Irving Penn, Marcel Duchamp, NYC, 1948 (épreuve gélatino-argentique), 25.4×20.6cm |
De Irving Penn de quien el Grand Palais presenta una retrospectiva muy completa (hasta el 29 de enero), usted debe conocer las fotos de moda (y, entre otras las de su esposa Lisa Fonssagrives) y los retratos de gente famosa, sobre los cuales esta exposición insiste hasta tal punto de volver a ello en la última sala. Usted se habrá hecho entonces la idea de un fotógrafo de estudio, clásico, técnico y perfeccionista y que se mueve en un universo chic y sublime, el de los "top models", de los famosos y de las estrellas de todo tipo. Y eso es verdad. Pero incluso en ese campo se ven algunas incongruencias, algunas divergencias, algunas rarezas (que, por ejemplo, Avedon no se hubiera permitido, creo) : una de las más interesantes es su técnica para hacer posar sus modelos en un ángulo bastante agudo entre dos paredes. Atrapado entre dos muros, el modelo se sostiene, intenta no preocuparse y ocupar el estrecho espacio : ya es una cuestión de territorio, como veremos con su estudio nómada. Al ver así a Marcel Duchamp centrado sobre sí mismo y agarrado a su pipa como a un salvavidas, podemos dudar de que ello haga sobresalir la esencia íntima del personaje (como los saltos para Halsman). Pero este artificio, tanto como la alfombra vieja, informa que lo utilizaba como fondo o tarima (en la escalera del Grand Palais figura un ejemplar), introduce una forma de discordancia, de transgresión en los retratos que de lo contrario serían bastante lisos.
Irving Penn, Nude n°1, NYC, 1947 (épreuve gélatino-argentique), 15.9×15.2cm, The Metropolitan Museum of Art, NYC |
Es solo una hipótesis, pero me imagino a Irving Penn paseando su aburrimiento elegante en medio de las mundanidades fotográficas y soñándose escapatorias, imaginándose un doble más libre, más aventurero. Un bonito ejemplo es su serie de desnudos : aunque los primeros son cuerpos alargados de maniquíes (y quizás de la bella Lisa, todos esos cuerpos son acéfalos), Penn se interesa muy pronto por morfologías menos clásicas. Consigue, no sabemos donde, mujeres de cuerpos pesados y lánguidos, de vientres marchitos, de senos que cuelgan, de muslos enormes, y parece que el placer de fotografiar a esas Venus neolíticas es mucho más grande : trabaja sus impresiones para obtener una blancura mineral sorprendente. Es inútil decir que esos desnudos no tuvieron ningún éxito cuando los mostró en 1950 y habrá que esperar 50 años para que la serie sea apreciada.
Irving Penn, Shadow of Key, Gun and Photographer, NYC, vers 1939 (épreuve gélatino-argentique), 18.4×19.1cm |
Otra "escapada" de ese Penn n°2, algunas de sus naturalezas muertas, cuando empezaba, a partir de 1939 : algunas son únicamente ejercicios formales, como el juego de sombras de aquí arriba (con su propia sombra, poco inocente) o la fotografía de un plato sucio de una extrema sencillez escultural; también juega con las letras, los letreros urbanos, las señales publicitarias descubiertas por casualidad durante sus peregrinaciones. Más tarde, después de 1975, construirá composiciones con residuos, desechos, basura : su cuidadosa organización parece traducir un juego intelectual, meditativo, una manera bastante diferente de acercarse al mundo, de someter lo real a sus deseos estéticos (las cosas son más maleables que los seres humanos).
Irving Penn, Theatre Accident, NYC 1947 (dye transfer 1984), 49.5×38.7cm, The Metropolitan Museum of Art, NYC, (c) Condé Nast |
Bien diferentes son las naturalezas muertas narrativas en color que hizo para Vogue después de 1943. Así este Accidente en el Teatro es una composición llena de indicios que cuentan una historia : una mujer ya no muy joven, algo redonda (si nos dejamos guiar por su zapato), burguesa elegante, ha dejado caer su cartera y el contenido se riega indiscretamente por el suelo; mechero grabado, reloj de oro, binóculos de teatro. Y Penn ha dejado algunas huellas que muestran la angustia de la mujer : un cigarrillo roto, un pito alarma, pastillas (¿será Valium?). Está bien, sin más, pero está bien hecho y reconocemos en el suelo su alfombra fetiche. Penn les dirá más tarde a sus estudiantes : "Si no cuenta una historia humana, para mí, una naturaleza muerta representa poco interés".
Irving Penn, Man Lighting Girll’s Cigarette (Jean Patchett), NYC 1949 (épreuve gélatino-argentique 1983), 48.9×51.1cm |
Los cigarrillos son un motivo recurrente y lleno de ambigüedad en la obra de Penn : una de sus fotografías muestra el maniquí Jean Patchett a quien un hombre fuera de encuadre le enciende el cigarrillo. Una botella en primer plano deforma la imagen y así el cuerpo de la mujer se encuentra difrangente, descompuesto : ¿ es una foto de moda ? ¿ es un juego sobre los placeres y peligros del tabaco y del alcohol ? Penn, que dizque detestaba el tabaco, hizo muchas otras publicidades para cigarrillos.
