vendredi 10 janvier 2014

En qué piensan los fotógrafos que no toman fotos

10 de enero de 2014,

Por Marc Lenot (En Slate.fr)




Casi siempre nos imaginamos que los profesionales, sobre todo los foto-reporteros, son capaces de todo por "LA" buena foto. Ello significa olvidar que, algunas veces, no disparan.


- Benoit Grimalt -


Ya Rimbaud se quejaba de los chorreos fastidiosos de las fotografías (en una carta de 1871 a su amigo Paul Demeny [1]). Ya Italo Calvino se burlaba en 1955 de "la locura del objetivo", el frenesí por fotografiarlo todo, que se adueñaba cada domingo de primavera de cientos de miles de italianos[2]. Que decir hoy ante la proliferación de lo numérico, de la abundancia de smartphones,  de la glorificación de las autofotos? Debemos seguir ciegamente ese movimiento cultural mayor, a la manera de tantos sociólogos e investigadores, y también de algunos artistas? O será posible sin pasar por un vejestorio reaccionario, mirarlo habiendo tomado un poco de distancia, con ironía y cuestionándolo?

Hasta el 19 de enero, en el Museo de la Fotografía de Charleroi (que es quizás, sin contar el aeropuerto low-cost, la única razón para desplazarse por viaje de placer a Charleroi) hay una pequeña exposición de no-fotografía (al lado de la excelente retrospectiva del surrealista Marcel Mariën) que bajo un aspecto sencillo y humorístico, nos conduce a preguntarnos porqué no tomamos más fotos.

Benoit Grimalt es un fotógrafo francés nacido en 1975 que, como muchos de sus colegas, práctica de una forma bastante variada : moda, reportajes, pedidos y trabajo personal. Se le conoce porque cubre el Festival de Cannes, evento fotográfico por excelencia. Cuenta que un día, allá, percibió a Penélope Cruz tomando el ascensor: él se precipitó, pero antes de poder tomar su foto, las puertas de ascensor se cerraron. Perdió una foto, pero quedó una imagen?

Entonces Benoit Grimalt, dibuja la foto que no había tomado, un dibujo sencillo, algo torpe, en una hoja de cuaderno, encuadrado como una foto, con la actriz, sus dos guardaespaldas, las puertas que se cierran.



Y le gustó el juego. Se puso a dibujar las fotos que no pudo tomar, se apropió la escena y la transpuso a otro medio, a otro universo.

Muchas veces no toma fotos porque no tiene su cámara, o se le ha acabado el rollo ( cuando había rollo ), o que se le ha acabado la batería. A veces hace demasiado oscuro, o hay demasiada niebla, a veces el sujeto rechaza que lo fotografíen, y Grimalt que no tiene nada de un fisgón
agresivo o de un foto reportero obsesivo, se somete a su deseo.

Pero, también a veces, sentimos en él moderación, humildad, rehusa someterse a la ardiente obligación de fotografiarlo todo, y a la vocecita que le dice "toma la foto!" , sea por piedad ante Henri Salvador todo vestido de blanco, asistiendo poco antes de su muerte a un partido de fútbol en el estadio de Valenciennes, apoyándose en sus enfermeros, o por respeto ante Marie desnuda, que él deja que se vista sin fotografiarla, pretendiendo ser demasiado lento para lograr captarla.



Y un día, ante un bello amanecer, decide solamente contemplarlo y no se levanta para fotografiarlo. Un día, entonces, rehusa deliberadamente fotografiar, prefiere mirar en lugar de apuntar, disfrutar en lugar de poseer, imprimir un recuerdo en su memoria más bien que una imagen en un fichero o en un álbum. Es verdad que no se vanagloria, ni saca teoría, ni moral, sólo dice que le dio pereza levantarse. Una actitud de placer y de pereza, una pequeña rebelión contra la lógica productivista y consumista que nos hace tomar fotos de todo, que nos obliga a fotografiar y no a mirar, que nos arrastra hacia un torbellino visual.

Así que, es el único que a veces no toma fotografías, para privilegiar la experiencia en lugar de su archivo? Seguro que no, incluso si los raros refuzniks de la dominación de la imagen, esos "últimos exploradores del espacio negativo" (Lyle Rexer) no se hacen oír.  Serán ellos, en lo que se refiere a materia fotográfica, los hermanos de los artistas del vacío que vimos hace cuatro años en el Centro Pompidou, de Yves Klein a Stanley Brown ?, serán ellos los primos de los músicos del silencio, de Isabelle d'Este a John Cage? He aquí dos selecciones, una francesa y sonora, la otra norteamericana y escrita, de fotografías no tomadas.

