12 de diciembre de 2025, por Lunettes Rouges
(artículo original en francés, aquí)
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| Georges de La Tour, Mujer atrapando una pulga, hacia 1638, óleo sobre lienzo, 121x89cm, Nancy, Museo lorrain – Palacio ducal. |
Tanto se ha escrito sobre La Tour, sobre sus pinturas diurnas y nocturnas, sobre su maestría de la luz, y no solamente lo han hecho los historiadores sino también grandes escritores (René Char, André Malraux, Pascal Quignard), que, después de haber visto los alrededor de veinte cuadros (es decir la mitad de sus obras) en el museo Jacquemart André (hasta el 26 de enero), primera exposición parisina después de casi 30 años, tememos repetir sin inspiración temas que tanto se han abordado: el claro oscuro, las velas y los reflejos, las noches silenciosas, los cuadros religiosos y especialmente las Magdalena, las escenas de género y los retratos realistas de gente del pueblo digna en su miseria. Entonces, lo mejor es escoger un cuadro, sólo uno para sumergirse en él. Podría ser Job burlado por su mujer, un cuadro de lo más extraño, celebrado por René Char, o El Recién nacido, una obra más conmovedora, o el Pago del diezmo, la composición más compleja o desde luego una Magdalena penitente, como la de las dos llamas del Metropolitan.
La vela alumbra un cuerpo de mujer joven casi desnuda. Toda la parte derecha del cuadro está hecha con líneas curvas y ondulantes, que contrastan con la ortogonalidad de la izquierda. El reflejo de la luz en la piel dorada genera tonos más claros y cálidos que combinan con la blancura de los lienzos. Es lo primero que vemos, el contraste formal de las lineas y los tonos. La mujer está apenas vestida con una camisola blanca de un lienzo bastante ordinario y lleva un simple turbante apenas más oscuro, en el brazo derecho lleva un pobre brazalete de azabache. De todos los personajes pintados por de La Tour, ella es la que tiene la ropa más modesta, la más indistinguible: hasta los pobres Tocadores de zanfonía van mejor vestidos. El torso y abdomen los modela la luz, su cara poco agraciada y sin barbilla está agachada y por ello entre luz y sombra, sus largas piernas sólidas, bien puestas en el suelo están esculpidas por la sombra, el pie izquierdo está a la orilla del lienzo como un anclaje en lo real.
El vientre atrae la mirada: ¿estará embarazada? Podríamos pensarlo, pero sus tristes y pequeños senos flácidos, apenas descubiertos, parecen decir lo contrario: no hay sensualidad, no hay erotismo, únicamente una anatomía, un realismo crudo casi vulgar. Está sentada en un taburete de patas torneadas que contrastan también con la dureza rectilínea de las patas de la silla. Todo lo del lado de la mujer es blandura, redondez, al opuesto de la rigurosa rigidez de la parte izquierda: es la estructura misma del cuadro, la tensión entre recto y curvo, entre ausencia y presencia. Las dos escenas, si podemos decirlo así, son importantes.
Y ¿quién será? Hubo cantidad de hipótesis: una sirvienta, una prostituta, una jovencita embarazada recogida en el convento Nuestra Señora del Refugio de Nancy, de nuevo María Magdalena, o Agar (la madre de Ismael desterrada por Sara madre de Isaac, un «destierro» que sigue siendo contemporáneo con otro nombre). Y ¿qué está haciendo? Tiene las manos juntas, falanges contra falanges. Algunos quisieron ver una oración, desgranando un rosario. Pero, entre las uñas y los dos pulgares, si miramos bien de cerca (o con zoom fuerte), se distingue una mancha negra, quizás roja: el rojo de la sangre de una pulga o de un piojo que acaba de agarrar y de aplastar. La pulga (¿por su género en francés y en español?) goza de un capital de simpatía que el piojo no tiene, aunque igual que éste, acarrea enfermedades; fue la pulga la que se escogió para el título de la obra cuando la redescubrieron en 1955 (en la herencia de una vieja achacosa a la que poco le importaba). Un acto de higiene, entonces, con algo de miserabilismo (pero las pulgas y los piojos proliferaban también en Versalles), que necesita toda la concentración visible en su cara seria (pero no se ve la satisfacción de alivio y algo sádica que cualquiera sentiría con ese tipo de acto, me parece). ¿Es un cuadro de meditación? ¿Será la purificación del cuerpo una metáfora para la liberación del pecado? ¿Será ese el mensaje de un La Tour moralista?
Muchos otros cuadros de La Tour, por espléndidos que sean son más fáciles de descifrar: la penitencia de las Magdalena, la dignidad de los Tocadores de zanfonía, la majadería del jugador de cartas o dados, la rabia de la mujer de Job. Éste es mucho más misterioso, intentamos desesperadamente encontrarle un sentido histórico, social, moral, religioso, alineando hipótesis. Por mi parte, mucho más que el acto de espulgarse, lo que me desconcierta es la silla vacía, la ausencia (¿de quién, ¿de qué?) y la tensión interna entre las dos partes. Aquí no hay ningún detalle (salvo quizás, lo que es raro en la obra de de La Tour, la linea de unión la pared y el suelo al fondo, que crea un efecto de profundidad), ningún adorno, únicamente una composición estilizada, pura, geométrica.
Y por tanto hay un detalle perturbador, imposible de descifrar: debajo de la mano izquierda un trazo vertical negro, primero rectilíneo, que se reduce y luego se abre para crear más a la derecha una mancha gris informe que se funde en los dorados de la piel del vientre. ¿Será una sombra? ¿La sombra de qué? Algunos vieron más abajo a otra pulga (o ¿será sólo el ombligo?). No encontré ningún análisis de esa mancha pictórica, ninguna pista, y para decir la verdad, no veo nada, como decía el autor del Detalle. Un enigma más en el cuadro.







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