Irving Penn, Cigarette n°37, NYC, 1972 (épreuve au platine-palladium, 1975), 59.7×44.1cm, The Metropolitan Museum of Art NYC, (c) The Irving Penn Foundation |
Y claro, enseguida pensamos en su serie sobre las colillas que hizo 20 años más tarde : las fotografía como si fueran monumentos, como si fueran esculturas, hace lujosas impresiones de platino gran formato; tal vez sea de nuevo una reflexión sobre el placer mortal, pero yo veo sobre todo un himno a la belleza de las cosas insignificantes, una mirada desfasada sobre la manera como el placer visual puede nacer de motivos omisibles pero que la mirada del fotógrafo transformará (Walker Evans tuvo un enfoque bastante similar, sería interesante juntarlos, desordenes de Evans y composiciones de Penn).
Lisa Fonssagrives-Penn, Irving Penn at Work in New Guinea, 1970 (épreuve gélatino-argentique vers 1974), 19.4×19.4cm, The Metropolitan Museum of Art NYC, (c) The Lisa-Fonssagrives-Penn Trust |
Como ya escribí sobre su serie de los Pequeños Oficios para la exposición en la Fundación Cartier-Bresson, no repetiré aquí sino para subrayar la extracción de la gente de su universo cotidiano con el fin de desplazarlos a su estudio, al territorio del fotógrafo. Ocurre lo mismo durante sus viajes exóticos, durante los cuales, equipado con un estudio desmontable, convoca a papús, marroquíes o dahomeyanos, y los somete a su deseo, incluso fisicamente : le falta el idioma de sus modelos y los manipula, los hace posar como quiere "puesto que tenían los músculos tiesos y resistentes, yo tenía que hacer esfuerzos considerables". Más que con los blancos de los Pequeños Oficios (y naturalmente sin comparación con los maniquíes y las estrellas), Penn tiene que afrontar seres humanos de los que no sabe nada, ni la lengua, ni el nombre, ni la cultura : para él son solamente material fotográfico bruto.
Irving Penn, Three Dahomey Girls, One Standing, 1967 (épreuve au platine-palladium 1973), 47.3x47cm, The Metropolitan Musuem of Art, (c) The Irving Penn Foundation |
Aunque toma ciertos códigos de la fotografía etnológica, su actitud está a las antípodas de la de Verger, por ejemplo. Podemos apreciar su curiosidad por las imágenes de otras partes, pero no es sino un seudo etnólogo diletante que mira con ojos de occidental y nos muestra lo pintoresco y lo exótico bien empacados. Yo diría que las jóvenes dahomeyanas de senos desnudos y cuerpos escarificados o blanqueados, no se alejan mucho de las imágenes orientalistas eróticas que estuvieron tan de moda hace un siglo.
Martin Chambi, El niño mendigo, 1934 |
Y es así que llegamos a Cuzco, en donde pasa el fin del año 1948 fotografiando indígenas. Y pues para el aficionado a la fotografía, Cuzco significa inmediatamente un nombre, el de Martin Chambi, el primer fotógrafo indígena de América Latina, el primero que no tuvo una mirada colonial sobre los indígenas. En ese momento Chambi tiene 57 años y lleva 25 años en un estudio de Cuzco, es conocido en Perú y también en el extranjero (National Geographic había publicado 26 fotografías de Chambi en 1938 para ilustrar un artículo del antropólogo Philip Ainsworth Means).
¿ Fué su estudio el que Penn alquiló durante unos días ? Penn no lo dice, y habla de él no sin condescendencia, habiéndolo mandado a pasar la Navidad en otra parte. Vemos un gran parecido entre las salas y sus decorados, pero el catálogo (que no compré) afirma lo contrario. Sería interesante que un día expusieran juntos a los dos fotógrafos (como el MoMA lo hizo con Chambi y Edward Ranney, gran conocedor del Perú, pero que después de haber frecuentado a Chambi, renuncia a fotografiar a los peruanos, ya que como "outsider" se sentía incapaz de representar su vida de manera pertinente). No es el tipo de escrúpulo que puede tener Penn. Su episodio en Cuzco le permitió "fijar los principios plásticos y sicológicos que encontramos en sus retratos a lo largo de los 25 años siguientes" (Jeff L. Rosenheim, en el catálogo).
Irving Penn, Cuzco Children, 1948, (épreuve au platine-palladium 1968), 49.5×50.5cm, The Metropolitan Museum of Art NYC, (c) Condé Nast |
Allí en donde cada cual se maravilla con el trabajo de Penn en Cuzco, yo siento cierto malestar ante el uso del cuerpo humano como simple material fotográfico, ante la negación de la persona, maleable tanto como se desee (muchos son fotografiados de espalda, simples percheros para trajes suntuosos). La fotografía de la pareja de niños con los pies desnudos (él desafiante y ella ausente y altanera) me molesta profundamente : no tanto por su mirada (vacía como un conejo ante los faros de un carro, me sugieren), sino por la mirada del fotógrafo sobre el Otro como si fuera un ser raro, anormal y exótico. Ello me recuerda el voyerismo hacia los fenómenos de feria y los zoos humanos de las exposiciones universales con sus indígenas enjaulados. La belleza de las fotos, la dignidad de los indios, su presencia, chocan con la brutalidad occidental de Penn, con su imperialismo, dirán algunos, frente a un mundo en el cual, a pesar de su talento, no desea entrar (de hecho, no sabría) y que solo desea controlar para someterlo a su ambición fotográfica.
Todas las fotos de Irving Penn cortesía del Grand Palais, excepto las 3 primeras (Foto 3 del autor)
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