Escuchemos a los fotógrafos

Hace algunos meses, Arte Radio pasó un programa, Nada que Ver : breves grabaciones audio de 12 fotógrafos contando la foto que no habían tomado. Si algunos hablaban de fotografías imposibles ( un retrato de Bin Laden ) o de la emoción demasiado fuerte ante la hambruna en Somalia o la de un suicidio en el metro de Nueva York, otras vienen a cuestionar la fotografía misma : a Frederic Lecloux le parece que primero hay que vivir y después fotografiar, Yohanne Lamoulère piensa que una fotografía de una marcha en memoria de un joven de Marsella asesinado, no tendría nada que añadir frente a la emoción de los caminantes. Edouard Caupeil hace un elogio de la foto fallida, olvidada, silenciosa, que siempre se quiere arreglar. Denis Daracq, conocido por sus fotografías de cuerpos flotando en el aire, cuenta su primera experiencia fotográfica a los 15 años, el intento de apropiarse la cultura italiana a través de la fotografía; pero un error de manipulación hizo que todos los rollos salieran malos, sin imágenes. Esas imágenes están en el limbo, en mi memoria, dice, y me la paso tratando de volver a hacerlas. Como el recuerdo de una madelena...

Un libro que salió en 2012 en Estados Unidos, Photographs Not Taken, reúne los testimonios de 62 fotógrafos (casi todos estadounidenses) que hablan de las fotografías que no tomaron. Siempre nos imaginamos a los fotógrafos profesionales y sobre todo a los foto periodistas, dispuestos a cualquier cosa por tomar LA buena foto, sin preocuparse por su propia seguridad, física o, por otra parte, moral.

Cada cual tiene en mente la trágica foto del niño moribundo cerca del buitre, que Kevin Carter tomo en Sudán en 1993, y que esperó en vano que el buitre abriera las alas para que la fotografía fuera todavía mejor. Su foto ganó el premio Sulitzer en 1994, y Cárter se suicidó tres meses más tarde. Y hay otros muchos ejemplos.




Este libro está en las antípodas. En lugar de mostrarnos fotografías, nos hace escuchar fotógrafos, nos permite remontar a las ideas y a los sentimientos que están detrás, más allá de las imágenes.  Es una antología de ocasiones fallidas, de momentos perdidos, de historias extrañas, conmovedoras, a veces divertidas. Son todas historias del rechazo de fotografiar, de respuestas al dilema "to be or to shoot", ser o fotografiar.

En la mayoría de los casos, se trata de respeto, de pudor, de resistencia ante un drama, a veces la muerte, el dolor, la emoción del sujeto. Frente al hombre que se derrumba, al descubrir su casa en llamas, Chrstian Patterson baja su aparato. Ante un rescatado del 11 de septiembre, cubierto de ceniza, imagen icono absoluto , Sylvia Plachy duda y renuncia; pero, dice ella, Diane Arbus la hubiera tomado. Luego de ser invitada por los padres para fotografiar la habitación de una chica que se suicida, ante el llanto del padre, Erika Larsen es incapaz de oprimir el disparador.


¿Una buena resolución?


Otras reacciones van más allá de este pudor y testimonian de la incapacidad de las fotografías para informar sobre una experiencia. El fotógrafo que renuncia elige a propósito privilegiar sus propias emociones, disfrutar de la experiencia que se le ofrece como participante en lugar de tomar distancia como testigo fotógrafo : es el caso de Jiménez Goldberg cuando nación su hija, o de Alec Soth cuando adoptó un bebe colombiano, es el caso de Zwelethu Mithethwa durante el funeral ritual,de su madre, y es el caso también de Simon Roberts que asiste a la agonía de una joven de Zimbabue que muere de sida en medio de sus amigas cantando en coro, y que se siente por primera vez en su vida, incapaz de fotografiar:


"Ninguna imagen hubiera podido capturar la emoción. Fue un momento que había que vivir, no un momento para analizar, para encuadrar, para reducir."


Otras historias son más fáciles, como la de Matt Salacuse paralizado cuando Tom Cruise lo mira directo a los ojos en el momento en que va a fotografiarlo con Nicole Kidman y su bebe y le dice tranquilamente  "usted no va a hacer eso"; y el fotógrafo como hipnotizado, obedece  "tiene usted razón: no lo haré". O Timothy Archibald un día de la San Patrick, y a pesar de sus 15 años pudo darle la vuelta a todos los pubs de su ciudad, entrar (y beber) por el solo hecho de llevar una cámara, pero se le había olvidado ponerle el rollo.


La historia más reveladora de la antología es tal vez la de Alessandra Sanguinetti, sin duda porque no tiene el perfume trágico de la mayoría de los otros relatos, y también porque parece más esencial. Cada día la fotógrafa americano-argentina dice que toma por lo menos dos fotos imaginarias entre su pulgar y su índice: fotos de su hija, de su familia, de sus amigos, de escenas que no quiere interrumpir, de las que no se quiere distanciar al colocarse detrás de su visor, o que no quiere volver más melancólicas al transformarlas en imágenes fotográficas.


Esta disciplina cotidiana parece ser, tanto como los dibujos de Benoit Grimalt, un excelente antídoto al "chorreo de imágenes". Podría se una buena resolución para el año nuevo: fotografiar menos, mirar más, experimentar, sentir.


Marc Lenot


[1] Arthur Rimbaud, carta del 17 de abril de 1871 a Paul Demeny, Obras completas, París, libro de bolsillo (Clássiques modernes), 1999, página 236. Volver al artículo.


[2] Italo Calvino, "La follia del mirino", Il contemporaneo, Roma, 30 de abril de 1955. Volver al artículo.

Aucun commentaire:

Enregistrer un commentaire