Son construcciones para nuevos ricos que están en El Alto (cercanías de La Paz y una de las ciudades más altas del mundo); esas verrugas de colores vienen a estropear un paisaje de una belleza árida que descubrimos en segundo plano. Son en su mayoría edificios con almacenes, salas de recepción inmensas decoradas con el mismo estilo flipper, y apartamentos, de los cuales un «cholet» en el ático (juego de palabras malo, entre chalet y cholo, mestizo). Recuerdo haber descubierto las fachadas de Mamani en la portada de una revista de fotografía brasileña y haberme sentido mal; volver a verlas aquí, permite, en el contexto, hacer un análisis tanto político como estético. 


Vista de la exposición, Fundación Cartier, sala dedicada a Freddy Mamani

Es una demostración de la manera como las burguesías indigenas se apropian, una vez que han tenido éxito, los motivos de arte popular (textil en particular, pero también, descaradamente, los vestigios de Tiahuanaco) por consiguiente fuera de contexto, haciendo perder su primer sentido, y usados únicamente en sentido decorativo con un vago barniz etno-político que recuerda los orígenes nobles, en lugar de los «tristes ladrillos tradicionales». Ese fenómeno que tira a lo folclórico tiene lugar, me parece, en todos los países del tercer mundo, africanos, árabes o asiáticos. Es la antítesis de la arquitectura funcional y respetuosa. Y es evidente que a los comisarios de la exposición les gusta: aquí arriba la sala de la Fundación Cartier que muestra la presentación de Mamani. Jean Nouvel debe estar con pesadillas. 


Facundo de Zuviria, Fray Bentos, Uruguay, 1993, impresión cibachrome, 26.4x39cm

Si se logra escapar, el sótano presenta numerosos ejemplos de geometría arquitectural, que nos muestran ellos sí, fineza, pureza, sencillez, inspirados en una belleza conmovedora. Citaré, entre muchas otras las fotografías de fachadas del argentino Facundo de Zuviría y las de la brasileña Anna Mariani; y también las fotografías de detalles de paredes de la colombiana Beatriz Jaramillo y del mejicano Pablo Lopez Luz. Sin olvidar las fotografías arqueológicas del gran Martin Chambi. También tenemos un lienzo del argentino Guillermo Kuitca inspirado en el plano de una prisión y de las pequeñas esculturas-amuletos en forma de casa-refugio del uruguayo Gonzalo Fonseca.



Carmen Herrera, 3 Triángulos Rojos, 2016
Acrílica sobre lienzo
121.9×182.9 cm

Para terminar, y es sin duda alguna la parte más clásica, incluso la más convencional de la exposición, la geometría artística, con todos los artistas latinoamericanos inspirados por el constructivismo, la abstracción, el arte óptico. Ello crea una exposición más tradicional, con, por ejemplo, los lienzos abstractos de la cubana Carmen Herrera o de los brasileños Hélio Oiticica y Alfredo Volpi, y muchos más. Detrás del muro de Benitez y Cabral, un bonito conjunto de estructuras livianas de la venezolana Gego. No es para interrogarse sobre el «nacimiento del arte», pero la yuxtaposición de obras tradicionales, populares y «high art», aunque a veces parezca desordenada en ese sótano bien cargado, resulta fructuosa también pues acciona miradas oblicuas, vínculos inesperados, parentelas a veces evidentes y a veces inesperadas. 


Catálogo muy bien hecho, en el que los tres artistas del piso bajo tienen una sección cada uno (Mamani, Gego y Benitez & Cabral), además de Olga de Amaral (cuya instalación espectacular me dejó pensativo); los otros capítulos son «Arte corporal», «Rupturas de la geometría indígena» (de Escobar), y « Simetrías constructivistas».

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